¿Puede haber bioética sin Dios?
Fernando Pascual, L.C.
Autoridad y libertad en la educación de los hijos
Victoria Cardona

      Hay una pregunta que surge ante programas, conferencias y clases de bioética que buscan explicar esta materia como si fuese algo plenamente racional y abierto a todos: ¿puede existir una bioética sin Dios?

      La respuesta exigiría un camino largo de desarrollo. Pero a modo de breve inicio, podríamos decir que no, porque no puede darse una ética completa sin abrirse a la espiritualidad humana, y porque no se llega a fundar bien la espiritualidad sin reconocer a Dios.

      La ética supone, en primer lugar, que el hombre puede conocer de un modo superior al sensible. No se limita a ver, a oler, a gustar, a tocar. Va más allá de lo que oye y mira, puede pensar desde ideas universales, está abierto a la verdad.

      La ética supone, en segundo lugar, que el hombre puede decidir desde principios superiores, que van más allá del gusto inmediato, del ronroneo del estómago, de la avidez de los ojos. Por tener una inteligencia y una voluntad podemos decir “no” a los caprichos y “sí” a la verdad, al bien, a la justicia, al amor. Por desgracia, también ocurre lo contrario, pero entonces actuamos de modo injusto, malo, destructivo.

      Desde estas dos suposiciones, hace falta dar un paso ulterior: si pensamos, si decidimos más allá de lo material, es porque somos espirituales. Admitir la espiritualidad nos pone por encima de los átomos y de los campos magnéticos. Además, nos abre al horizonte de Dios, el único ser que puede dar origen a seres dotados de espiritualidad, capaces de vivir éticamente.

      La explicación queda, así, esbozada en su forma más esquelética, pero no por ello menos verdadera. Si no hay ética sin espiritualidad, y sin no hay espiritualidad sin Dios, entonces no puede haber bioética sin Dios.

      Por eso resulta anómalo intentar construir una sana bioética sin Dios, como si bastase con hacer girar, en torno a ella, datos de la medicina, de la biología, del derecho, de la antropología, y de otras disciplinas implicadas.

      El hombre no se comprende a sí mismo sin reconocer su origen en Dios y su orientación a continuar su existencia tras la muerte. Admitirlo no sólo como presupuesto, sino como auténtica columna vertebral de la propia reflexión, hará posible que la bioética no quede coja o mutilada, sino que refleje de modo más perfecto un objetivo irrenunciable: promover el respeto a la vida humana y a otras formas de vida relacionadas con el hombre desde un fundamento rico e indestructible: Dios.