sobre la marcha: confesiones de un tetrapléjico que ama apasionadamente la vida
Luis de Moya
La eutanasia examinada. Perspectivas éticas, clínicas y legales
John Keown (compilador)

Romerías

        En las afueras de Pamplona hay un convento que tiene la capilla abierta al público. La gente del barrio acude, sobre todo a la Misa del domingo. También yo, desde que Ter me enseñó el lugar, he ido de vez en cuando a rezar. Me gusta el sitio porque es de fácil acceso y hay una bonita imagen de Nuestra Señora: la Virgen del Río. Solemos ir algún domingo después de la Misa para no coincidir con demasiada gente. De camino rezamos la primera parte del rosario. Paso con una rampa que hay allí mismo y ante la imagen rezamos la parte del día con las letanías. Mientras tanto oímos que atrás, en el coro, defendidas por una reja, las monjas también rezan. Alguna vez se las ve según salimos. Casi no nos detenemos y volvemos a Aralar rezando la última parte. Es una romería privada y breve. Como mucho vamos cinco: los que cabemos en la furgoneta. Cada uno sabrá qué intenciones ha puesto en cada parte del rosario, en cada misterio, en cada avemaría. Porque es claro que un avemaría da –puede dar– para mucho.

        Por lo fácil que me resulta, he visitado la Virgen del Río más que ninguna otra imagen, aunque también voy mucho últimamente a la ermita del campus, desde que construyeron la rampa de acceso que hace posible evitar las escaleras. Varias veces hemos estado en Santa María la Real de Nájera, aprovechando las visitas a Huércanos con Jorge, o la maravillosa iglesia de Santa María en Laguardia. Y, recordando rápidamente, me vienen a la cabeza otras romerías: a Nuestra Señora de Jerusalén en Artajona, a Nuestra Señora de Arántzazu cerca de Oñate, a Izaskun en Tolosa, al Pilar en Zaragoza, a Nuestra Señora de Torreciudad y otras más. Sin olvidar, por supuesto, Lourdes, adonde voy cada verano desde San Sebastián.

En la peluquería

        Los hermanos Sádaba –Santiago y Jesús María– son los dueños y únicos trabajadores de la peluquería. Conecté con ellos al primer intento, cuando quise cortarme el pelo al poco de instalarme en Aralar. Desde entonces siempre he ido allí. Parece como si fuera una peluquería diseñada a mi medida. Está cerca de casa y tengo muy fácil el acceso. Aparcando en el paso de cebra de la esquina, con la puerta trasera hacia la acera, se puede desplegar la rampa y así bajo a pocos metros de la entrada. Luego, salvo con facilidad un escalón mínimo y ya estoy dentro. Es habitual que haya un escalón normal a la entrada de los establecimientos o de las viviendas y con frecuencia debo utilizar las rampas. En esta peluquería es tan pequeño que lo supero sin problemas.

        Desde el primer día se vio que lo más práctico era retirar a un lado el sillón que suelen emplear, para así poder aparcar mi silla frente al espejo. Luego se quita el mando para el control y el cabezal y da la impresión de que me cortan el pelo sentado como los demás.

        Para la salida lo tengo también fácil porque la furgoneta se queda aparcada en el paso de cebra. No hay problema, pues tenemos una autorización municipal –la dejamos visible– que permite aparcamientos irregulares a coches de inválidos.

Una noticia en Redacción

        La Universidad de Navarra edita un periódico cuatro veces al año con las noticias más sobresalientes del mundo universitario. Se llama Redacción. El caso es que aparecí en uno de los números: allí se anunciaba que volvería próximamente a dar clase tras el accidente.

        La noticia de Redacción la difundió una agencia de noticias nacional y, a partir de ahí, comenzaron a llamarme desde algunos periódicos y cadenas de radio y televisión. Yo no he movido un dedo, pero tampoco he puesto pegas para hablar en los medios de comunicación sobre lo que pienso de Dios, de la vida, de mí mismo, de los que ayudan a los enfermos...

        En el ambiente de los medios de comunicación estaba muy presente la eutanasia y su posible despenalización. La televisión y la prensa habían difundido comentarios de algunas personas que deseaban morir por padecer enfermedades incurables y también algunos otros contrarios a la legalización. Era –es todavía– un tema candente que me afectó sin pretenderlo, aunque me pareció muy bien tomar parte personalmente en el debate.

        Una de mis primeras "intervenciones" tuvo lugar en un programa de Radio Nacional. Se llamaba "Cruce de Caminos". Se trataba de una mesa redonda sobre la eutanasia, con testimonios a favor y en contra de su despenalización. Grabamos el programa en Pamplona: durante media hora charlamos un padre de familia que tiene un hijo deficiente, un prestigioso jurista, un profesor de ética, un médico, un miembro de la "Asociación pro Derecho a una Muerte Digna" –que era el único partidario acérrimo de la eutanasia– y yo. Mi intervención fue breve, aproximadamente en estos términos:

        ––¿Cuáles son las razones para que usted quiera seguir viviendo?

        ––Las razones que me llevan a mí a amar profundamente la vida, aparte de razones humanas, que también podría expresarlas, ante todo son razones de tipo sobrenatural. Es decir, entiendo que la vida de cualquier persona es una vida que tiene mucho que ver con la vida de Dios. Una vida llamada a la eternidad, una vida, en definitiva, de un hijo de Dios. Y eso por el puro hecho de ser una vida humana. Sobre todo, si es la vida de un ser bautizado.

        ––Don Luis, sí; pero cuando los argumentos de la fe fallan, cuando esa fe no existe, ¿qué razones quedan para seguir viviendo en su situación?

        ––Bueno, habría que ver entonces en esa persona qué tipo de razones son las que tiene, porque si dice que es una persona humana y valora, por ejemplo el amor, o valora lo que tiene que ver con el nivel de la inteligencia, de la libertad, también se podían aducir razones de este tipo.

        ––¿Usted se cree capacitado para poder convencer a alguien en su misma situación para que desista de su intención de pedir la muerte?

        ––Bueno, yo no tengo la seguridad de conseguirlo, desde luego. Pero lo que sí me gustaría muchísimo sería hablar con esa persona, escucharla, tratar de poner todo lo que pueda de mi parte para lograr que esa persona se anime a vivir. Porque, desde luego, es una empresa que pienso que vale la pena: lograr que una persona viva en plenitud. Creo que es una empresa por la que valdría la pena agotarse hasta emplear en esto las últimas fuerzas.

        Durante la grabación me sentí a gusto, tranquilo, en buena medida por el ambiente grato y normal que se respiraba entre la gente del estudio, que procuró facilitarme las cosas cuanto pudo.

siguiente