|
|
|
Jan Grzebski - ¡Ni hablar! Eso era imposible. Habla en voz baja pero se puede comprender perfectamente lo que dice. Gertruda Grzebska - Lo intentamos, pero no había manera. Su cuerpo estaba inerte y tendríamos que atarlo a la silla.
G.G. - Bueno, antes había algún movimientos, pero ahora los domina. Igual con el habla. Antes sólo se le escapaban algunas palabras. J.G. - Ahora ya ve. Puedo construir frases completas.
G.G. - Con los ojos. Sólo con ayuda de los ojos. J.G. - Es que son 42 años de casados. Sabe todo lo que pienso. G.G. - Jan, se te nota ya cansado. Vamos, subimos a casa.
G.G. - Vino la televisión, montaron el aparato éste y nada. No sirve. J.G. - No te preocupes, dejamos esta noche la puerta abierta y ya se lo llevará alguien (risas). G.G. - Ahora podemos salir juntos de vez en cuando. Y vamos a la rehabilitación. Pero es un lío. Hay que poner a todo el bloque en guardia.
G.G. - La verdad es que ya no tengo fuerzas. Un día tras otro repitiendo lo mismo... Ha habido días que hasta las tantas de la mañana han estado aquí. Han venido de todos sitios. J.G. - Tienes que poner un magnetofón. G.G. - Pero en mi casa me enseñaron que a los invitados hay que recibirlos. Y ¿qué iba a hacer? ¿Dejarle en la calle con el calor que hace? Si veo ya a alguien que necesita ayuda, tengo que echarle una mano.
J.G. - Si no es por ella yo ya no estaría en este mundo. Sé que debo mucho al hospital, pero sobre todo siento un agradecimiento indecible a mi esposa, que durante esos 19 años no me ha abandonado ni un momento; siempre ha estado a mi lado, haciendo todo lo que necesitaba y siento que a ella le debo la vida. G.G. - Ha sido mucho trabajo. Muchas lágrimas también. Pero sin ese esfuerzo no habría habido milagro. Mírele las piernas. Las tiene sin ninguna herida, ni venas hichadas, ni moratones. Tenía un poco en los glúteos, pero ya se le fue. Y en el hospital, ;hay que ver cómo están algunos pobres enfermos! Pero a Jan lo hemos cuidado, toda la familia lo ha tratado con mucho cariño.
G.G. - He estado pensando en eso últimamente y creo que les enseñé a llevarlo. Antes estaba sano y de repente está tumbado y sólo nos podía mirar. Y nuestros hijos venían al salón, se sentaban y hablaban con él. Y cuando dejaron de vivir con nosotros, pues venían también con los nietos.
G. G. - Mire, ayer vino a casa un médico muy conocido en Polonia, pero no puedo decirle ni de dónde es. Y dijo: "Este hombre andará de nuevo". En el hospital no han encontrado su historial. Yo creo que sienten un poco de vergüenza.
G.G. - Porque pensaban que yo les había contado no sé qué historias a los periodistas y no acababan de creer que habíamos estado cuidando a Jan en casa todo este tiempo. Ahora le harán una revisión en la cabeza, pero me han dicho que podría ser que el tumor que tenía se haya secado. Yo ya no sé. Pero tampoco sé las veces que creía que se nos iba, si cien o más. Las veces que se ahogaba con su propia saliva y tenía que darle agua helada y entonces escupía una especie de flema horrible.
G.G. - Rezaba mucho. Lloraba también mucho. El año pasado, cuando tuvimos que ingresarle ya no podía más. Y entonces le pedí a Dios que hiciera lo que viera mejor, que me ayudara a llevarlo porque estaba sin fuerzas, que no iba a decirle yo lo que tenía que hacer. Y no sé cómo aguanté todo el mes allí, día y noche. Las enfermeras me animaban a ir a dormir a casa pero yo no quería. ¡Y si al día siguiente me lo encontraba sin vida!
J.G. - Recuerdo estos años un poco como nublados. Eso de que al enfermar recordaba sólo vinagre en las tiendas y ahora todo es de color es una exageración de los periodistas. Pero durante este tiempo pensaba en que tenía que seguir viviendo. No podía dejarla sola. Ya ve la fuerza de voluntad que tiene, ella se las apañaría muy bien. Pero no es lo mismo estar solo. "Me di cuenta de que Dios tiene sentido del humor" La vida de Jan y Gertruda Grzebski cambió diametralmente desde que él, 19 años después de quedar paralizado y en estado vegetativo tras recibir el impacto de una locomotora, volvió a hablar y a moverse. La noticia, recogida por el diario local, Gazeta Dzialdowska, corrió como la pólvora por toda Polonia primero y por todo el planeta al poco tiempo. Hubo quien trató luego de quitarle peso al acontecimiento argumentando que no podía hablarse técnicamente de un estado de coma, y los doctores siguen aún sin ponerse de acuerdo sobre lo sucedido, pero lo importante para los Grzebski no es la denominación exacta de la enfermedad, ni el renombre mundial adquirido. Ellos, y especialmente Gertruda, ven claro que todo el esfuerzo de la familia ha tenido sentido, y que sin el cariño de todos el "milagro" no habría tenido lugar. Esta valiente pareja ha aprendido incluso a reírse de las exageradas formas de algunos medios decomunicación de contar su historia. Pero la protagonista verdadera de este relato que ha recorrido todo el mundo es la señora Grzebski. Ella reconoce haber tenido numerosos momentos de cansancio en los que lloró, pero siempre estuvo al lado de su marido. Recuerda los numerosos momentos en los que ha rezado para pedir a Dios que le diera fuerzas: "Aguanté y luego me di cuenta de que Dios tiene sentido del humor. Antes yo le trataba con mucha seriedad, pero desde hace unos meses le digo: "Yo que te pedía sólo aguantar, y vaya lío que has montado ahora". | |||||
Recibir NOVEDADES FLUVIUM |