BIOGRAFÍA DE JESÚS

CAPÍTULO VI


Pbro. Dr. Raúl Lanzetti www.iglesia.org

 


Apertura del segundo período        
        La labor de Jesús entra ya en su fase decisiva: su misión mesiánica. Para ser discípulo suyo —cristiano— siempre fue necesario creer que El era el Cristo, el Mesías prometido, el Ungido de Dios. Sin embargo, Jesús no había dicho hasta ahora cuál habría de ser el modo en que realizaría su misión mesiánica; esto es, por su pasión y resurrección. Lo hará a partir de este momento.

        Después de la segunda multiplicación de los panes el Señor se dirigirá hacia Cesarea de Filipo. Cruza primero hacia Dalmanutá, una aldea muy chica, hoy desaparecida, vecina a Magdala, donde nuevamente los fariseos y saduceos piden un signo del cielo (Mt 15, 39 – 16, 4; Mc 8, 10-13). En esta ocasión ni les contesta. Atraviesa luego el lago en diagonal hacia Betsaida, y en el trayecto invita a los discípulos a tener cuidado con la levadura de Herodes, los fariseos y los saduceos (Mt 16, 5-12; Mc 8, 14-21). Y ya en Betsaida realiza la curación gradual del ciego (Mc 8, 22-26), un milagro que quiso expresar la gradualidad con la que El mismo habría hecho ver el Mesías a sus discípulos. Es posible que también en este contexto Jesús haya realizado la curación de la mujer encorvada (Lc 13, 10-17); episodio al que se añaden las dos parábolas de la semilla de mostaza y de la levadura, que son temas de gradualidad (Lc 13, 18-21).

        Ya en Cesarea de Filipo tiene lugar la célebre confesión de Pedro (Mt 16, 13-20; Mc 8, 27-30; Lc 9, 18-21), junto con el inmediato primer anuncio de la pasión y resurrección (Mt 16, 13, 21-23; Mc 8, 31-33; Lc 9, 22). El rechazo de Pedro lleva al Señor a enseñar que el cristiano debe tomar su cruz (Mt 16, 24-27; Mc 8, 34-38; Lc 9, 23-26); es decir, el cristiano debe vivir su vida como martirio. Al final hace el anuncio de su futura transfiguración (Mt 16, 28; Mc 9, 1; Lc 9, 27).

        En el intervalo de ocho días entre los episodios anteriores y su transfiguración, el Señor va a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. Yendo por el norte de Galilea tienen lugar las enseñanzas a propósito de la puerta angosta (Lc 13, 22-30), la respuesta a Herodes el zorro (Lc 13, 31-33) y el sucesivo apóstrofe de Jerusalén (Lc 13, 34-35). Se detuvo un sábado a almorzar en casa de un jefe de fariseos, donde realiza la curación del hidrópico y expone varias enseñanzas más sobre la elección de asientos y de invitados y la parábola de los que se excusan (Lc 14, 1-24). Puesto nuevamente en camino insiste en la necesidad de dejarlo todo (Lc 14, 25-35).

        Llegado a Jerusalén, el paralítico curado anteriormente en Betzatá identifica al Señor, y entonces comienzan unas fuertes discusiones por la curación del paralítico, que desembocan en un nuevo intento de matar a Jesús (Jn 5, 14-47). Esta actitud hostil permanecerá.

        De regreso a Galilea el Señor enseña las tres parábolas de la misericordia —la oveja perdida, la dracma encontrada y el hijo pródigo— (Lc 15, 1-32); y más tarde las parábolas del administrador infiel (Lc 16, 1-15) y la del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31).

        A la llegada al Monte Tabor tiene lugar la transfiguración del Señor (Mt 17, 1-13; Mc 9, 2-13; Lc 9, 28-36). Esta teofanía guarda un paralelismo muy estrecho con el bautismo en el Jordán, especialmente por lo que se refiere a la voz de Dios Padre. Por eso, si el testimonio de Juan y el bautismo del Jordán abrieron el primer período de la vida pública, puede decirse que la confesión de Pedro y la trasfiguración del Tabor abren el segundo período.

        Inmediatamente después de bajar del monte, tiene lugar la curación del endemoniado epiléptico (Mt 17, 14-20; Mc 9, 14-29; Lc 9, 37-43a). Es un episodio que recuerda de algún modo aquel combate de Jesús contra las insidias satánicas, que fueron las tentaciones después del ayuno en el monte de la Cuarentena.

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