El hombre que pasó cuatro años en coma y 15 sin poder hablar
Se ha convertido en el polaco más famoso de los últimos tiempos. Después de casi 20 años, el pasado 12 de abril consiguió recuperar repentinamente el habla y las fuerzas. Jan Grzebski, que trabajaba como ferroviario, tuvo un accidente en 1988 y pasó cuatro años en coma. Hace 15 años recuperó la consciencia pero no podía hablar y sufría desde entonces una parálisis total. Me encuentro a los Grzebski justo delante del bloque donde viven. Una de las nietas del señor Grzebski lleva la silla de ruedas. Me presento y nos sentamos en un banco del patio.
Higinio Paterna
La Gaceta de los Negocios
Dzialdowo (Polonia).
Jan Grzebski: "Si no es por ella yo ya no estaría en este mundo”.
Arquitectos de la cultura de la muerte
Donald De Marco, Benjamin D. Wike

¿Salían a pasear antes de que comenzara a recuperarse?

         Jan Grzebski - ¡Ni hablar! Eso era imposible. –Habla en voz baja pero se puede comprender perfectamente lo que dice.

         Gertruda Grzebska - Lo intentamos, pero no había manera. Su cuerpo estaba inerte y tendríamos que atarlo a la silla.

Veo que maneja relativamente bien el brazo. Fue en abril cuando hizo sus primeros movimientos desde hacía 19 años ¿no es así?

         G.G. - Bueno, antes había algún movimientos, pero ahora los domina. Igual con el habla. Antes sólo se le escapaban algunas palabras.

         J.G. - Ahora ya ve. Puedo construir frases completas.

¿Y cómo se entendían durante todo este tiempo?

        G.G. - Con los ojos. Sólo con ayuda de los ojos.

         J.G. - Es que son 42 años de casados. Sabe todo lo que pienso.

         G.G. - Jan, se te nota ya cansado. Vamos, subimos a casa.

Los Grzebski viven en la entreplanta de un bloque nuevo, pero que carece de ascensor. El aparato, que instalaron el jueves pasado, sirve en teoría para facilitar la entrada del señor Grzebski a su casa, pero más bien dificulta la operación, así que con la ayuda de un vecino levantamos a pulso la silla de ruedas.

         G.G. - Vino la televisión, montaron el aparato éste y nada. No sirve.

         J.G. - No te preocupes, dejamos esta noche la puerta abierta y ya se lo llevará alguien (risas).

         G.G. - Ahora podemos salir juntos de vez en cuando. Y vamos a la rehabilitación. Pero es un lío. Hay que poner a todo el bloque en guardia.

Entramos. Es un pequeño piso de tres habitaciones decorado con buen gusto. Algunas imágenes como la de la Virgen de Czestochowa manifiestan la fe de los habitantes de la casa. La señora Grzebska tumba a su marido en el sofá con movimientos bien precisos.

         G.G. - La verdad es que ya no tengo fuerzas. Un día tras otro repitiendo lo mismo... Ha habido días que hasta las tantas de la mañana han estado aquí. Han venido de todos sitios.

         J.G. - Tienes que poner un magnetofón.

         G.G. - Pero en mi casa me enseñaron que a los invitados hay que recibirlos. Y ¿qué iba a hacer? ¿Dejarle en la calle con el calor que hace? Si veo ya a alguien que necesita ayuda, tengo que echarle una mano.

Por eso sigue vivo su marido...

         J.G. - Si no es por ella yo ya no estaría en este mundo. Sé que debo mucho al hospital, pero sobre todo siento un agradecimiento indecible a mi esposa, que durante esos 19 años no me ha abandonado ni un momento; siempre ha estado a mi lado, haciendo todo lo que necesitaba y siento que a ella le debo la vida.

         G.G. - Ha sido mucho trabajo. Muchas lágrimas también. Pero sin ese esfuerzo no habría habido milagro. Mírele las piernas. Las tiene sin ninguna herida, ni venas hichadas, ni moratones. Tenía un poco en los glúteos, pero ya se le fue. Y en el hospital, ;hay que ver cómo están algunos pobres enfermos! Pero a Jan lo hemos cuidado, toda la familia lo ha tratado con mucho cariño.

