De izda. a dcha.: Víctor Marturet Arrastia, Karmele Barace Lizarbe y Arantxa Asiáin Azcona
«Llevo un riñón de tu hijo»
La tafallesa Karmele Barace Lizarbe sufrió en 1999 un trasplante de riñón. Y tiene la suerte de conocer a los padres de Adrián, el niño de 6 años que se lo donó.
Arquitectos de la cultura de la muerte
Donald De Marco, Benjamin D. Wike
        ARANTXA Asiáin Azcona, vecina de Oteiza de la Solana de 41 años, perdió a su hijo Adrián el 30 de abril de 1999. «Al día siguiente habría cumplido 6 añicos. Tuvirnos un accidente con el coche mientras le llevaba al colegio. Yo estuve en la UVI y no pude tomar la decisión de donar todos sus órganos. Pero tengo el carné de donante desde que cumplí los 18. En mi familia siempre había sido un tema tabú, pero yo se lo inculqué a mi marido y él fue el que tomó la decisión en esos momentos tan duros», recuerda Asiáin.

        Su marido, Víctor Marturet Arrastia, pamplonés de 54 años, no se lo pensó dos veces a la hora de autorizar la donación de los órganos de su hijo Adrián. «Aunque yo no soy donante, es un tema que Arantxa y yo habíamos hablado muchas veces. Pero yo estaba mentalizado para, llegado el momento, donar sus órganos, no los de Adrián. Nadie se plantea sobrevivir a un hijo. Pero, en el fondo, yo sabía lo que tenía que hacer y que, si no lo hacía, Arantxa no me lo perdonaría nunca. Donar los órganos de Adrián era la única forma que tenía de aliviar un poco el dolor de m mujer».

        Ahora, ocho años después, y una vez superada la pérdida de su hijo, este matrimonio se alegra cada día de la decisión que tomaron. Además, ellos son de las pocas personas que han conseguido conocer a uno de los receptores de un órgano de su hijo.

Encuentro en el hospital

Arantxa Asiám y Víctor Marturet donaron los órganos de su hijo Adrián, que falleció en 1999 en un accidente de tráfico.

        Karmele Barace Lizarbe, tafallesa de 52 años, recibió uno de los riñones de Adrián. «Mis sobrinos y los suyos van a la ikastola de Tafalla. Y nuestros cuñados comentaron lo del trasplante a la salida de clase, ataron cabos, y se dieron cuenta de que, al coincidir las fechas, el riñón que me habían trasplantado tenía que ser de Adrián», relata Barace, quien añade: «En cuanto nos dimos cuenta, yo quise ir al hospital a visitar a Arantxa, que seguía ingresada, y a conocer a Víctor. Ellos aceptaron encantados y, hoy en día, seguimos siendo amigos. Sé que soy una privilegiada por haber podido conocerlos. Nunca voy, a poder agradecerles que tuvieran la valentía para tomar la decisión de donar en esos momentos de tanto dolor».

        Barace acudió al hospital acompañada por su cuñada: «Estaba muy nerviosa y no me salían las palabras. Yo no tengo hijos y, como ella sí, pensé que podía comprender mejor lo que entonces sentían Arantxa y Víctor. Ahora, para mí Adrián es como un hijo. No llegué a conocerlo, pero todos los días me acuerdo de él. Incluso tengo una foto suya puesta en la mesilla».

Conocer a todos los receptores

Karmele Barace Lizarbe recibió un riñón de Adrián. Hoy, ocho años después, mantiene una gran amistad con sus padres.

        Mientras tanto, Arantxa Asiáin vivió de distinta forma el momento en el que conoció a la receptora del riñón de su hijo. «Cuando me dijo que quería venir a verme, yo me alegré muchísimo. También estaba muy nerviosa y, cuando la vi entrar por la puerta, me llevé una sorpresa tremenda. No sé porqué, pero me había hecho a la idea de que el riñón habría sido para una niña de seis años, la misma edad que tenía Adrián cuando murió».

        Arantxa Asiáin ya conoce a la persona que recibió un riñón de su hijo, pero le gustaría poder conocer a todos los receptores. «Todos los días pienso en quiénes serán las personas que lleven el otro riñón, el corazón, los pulmones o el hígado de Adrián. Me encantaría poder juntar a todos los receptores, verlos, conocerlos y hablar con ellos durante un largo rato», confiesa Asiáin.

        Su marido, por su parte, anima a toda la gente a hacerse donante y a donar los órganos de sus familiares fallecidos. «Creo que todos los gobiernos deberían hacer que donar órganos fuese obligatorio. Sé que puede sonar muy fuerte, y más cuando acabas de perder a un ser querido, pero, aun en esos momentos tan duros, hay que pensar que si los entierras o incineras, los órganos no sirven para nada. En cambio, si los donas, puedes salvar muchas vidas».

        De la misma opinión es Karmele Barace. «Para mí no fue sólo un riñón, fue el mejor regalo que me han hecho nunca. Algo que me permitió seguir viviendo y que me dio una alegría y unas ganas de vivir inmensas, que aún mantengo cada día».