“Evangelii gaudium” y bioética
Fernando Pascual, L.C.
 

        El capítulo IV de la exhortación apostólica “Evangelii gaudium” del Papa Francisco, que está dedicado a la dimensión social de la evangelización, tiene una sección titulada “la inclusión social de los pobres”. El último apartado de esa sección trata sobre el cuidado de la fragilidad, desde el número 209 hasta el número 216. En esos números encontramos diversos argumentos estudiados en la bioética, y vamos a evidenciarlos ahora.

        Quienes conocen el magisterio de la Iglesia católica sobre la vida en las últimas décadas pueden percibir una línea de continuidad entre este documento y una intuición de Juan Pablo II. En una carta publicada en 1991, y luego recogida, en parte, dentro de la encíclica “Evangelium vitae” (n. 5), el Papa había señalado que el gran problema social de nuestro tiempo era precisamente el de la vida por nacer, por lo que merecía la máxima atención de la Iglesia, de un modo parecido a como en el siglo XIX la Iglesia individuó en los obreros a los más desfavorecidos y trabajó decididamente por defenderlos.

        El Papa Francisco coloca precisamente sus reflexiones bioéticas en el contexto de la atención de la Iglesia hacia los más necesitados. ¿En qué manera?

        En el n. 209, el Papa pone su mirada en el ejemplo de Cristo. Jesús se identifica con los más pequeños (citando Mt 25,40), y por eso invita a todos los cristianos “a cuidar a los más frágiles de la tierra”. Sin embargo, se subraya en ese mismo número, el actual modelo social no valora los esfuerzos a favor de los menos dotados, por lo que se encuentran en una situación de gran vulnerabilidad.

        Desde este punto de partida, el documento invita a descubrir la presencia de Cristo en las “nuevas formas de pobreza y fragilidad”. En concreto, son enumeradas las siguientes: “los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc.” (n. 210). También se recuerda a los migrantes y a todos aquellos que sufren por culpa de la trata de personas (nn. 210-211).

        Luego la atención papal se dirige a las mujeres, “doblemente pobres” cuando “sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos” (n. 212). A pesar de ello, subraya el texto, entre las mujeres se encuentran “los más admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de la fragilidad de sus familias” (n. 212).

        En ese contexto, e inmediatamente tras hablar de las mujeres, el Papa dirige su mirada a los niños por nacer, en los dos párrafos más bioéticos de todo el documento (nn. 213-214). Intentemos desentrañarlos en sus diferentes reflexiones.

        La primera frase del n. 213 permite situar el tema del aborto en el marco de la atención a la debilidad humana. “Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo”.

        Los puntos abordados en estas líneas tienen una especial importancia:

        -La Iglesia quiere atender con predilección a los niños por nacer.
-Tales niños son los más indefensos e inocentes.
-Existe hoy la tendencia a negarles su dignidad, en vistas a disponer de ellos libremente.
-Se les quita la vida y se promueven leyes que impiden defenderlos.

        El análisis ofrecido por el Papa Francisco es sintético y claro: estamos ante una grave injusticia cuando existen leyes que permiten el aborto e impiden la protección del más indefenso de los seres humanos: los hijos antes de nacer. Aunque la idea no aparece de modo explícito, también el texto puede aplicarse a todos los embriones concebidos y usados en la fecundación in vitro, como si fuesen material disponible según los deseos de otros.

        A continuación, en este mismo n. 213, el Papa señala algunos argumentos usados para acallar a la Iglesia católica en su esfuerzo por defender a los no nacidos. “Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador”. En otras palabras, estamos ante un contexto de manipulaciones y engaños, que se construye desde afirmaciones que buscan “ridiculizar alegremente” a la Iglesia como si ésta adoptase una postura ideológica al defender a los niños por nacer.

        La respuesta ante estas acusaciones es clara y asequible también a un nivel puramente racional. “Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades”.

        Se trata, por lo tanto, de considerar la defensa de la vida de los hijos desde un fundamento que resulta irrenunciable a la hora de comprender correctamente los derechos humanos: cada ser humano vale siempre, en todas las situaciones de su camino existencial, y nunca puede ser visto como un medio.

        Negar lo anterior, continúa nuestro párrafo, destruye los fundamentos que permiten la defensa de los derechos humanos, lo cual lleva a someter tales derechos “a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”. Bastaría con la razón (no hace falta ser creyente) “para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana”.

        El n. 213 concluye con una apertura a la dimensión propia de la fe, que da mayor realce al respeto que merece cada vida humana: “si además la miramos desde la fe, ótoda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre»” (es citado un texto de la exhortación de Juan Pablo II “Christifideles laici”, n. 37).

        Desde lo afirmado en el párrafo anterior, el n. 214 subraya los motivos por los cuales la Iglesia no puede cambiar su posición respecto a esta temática: “Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o modernizaciones. Además, sigue el texto, “no es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”.

        El Papa no duda en señalar aquí que “hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor? En otras palabras, las situaciones más difíciles exigen un acompañamiento, y todos los creyentes en Cristo estamos llamados a ofrecer, en la medida de nuestras posibilidades, una mano amiga a aquellas mujeres que viven un embarazo marcado por tensiones y problemas graves.

        En el siguiente punto, notamos cómo la visión bioética se extiende más allá de los seres humanos y llega a toda la creación, que corre el peligro de ser usada de un modo indiscriminado. El motivo de la atención a nuestro ambiente es claro: “Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas. Por nuestra realidad corpórea, Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación” (n. 215).

        Por eso la Iglesia también se siente llamada a custodiar el mundo en el que vivimos de forma que no quede dañado, para el bien de nuestros contemporáneos y para el de las generaciones futuras. El Papa corrobora esta idea con la cita de un texto poético, un “lamento”, de los obispos de Filipinas publicado como Carta pastoral en 1988 bajo el título “What is Happening to our Beautiful Land”

        La sección que estamos presentando concluye con una mirada a san Francisco de Asís: “Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (n. 216).

        Como acabamos de ver, la exhortación apostólica “Evangelii gaudium” nos presenta ideas importantes para la reflexión bioética, desde un concepto fácilmente comprensible: la fragilidad. Una fragilidad que nos interpela, precisamente porque no podemos sentirnos indiferentes ante el dolor de tantos seres humanos inocentes, tratados como objetos, usados simplemente según la utilidad que pueda encontrarse en ellos, como ocurre por desgracia en aquellas sociedades que han puesto como fundamento el individualismo y la búsqueda desenfrenada del bienestar de algunos.

        La visión cristiana, asequible también a quienes usan adecuadamente su razón, nos sitúa en una perspectiva mucho más rica y más hermosa: la que nos impulsa al respeto y al servicio hacia los más vulnerables y necesitados, los hijos antes de nacer; y hacia tantos hombres y mujeres que necesitan justicia, cercanía, apoyo, durante su camino en un mundo que esperamos más cuidado, más limpio, más justo, y más abierto al amor.