¿Cómo reaccionó la familia cuando comenzó a deteriorarse la salud de Jan?

         G.G. - He estado pensando en eso últimamente y creo que les enseñé a llevarlo. Antes estaba sano y de repente está tumbado y sólo nos podía mirar. Y nuestros hijos venían al salón, se sentaban y hablaban con él. Y cuando dejaron de vivir con nosotros, pues venían también con los nietos.

¿Y cuál es el pronóstico?

         G. G. - Mire, ayer vino a casa un médico muy conocido en Polonia, pero no puedo decirle ni de dónde es. Y dijo: "Este hombre andará de nuevo". En el hospital no han encontrado su historial. Yo creo que sienten un poco de vergüenza.

¿Vegüenza por qué?

         G.G. - Porque pensaban que yo les había contado no sé qué historias a los periodistas y no acababan de creer que habíamos estado cuidando a Jan en casa todo este tiempo. Ahora le harán una revisión en la cabeza, pero me han dicho que podría ser que el tumor que tenía se haya secado. Yo ya no sé. Pero tampoco sé las veces que creía que se nos iba, si cien o más. Las veces que se ahogaba con su propia saliva y tenía que darle agua helada y entonces escupía una especie de flema horrible.

¿Y cómo podía llevarlo sola?

         G.G. - Rezaba mucho. Lloraba también mucho. El año pasado, cuando tuvimos que ingresarle ya no podía más. Y entonces le pedí a Dios que hiciera lo que viera mejor, que me ayudara a llevarlo porque estaba sin fuerzas, que no iba a decirle yo lo que tenía que hacer. Y no sé cómo aguanté todo el mes allí, día y noche. Las enfermeras me animaban a ir a dormir a casa pero yo no quería. ¡Y si al día siguiente me lo encontraba sin vida!

¿Y en qué pensaba usted durante todos estos años?

        J.G. - Recuerdo estos años un poco como nublados. Eso de que al enfermar recordaba sólo vinagre en las tiendas y ahora todo es de color es una exageración de los periodistas. Pero durante este tiempo pensaba en que tenía que seguir viviendo. No podía dejarla sola. Ya ve la fuerza de voluntad que tiene, ella se las apañaría muy bien. Pero no es lo mismo estar solo.

"Me di cuenta de que Dios tiene sentido del humor"

        La vida de Jan y Gertruda Grzebski cambió diametralmente desde que él, 19 años después de quedar paralizado y en estado vegetativo tras recibir el impacto de una locomotora, volvió a hablar y a moverse.

        La noticia, recogida por el diario local, Gazeta Dzialdowska, corrió como la pólvora por toda Polonia primero y por todo el planeta al poco tiempo. Hubo quien trató luego de quitarle peso al acontecimiento argumentando que no podía hablarse técnicamente de un estado de coma, y los doctores siguen aún sin ponerse de acuerdo sobre lo sucedido, pero lo importante para los Grzebski no es la denominación exacta de la enfermedad, ni el renombre mundial adquirido. Ellos, y especialmente Gertruda, ven claro que todo el esfuerzo de la familia ha tenido sentido, y que sin el cariño de todos el "milagro" no habría tenido lugar.

        Esta valiente pareja ha aprendido incluso a reírse de las exageradas formas de algunos medios decomunicación de contar su historia. Pero la protagonista verdadera de este relato que ha recorrido todo el mundo es la señora Grzebski. Ella reconoce haber tenido numerosos momentos de cansancio en los que lloró, pero siempre estuvo al lado de su marido. Recuerda los numerosos momentos en los que ha rezado para pedir a Dios que le diera fuerzas: "Aguanté y luego me di cuenta de que Dios tiene sentido del humor. Antes yo le trataba con mucha seriedad, pero desde hace unos meses le digo: "Yo que te pedía sólo aguantar, y vaya lío que has montado ahora".