Células madre:
verdades y mentiras

Por Natalia López Moratalla
Catedrática de Bioquímica y Biología molecular
Universidad de Navarra
www.PiensaunPoco.com

Así se plantea la cuestión         EL uso terapéutico de las células madre ha surgido, en los últimos años, como un nuevo modo de la medicina: sustituir o regenerar aquellas células destruidas por la enfermedad degenerativa (diabetes juvenil, Parkinson, esclerosis múltiple, etc.) o a causa de un accidente, como el infarto de miocardio o la lesión de la médula espinal. Esta investigación surge y da sus primeros pasos en un contexto muy complejo: el hecho de usar inicialmente como fuente de células madre, las que forman la masa interna del embrión humano de cinco días. En principio, aquellos embriones que son calificados como “sobrantes” de la práctica de las técnicas de reproducción humana asistida. Y por ello, este campo biomédico de una excepcional importancia, ha estado envuelto en el debate sobre la investigación destructiva de embriones humanos y sobre el destino de los que están crioconservados. Con frecuencia, se reduce y desvirtúa la problemática científica y ética en un simple “embriones humanos para curar de enfermedades regenerativas: sí o no”. Pero la cuestión no es esa.
Lo que se conoce hoy por la ciencia         Una investigación para estudiar enfermedades y buscarles soluciones no puede, ni ética ni técnicamente, tener como material de partida el que conlleve destrucción de vidas humanas. La ciencia está a otro nivel mucho más avanzado. Un ser humano, de menos o de más de 14 días, implantado en el útero materno o congelado, deseado para procreación o abandonado, es un ser humano que nadie puede arrogarse el poder de matarlo para usarlo como medio, por muchos beneficios para la humanidad que se derivasen de ello. Esta no es una cuestión de prejuicios religiosos. Ni la investigación biomédica debe dejarse manipular de opciones o presiones políticas, o intereses meramente económicos. Ha pasado el tiempo de los discursos demagógicos que usan la sensibilidad de todo buen nacido hacia el dolor ajeno. Si hace unos pocos años podría caber alguna duda de la necesidad de estas preciadas y polémicas células hoy sabemos, con rigor científico, que no hay enfermos cuyas vidas estén dependientes de que se permita legalmente descuartizar embriones para que les sean suministradas, injertadas o inyectadas estas células.
Las propias células madre         Las cuestiones que se han ido planteando están resueltas afortunadamente y son de hecho una esperanza fundada de curar esas enfermedades graves; en este campo se ha traspasado ya el ámbito de la mera promesa o aspiración utópica. En primer lugar, contamos con la presencia en la sangre y en la médula ósea, en la grasa y en todos los órganos y tejidos de nuestro organismo, con células madre capaces porque esa es su función propia y natural de regenerar o sustituir aquellas células destruidas o dañadas. En los tres últimos años, y con una frecuencia casi semanal, ha ido conociéndose cómo son y cómo funcionan estas células propias y en muchos casos qué tenemos que hacer para que se sitúen en su lugar propio y cumplan su función. Pacientes con infarto o con la enfermedad de Parkinson están siendo ya curados con éxito gracias a sus propias células madre. Ciertamente queda mucho por saber de ellas y de su eficacia a largo plazo, pero hoy por hoy su uso no ha presentado aún ningún problema.
Las células madre embrionarias no funcionan

        También es bien cierto que los trabajos pioneros con las células madre procedentes de embriones han sido muy útiles para poner en el tapete estas nuevas terapias. Tras varios años de trabajo quedan muy claras las tres conclusiones siguientes:

        En primer lugar, los experimentos con embriones de ratones han puesto de manifiesto que estas células madre embrionarias no pueden ser transferidas a ningún paciente: son tan poco “domesticables” que producen tumores en el organismo en que se introducen y actúan en él demasiado por libre. No vale la pena, ni tiene sentido, seguir por esa vía de convertir célula embrionarias en células del tipo diferenciada e inmadura que ya de por sí tiene el cuerpo y las tiene además situadas en su sitio.

No es necesario en ningún caso tocar el embrión

        En segundo lugar, sí merece la pena continuar investigando con ellas y sacándoles sus valiosos secretos. Pero esa investigación puede hacerse en células animales y en último caso de los cadáveres de los embriones “sobrantes”, que la reforma actual de la ley permitirá para llevar a cabo los proyectos para los que sean imprescindibles. Y por último, aquellas investigaciones que exijan que las células sean del tipo embrionario y además humanas (y además sin el riesgo de que tengan defectos genéticos por proceder de embriones de progenitores con problemas de esterilidad), hoy podemos ya ir a ellas con paz: somos capaces de conseguirlas sin producir ni destruir embriones. Años de fuerte esfuerzo han dado sus resultados: el 30 de septiembre pasado la prestigiosa revista PNAS publica las impresionantes fotos de células de diversos tejidos derivadas de las del tipo madre embrionarias de una partenogénesis; sin tocar un embrión humano.

Seamos científicos serios

        Aun sigue sumida en la demagogia la necesidad de llevar a cabo el eufemismo acientífico de la “clonación terapéutica”. No existe hoy por hoy ninguna posibilidad de clonar un mono y menos aún un ser humano. Va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre; y pasar el núcleo de una célula a otra, sin más reprogramación del material genético, no es clonar es simplemente hacer una transferencia nuclear. Los científicos trabajamos a fondo para producir células del tipo deseado manipulando células y no manipulando seres humanos. Los primeros descubrimientos en esta línea están ya conseguidos. De esta forma, para aquellas enfermedades degenerativas, pienso por ejemplo en la ceguera de la retinosis pigmentaria, que no pueden ser curadas con las células propias del paciente empezamos a contar con material celular sano híbrido: mitad suyo y mitad ajeno.