Premio Nobel de medicina al inventor del bebé probeta
Agustín Losada
Con la Vida en los Talones: historias de superación y esperanza
Jesús Poveda y Silvia Laforet

 

10.000

        Han otorgado el Nobel de Medicina a Robert Edwards, pionero en el tratamiento de la infertilidad y padre del primer bebé probeta, Louise Brown, quien ahora tiene 32 años (me refiero a Louise Brown. Edwards tiene 85, y su vida toca a su fin).

        Robert Edwards ha sido un visionario en la investigación sobre técnicas de fertilización. Dos años después del éxito por el nacimiento de Louise Brown inauguró Bourn Hall, la primera clínica de fertilización in vitro del mundo. En ella han sido concebidos más de 10.000 bebés desde entonces.

        He leído que el profesor Edwards recordó el momento en que creó el primer blastocisto humano, en 1968, con estas palabras tan evocadoras: "Nunca olvidaré el día en que miré por el microscopio y vi algo extraño en los cultivos. Miré y lo que vi era un blastocisto humano mirándome. Pensé: lo hemos conseguido".

        La verdad es que no le podemos quitar mérito científico a Edwards. El problema es que no se centró en resolver los problemas patológicos ni el cuadro epidemiológico de la infertilidad. Por el contrario, focalizó sus esfuerzos en la fecundación in vitro. Es, por tanto, uno de los responsables de que hayan nacido hasta la fecha un número aproximado a los cuatro millones de personas en todo el mundo con sus técnicas. Seres humanos que deben su existencia a los descubrimientos de Robert Edwards. Personas que jamás habrían llegado a nacer si no hubiera sido por sus trabajosos. De alguna manera podemos afirmar que le deben la vida. A él, indirectamente, y a los médicos que, usando sus técnicas, forzaron la naturaleza para obligarles a nacer..

30 millones

        ¿Qué hay de malo, pues? ¿No debería ser felicitado por ello? Así lo ha considerado la academia sueca, que le ha concedido el Nobel de Medicina. Dejemos de lado, de momento, el profundo ataque a la dignidad de los seres humanos creados (fabricados) como consecuencia del trabajo de un laboratorio, en lugar de ser fruto de una relación humana, sujeta a los azares de la naturaleza. No ha habido tiempo para analizar los efectos psicológicos que sobre estos seres creados de forma artificial, en la asepsia de una placa de Petri, pueda tener el hecho de su concepción artificial. Estos cuatro millones sí tienen a quién pedir cuenta de sus nacimiento. Para lo bueno y para lo malo.

        Los académicos y todos los que inocentemente se alegran por este gran progreso científico han olvidado que además de esos cuatro millones de seres que han nacido hay aproximadamente otros 30 millones de seres humanos que están en estado de suspensión vital, detenidos en su desarrollo a los 14 días de vida, congelados a -196 grados en tanque de nitrógeno líquido, sin solución posible. Y su número crece cada día, debido al éxito de las clínicas de FIV. Muchos de ellos ya habrán muerto, aunque aún no lo sepan los que los congelaron. Otros se quedaron en el camino, al no superar los controles de calidad exigidos en operaciones de selección genética. Para los demás, no hay solución plausible. 30 millones de seres humanos son muchos. Demasiados. Casi tantos como los que murieron en la II Guerra Mundial. Solo que esto es un genocidio de guante blanco, que en vez de un tribunal en Nüremberg merece un galardón en Estocolmo.