Un embrión y un feto se saludan
Existen lugares en el mundo donde, protegida por la ley, la libertad se transforma en libertinaje para matar. Con la ley que permite el aborto, México, D.F., se ha convertido en uno de ellos desde 2007.
Alfredo Ortega Trillo
El origen del hombre

        Ley y libertinaje. Palabras de tan parecida ortografía tienen significados muy distintos: la libertad carga consigo un haz de responsabilidades que emanan de su ejercicio. Moral y jurídicamente somos responsables de nuestros actos en la medida en que somos libres de cometerlos; el libertinaje, en cambio, ni siquiera rinde cuentas a la conciencia.

        Uno de los capítulos más escandalosos en la historia del libertinaje comenzó un día, dónde si no, en el "país de la libertad", cuando ésta, desbordada en sí misma salió a la calle ondeando pancartas con la consigna "Pro Choice" –como si pudiera pensarse en un género de libertad que no se base en elecciones–. La elección en cuestión, sin embargo, se la otorgaba en exclusiva a la mujer, dejando al feto sin choice. Una libertad así entendida se convirtió en derecho altanero capaz de aplastar otros derechos más humildes, aunque fueran primigenios a la propia libertad, como el derecho a la vida. Así las cosas, quizá porque los humanos aún no estamos en peligro de extinción, del exterminio individual de nuestra especie no existen monitoreos científicos y ocurre, a veces, que donde se permite legalmente la destrucción del feto humano, se imponen multas y penas de cárcel a quien destruye un huevo de tortuga.

La ciencia y la fe

        Pero hablar del feto humano nos traslada a otra cuestión aún más delicada que la mera diferencia entre libertad y libertinaje, puesto que también hay quienes alegan que un feto humano no es "humano", aunque no tengan ninguna duda respecto a la dignidad de un huevo de tortuga. La ONU es de esta línea. En su Declaración Universal de los Derechos del Hombre, por ejemplo, la ONU establece que todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad (en ese orden), pero no reconoce categoría de "individuo" sino hasta después de su nacimiento. Pero hay quienes, por el contrario, reconocemos que el ser humano ya existe como individuo en toda su dignidad humana desde el momento de su concepción, y vemos en el origen biológico de una persona una historia tan fascinante como la del origen del universo. Tenemos nuestras razones: tanto la Biblia como la ciencia coinciden en la descripción del prodigioso instante de ambas creaciones.

        Steven Wimberg, premio Nóbel de física en 1979, remonta su descripción matemática del origen del universo hasta el primer centésimo de segundo después del principio, cuando la temperatura cósmica se "enfría" a cien mil millones de grados Kelvin y el caldo de energía hiperdenso en colisiones subatómicas libera parte de esa energía en forma de luz. El Génesis es más sucinto: "En el principio dijo Dios: "Hágase la luz..."

        La Biblia es clara en establecer la dignidad de la persona humana desde el momento mismo de su creación: "Dijo Dios "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... y creó Dios al hombre a su imagen" (Gen. 1, 26-27)". Todavía más, la Biblia reconoce la existencia de la persona individual desde antes aún de la concepción: "Antes de formarte en el seno de tu madre ya te conocía, y te consagré y destiné a ser profeta de las naciones" (Jeremías 1, 5).

La prueba de las pruebas

        Para nosotros los creyentes, el embarazo de María es la prueba más sublime de la existencia de la persona individual antes del nacimiento. Cuando a los pocos días de la Anunciación María visita a su prima Isabel, Juan el Bautista, por entonces un feto de seis meses, salta en el vientre de Isabel al reconocer en un embrión no mayor que una cabeza de alfiler al Hijo de Dios (Lucas 1, 44).

        Para la ciencia, la historia de la humanidad se condensa en el intercambio genético de dos personas al instante mismo de la concepción, especie de big bang de la biología que precede a la vertiginosa cadena de acontecimientos que no cesarán hasta 23 años después, cuando la persona llegue a la plenitud biológica de todos sus órganos. Sucede que el huevo fecundado tiene ya en sí, en una secuencia de tres billones de nucleótidos cuyo registro cabe en tres giga bites, la constitución genética entera del genoma humano, el mismo que regirá la vida de un individuo desde la primera división mitótica de su vida hasta el momento de su muerte.

        Tal vez la Declaración de los Derechos del Hombre al poner en duda la "individualidad" del feto humano ha invertido los términos de la cuestión, cuando más bien tendría que reconocer en el individuo que llega a la mayoría de edad no es otra cosa que la existencia de un óvulo fecundado que no ha dejado de crecer.