¿Hay existencias humanas menos dignas?
Fernando Pascual, L.C.
 

        Cada día nacen miles de hijos. En hospitales o en el propio hogar, con atenciones médicas o sin ellas, acogidos por unos padres que gozan de una buena situación económica o en medio de la pobreza.

        Al ver tantas diferencias en ese momento del parto, incluso antes del mismo, hay quienes piensan que algunas existencias humanas son menos dignas, como si hubiera hijos que no deberían haber nacido.

        Este modo de pensar surge desde mentalidades que establecen diferencias de “calidad” entre los seres humanos. Aquellos que son concebidos y acogidos en condiciones buenas, merecen ser respetados. Quienes inician a existir en situaciones difíciles y entre el rechazo de algunos adultos, no son dignos de respeto.

        Pensar así implica adoptar una visión discriminatoria. Con el uso de una serie de parámetros, los hijos quedan clasificados en dos grupos: los que superan un test de calidad y de condiciones suficientes para nacer, y los que no. Los primeros serán ayudados y promovidos. Los segundos, si nadie lo remedia, serán marginados, o incluso abortados, bajo pretextos de todo tipo.

        Sólo cuando superamos modos de pensar que discriminan, sólo cuando miramos a cada ser humano en su singularidad, seremos capaces de reconocer que la dignidad no depende ni de circunstancias externas, ni de los deseos de los adultos, ni de leyes que permiten el aborto bajo ciertas condiciones.

        Un hijo vale simplemente por ser hijo, aunque tenga defectos genéticos, aunque haya iniciado su existencia en condiciones muy difíciles, aunque a su alrededor haya estallado una guerra, aunque existan ideólogos que desprecian a aquellos seres humanos que no tengan una determinada raza, o un sexo concreto, o unos niveles de “perfección” más o menos arbitrarios.

        Las sociedades y los pueblos empiezan a ser justos cuando dejan de despreciar a algunos seres humanos por considerarlos “menos dignos”, y cuando promueven el respeto hacia todos, también hacia los más débiles, los más frágiles, los más necesitados.

        Ese es uno de los mensajes que han ofrecido al mundo los últimos papas (san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) y que puede llegar a todos los corazones. A quienes creen, porque la dignidad humana nos pone en relación directa con Dios. Y a quienes, sin fe, buscan la verdad y la justicia, porque reconocerán la importancia de respetar a todos, especialmente a los más pequeños e indefensos entre los seres humanos.