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Empieza la ejecución,
es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte,
debe cargar con la cruz como los otros dos condenados que van a sufrir
la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53, 12).
Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente magullado
y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole
de la cabeza coronada de espinas. Ecce Homo! (Jn 19, 5). En Él
se encierra toda la verdad del Hijo del hombre predicha por los profetas,
la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías:
«Fue traspasado por nuestras iniquidades... y en sus llagas hemos
sido curados» (Is 53, 5). Está también presente en
Él una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que
el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn
19, 5): «¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!»
En esta afirmación parece oírse otra voz, como queriendo
decir: «¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con
vuestro Dios!»
Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de
esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos
llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce Homo!
Jesús, «el llamado Mesías» (Mt
27, 17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19, 17). Ha empezado la
ejecución.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
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