El chimpancé bonobo asciende a "homo"

Jesús Sanz Rioja www.PiensaunPoco.com

"La conciencia de la conciencia"         Que yo sepa, es reciente en el tiempo el deseo del hombre por equipararse a formas inferiores de vida animal; digo explícitamente, claro, que a juzgar por los hechos, auténticos animales los ha habido en nuestra especie desde el alborear de los siglos. Charles Darwin, inocente de tantas cosas, fue quien con sus teorías de la evolución pareció dar el disparo de salida para que muchos empezaran a sentir la querencia del parentesco con los simios; y eso precisamente en la época en que el hombre presumía de entrar en una fase de madurez, liberado al fin de viejas supersticiones. En los diecisiete o dieciocho siglos anteriores (y quizá más allá, aunque esa historia me es menos conocida) a los animales se les llamaba “brutos”, concepto que introducía una barrera literalmente abismal entre ellos y nosotros, barrera que iba más allá de las semejanzas entre los espinazos, los pulgares o los genes. En suma, les faltaba algo decisivo algo que no se medía en términos de ADN o de masa cerebral. Algo que podría definirse como “la conciencia de la conciencia”.
Una pequeña gran diferencia         Jane Goodall, premio Príncipe de Asturias de investigación 2003, dice que nos parecemos a los chimpancés en personalidad y habilidades intelectuales, lo que no deja de hacerme preguntar qué humanos ha conocido esta señora. Hace unos días, unos biólogos norteamericanos proponían que al chimpancé se le incluyera en el género “homo”, del que el hombre es la única especie representante, con el título de “homo sapiens”. Compartimos, al parecer, el 99,4% de los genes, cosa que le hace a uno preguntarse qué demonios hay en el 0,6 restante. Bien, es otra manera de acortar distancias. Si los ordenadores Pentium, la Capilla Sixtina, el Quijote, el derecho administrativo o la sangre de los mártires romanos nos hacen aún sentir repulsión por la idea de ser vulgares primates, elevémosles a ellos y digamos que hasta ahora no, pero quién sabe si un día un Pan Paniscus o chimpancé bonobo no nos asombrará con algo parecido al Requiem de Mozart o al código de Hammurabi.
A ver si va a ser...                  Algunos han ido por delante y han creado movimientos de liberación y códigos de derechos de los animales. Recuerdo al profesor Peter Singer, fundador y líder de uno de esos movimientos, y al grupo “Proyecto simio”, que trabajaba en la redacción de una carta de derechos humanos de todos los primates. Ya en algunos lugares es delito maltratar animales, y los entusiastas de las fiestas taurinas cada vez encuentran más escollos por parte de estos cruzados. Quizá dentro de poco veamos a Zapatero haciendo campaña bajo el eslogan “un gobierno para todas las especies”.

        Lo curioso es que todas estas iniciativas en pro de la dignificación de los animales parten de los humanos. Lo normal es que los oprimidos de la tierra produzcan sus libertadores entre ellos mismos. Israel tuvo un Moisés, los esclavos de Roma un Espartaco, los negros de Norteamérica un Luther King. Pero a los monos y a los toros hay que hacérselo todo. Nunca nadie les ha oído una palabra por su liberación. Y si les preguntas si desean ser liberados callan misteriosamente. Nada. Silencio sepulcral.

        A ver si va a ser el lenguaje lo que hay en el 0,6%. Y también la risa, el llanto...