Bajo el manto de la Virgen
Para agradecer el 80 aniversario desde que San Josemaría viera que el Opus Dei era también un camino para las mujeres, en la Obra se ha vivido un año mariano que termina hoy, 14.II. 2011. Presentamos algunos textos del Prelado sobre el amor a la Virgen.
Vivir la Santa Misa
Jesús de Nazaret
Itinerarios de vida cristiana

        - "Hacia el final de su vida, [San Josemaría] cuando ya se encontraba más débil, pasaba un día delante de un relieve de la Virgen sosteniendo al Niño, en Villa Tevere. Quiso besar a la imagen y, como delante había un banco, no resultaba fácil. Se empeñó en cumplir ese gesto. Luego nos invitó a pensar: aunque esto sea una nadería —se refería al esfuerzo que había debido realizar—, vamos a preguntarnos qué manifestaciones de cariño ponemos, con denuedo, para corresponder al amor de Dios y de la Santísima Virgen, ante la gran manifestación de amor que se encierra en la Encarnación. Os traslado la pregunta. ¿Qué esfuerzo concreto estamos decididos a poner en los meses que faltan del año mariano, para corresponder a la predilección que el Señor y su Santísima Madre nos demuestran constantemente? ¿Queremos quererla —no es una redundancia— más? ¿La buscamos con el afán de que nos lleve a su Hijo?" (Carta agosto 2010).

        - "Todos hemos experimentado en nuestra vida la presencia bienhechora de Santa María para acercarnos a la intimidad del Señor. Por esta razón, y porque se lo merece —no hay criatura más digna que la Virgen: más que Ella sólo Dios—, jamás le agradeceremos suficientemente sus desvelos por nosotros, ni la alabaremos como sería debido. Así se expresaba San Josemaría, en continuidad con la tradición cristiana. «La teología ha ideado en los siglos pasados una sentencia que resume el amor de los cristianos a la Madre de Dios: de Maria, numquam satis, nunca podremos excedernos en hablar y escribir sobre la dignidad de la que dio su carne y su sangre a la Segunda Persona de la Trinidad Santísima»" (Carta mayo 2010).

        - "El trato habitual con Nuestra Señora es prueba clara de que un alma respira un ambiente cristiano. Habrá quizá fallos en nuestro caminar —nadie hay perfecto en la tierra—, pero quien reza perseverantemente a la Virgen, recitando quizá las oraciones que aprendió en la infancia, sin abandonarlas, demuestra que en su corazón hay un hálito de aire cristiano y nuestra Madre lo ayudará: ahora y —como rezamos en el Avemaría— también en la hora de la muerte. Deseemos contagiar el amor filial a Santa María. La invitación a nuestros conocidos, amigos, parientes, para que nos acompañen en la Romería de mayo, les puede ayudar a descubrir el gozo y la paz que nuestra Madre derrama en el alma de los que se reconocen hijos suyos. Ojalá muchas mujeres y muchos hombres adquieran la costumbre de rezar diariamente el Santo Rosario. ¿Superamos decididamente los respetos humanos para iniciar esas conversaciones? ¿Nos impulsa el amor a María a querer el bien de la gente?" (Carta mayo 2010).

        - "Preguntémonos si nos dirigimos con frecuencia a nuestra Madre durante la jornada, en las necesidades grandes y en las pequeñas. ¿Viene a nuestro corazón y a nuestros labios aquella tierna invocación —¡Madre, Madre mía!— que brotaba con continuidad de los labios de nuestro Padre? ¿La llamamos con la urgencia y el abandono del hijo que requiere los cuidados maternales?" (Carta septiembre 2009).

        - "¡Qué alegría sentimos al llamar a la Madre nuestra por su nombre! Siempre hemos de llevarlo en el corazón y en los labios, pero especialmente cuando el alma se encuentra zarandeada por los vientos de las tentaciones y de las dificultades, que el Señor puede permitir para fomentar nuestra humildad y para despertar nuestra confianza total en su omnipotencia. En esos momentos de prueba, quizá asome cierta desesperanza e incluso disminuya el afán de seguir luchando; entonces hemos de mirar con mayor interés, perseverantemente, a la Stella maris, a la Virgen María" (Carta septiembre 2009).

        - "La Virgen Santísima, desde Belén hasta el Gólgota, supo mostrar a Cristo, conducir a Cristo, a los discípulos —hombres y mujeres— de su Hijo: si Juan, María Magdalena, Salomé y las demás mujeres —como nos detalla el Evangelio— perseveraron firmes junto a la Cruz de Jesús y fueron luego testigos de su resurrección, se debió a que no se apartaron de María en aquellas horas; a que la acogieron en su casa —en todo el espacio de su caminar espiritual— desde el momento inefable en que Cristo los confió a su Madre en el Calvario. Hijas e hijos míos: la que es toda de Dios, Mujer eucarística y Maestra de oración, quiere que la tratemos, que le pidamos que nos enseñe a enamorarnos de Jesucristo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, para responderle con entera fidelidad en los diferentes momentos y circunstancias" (Carta agosto 2009).