La demografía desmiente a sus críticos de hace 35 años

La profecía de Pablo VI en la «Humanae Vitae»

Los últimos informes demográficos mundiales desmienten las catastróficas previsiones de los críticos del Papa Pablo VI y de su encíclica «Humanae Vitae», publicada hace exactamente 35 años (25 de julio de 1968).

Ciudad del Vaticano, 23 julio 2003 (ZENIT.org).

Pero el Papa comprendió la mentira

        La carta del Papa «sobre la regulación de la natalidad» tenía por objetivo, como aclaraba el mismo documento, defender «la dignidad de los cónyuges» (n. 18).

        En aquellos años, habían cobrado fuerza las teorías maltusianas (Thomas Malthus, 1766-1834) que veían en la «bomba demográfica» el peligro del planeta y que buscaban desactivarla con campañas de control demográfico.

        Estas campañas promovidas por gobiernos y organismos internacionales, buscaban (o buscan) imponer a las parejas el número de hijos con métodos artificiales de control demográfico, particularmente entre los países del tercer mundo.

Corrección tardía

        La División de Población de las Naciones Unidas, en su informe «Perspectivas sobre Población Mundial: Revisión del 2002», publicado en febrero pasado, calcula que para 2050 habrá en el planeta 8.900 millones de personas. Con esta cifra, la ONU redimensiona en casi mil millones de personas las previsiones de 1994, cuando preveía 9.800 millones.

        De hecho, la proyección de la variable media pronostica que, a mediados de siglo, tres de cada cuatro países en las regiones menos desarrolladas estará por debajo de la fertilidad de reemplazo generacional. Este fenómeno podría tener graves consecuencias para su desarrollo económico, como experimentan ya algunos países desarrollados.

Responsabilidad sólo de la conciencia

        Con amplitud de miras, a encíclica del Papa, en el número 12, abogó más bien por el respeto del carácter unitivo y procreador del acto de amor entre un hombre y una mujer.

        En la encíclica «Populorum Progressio» (26 de marzo de 1967) el pontífice escribía un año antes: «En última instancia, a los padres corresponde decidir, con pleno conocimiento de causa, sobre el número de sus hijos; derecho y misión que ellos aceptan ante Dios, ante sí mismos, ante los hijos ya nacidos y ante la comunidad a la que pertenecen, siguiendo los dictados de su propia conciencia iluminada por la ley divina, auténticamente interpretada, y fortificada por la confianza en Él» (n. 37).

Represión de los pobres sobre los ricos

        El 9 de noviembre de 1974 en un discurso a los participantes en la Conferencia Mundial de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el mismo Papa afirmaba: «No es admisible que quienes detentan el control de los bienes y de los recursos de la humanidad traten de resolver el problema del hambre prohibiendo nacer a los pobres o dejando morir de hambre a aquellos niños, cuyos padres no forman parte de los planes teóricos, que se fundan en hipótesis sobre el futuro de la humanidad»,

        «En otras ocasiones –añadía en ese discurso–, en un pasado que ojalá quede superado para siempre, ciertas naciones hicieron la guerra para apoderarse de las riquezas de sus vecinos. ¿No es acaso una nueva forma de guerra la que impone una política demográfica limitativa a ciertas naciones para que no reclamen su justa parte de los bienes de la tierra?».

El justo enfoque

        En la carta apostólica «Octogesima Adveniens» (14 de mayo de 1971) el Papa Giovanni Battista Montini reivindicaba «que la familia, sin la cual ninguna sociedad puede subsistir, tiene derecho a una asistencia que le asegure las condiciones de un sano desarrollo».

        El 4 de octubre de 1965, en su alocución a la Asamblea General de las Naciones Unidas, Pablo VI lanzaba su desafío a los presentes: «Vosotros tenéis que hacer que haya pan suficiente para la mesa de la humanidad; y no favorecer el control artificial de los nacimientos –algo irracional– para disminuir el número de comensales en el banquete de la vida».

        Las previsiones de la ONU dan hoy razón al Papa.