Sexto
Dolor y Gozo

        
        Glorioso san José, que viste sujeto a tus órdenes al Rey de los Cielos. El consuelo que experimentaste al conducir de Egipto a tu querido Jesús fue turbado por el temor a Arquelao, fuiste, sin embargo, tranquilizado por el Ángel y permaneciste gozoso en Nazaret con Jesús y María.

        Por este dolor y gozo te pedimos nos obtengas que, libres de todo temor nocivo, gocemos de la paz de conciencia y, viviendo tranquilos en unión de Jesús y de María, muramos en su compañía.

        (Padrenuestro, Avemaría y Gloria)

        El se levantó, tomó al niño y a su madre y regresó a la tierra de Israel. Pero al oír que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá (Mt 2, 21-22).

        En el viaje de retorno a casa José tiene que cambiar los planes; toma el desvío y sigue hacia el norte, hacia Galilea. Va con Jesús –que ya tiene unos años– y con María; pero aunque camina contento, está preocupado por solucionar los problemas de cada día, por evitar los peligros del camino. Y no descansará tranquilo hasta el final del viaje.

        La vida consiste, en cierto sentido, en ir de camino. De camino hacia la casa del Padre, nuestra morada definitiva. Cada día es un paso que nos puede acercar al cielo. Pero no caminamos solos, vamos en compañía de otros, sobre todo de nuestra familia.

        Sería muy cómodo –muy egoísta– vivir sin preocuparse de los demás. Como a José, también a nosotros nos pide Dios que carguemos con la salud espiritual y física de los que nos rodean.

        En Nazaret estableció José de nuevo su taller de artesano. Trabaja y trabaja con la garlopa. María también trabaja. Y Jesús, todavía niño, juega con las virutas de serrín; aprende a moverse entre clavos y maderos para el momento de la redención.

        José goza porque Dios ha querido que sea artesano, padre y esposo. Porque, precisamente en medio de esas tareas, él está con Jesús y con la Virgen María. Trabajar satisface humanamente, es medio de subsistencia, sirve para sacar adelante la familia. Pero sobre todo es el instrumento que tenemos para servir a Dios y a los demás.

        Nazaret ha quedado para la historia como el modelo de hogar, y el lugar donde Dios enseña a trabajar por amor y con alegría sobrenatural. El santo patriarca será el patrono de quienes trabajen con ese sentido cristiano. ¡Qué gozada vivir en una familia así, trabajando como Él!

        Y fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas: será llamado Nazareno (Mt 2,23).

Reflexión:

        —¿Estoy contento en mi trabajo porque me gusta, porque saco provecho, o tendría que tener una motivación más sobrenatural?

        —¿Procuro trabajar con la seriedad de un padre que tiene que sacar adelante su familia?

        —¿Advierto que Dios ve todo lo que realizo, cómo está hecho y las intenciones que tengo? ¿Se lo puedo ofrecer a Él? ¿Se lo ofrezco de hecho?

        —¿Dedico suficiente tiempo a mi familia? ¿Me doy cuenta de que los demás necesitan de mi tiempo, de mí?

        —¿Sé escuchar? ¿Recuerdo alguna cosa que me hayan hecho notar mis familiares y no acabo de tener en cuenta para rectificar?

        —¿Rezo por mi familia? ¿Rezamos en familia?

 

Propósito:

        Considerar en el trabajo –al menos al empezar– que puedo ofrecerlo a Dios a través de san José.

 

Oración:

        Oh glorioso José, alcánzame la gracia de trabajar a imitación tuya: con orden, constancia, intensidad y presencia de Dios; de trabajar teniendo siempre ante mis ojos las almas todas y la cuenta que habré de dar del tiempo perdido y de la vana complacencia en mis trabajos, tan contraria a la gloria de Dios. Así sea.

 

        —Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.

        —Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.

        —Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.

 

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