Pedagogía del sentido
Biopoder, solidaridad y conciencia ecológica
Nunca los intereses de la ciencia o de la sociedad pueden prevalecer sobre los de la persona.
Una constelación de cuestiones éticas planteadas por la biotecnología gira en torno a la justicia social global. Aparte del influjo directo sobre el ser humano, el dominio de la biotecnología se convierte en biopoder, a través de su incidencia sobre la economía y la política.
Francesc Torralba Roselló
¿Qué es la dignidad humana?: ensayo sobre Peer Singer, Hugo Tris, Tram Engelhardt y John Harris

 

 

 

Los pobres como pretexto de ganancias

        Cabe razonablemente pensar que quienes administren los conocimientos y técnicas de la manipulación genética humana y sobre otros seres vivos tendrán en sus manos el destino de los individuos y de la humanidad entera.

        Cuando apreciamos el interés de grandes multinacionales farmacéuticas por financiar con ingentes cantidades de dinero la investigación de nuevos medicamentos mediante los nuevos métodos biotecnológicos, o asistimos a las enconadas luchas por hacerse con el monopolio de semillas para la producción de plantas transgénicas que puedan poner alivio al hambre de zonas paupérrimas del planeta, no podemos ignorar que en tales circunstancias se están abriendo inmejorables ocasiones para obtener beneficios económicos, aunque se cubran con las motivaciones de la eliminación del hambre o la fabricación de fármacos más eficaces para curar enfermedades de millones de desheredados.

        Desde las reglas que rigen la economía de mercado no se plantean especiales problemas éticos, pero desde luego no debemos mirar a otro lado cuando, so pretexto de buscar el bien de los pobres, se comercia con la vida de miles de seres humanos, para maximizar los beneficios de las grandes empresas transnacionales, siempre instaladas en las zonas ricas del mundo.

Es moralmente perverso que algunas multinacionales desarrollen sus investigaciones con sujetos humanos del Tercer Mundo aprovechando vacíos legales y una situación de extrema vulnerabilidad social y económica. Pero lo más grave es que cuando se patenta el producto, resulta imposible de obtener para gran parte de la humanidad.

        Además, las presiones de carácter económico, político y militar, pueden atentar contra los valores fundamentales de la libertad de investigación y de intercomunicación científica. Es una pena que el secreto de los datos de la investigación pase por encima del valor del progreso científico, que el interés personal del investigador y el interés económico del inversor pueda eclipsar valores tan caros como el progreso humano y la autonomía de la ciencia.

La lucha por el prestigio, por el reconocimiento académico y, por extensión, por el beneficio económico, obstaculice el diálogo franco y sincero que debería existir entre los científicos que andan buscando remedios a los males de la humanidad.

Que no se altere la naturaleza

        La innovación y la biotecnología están llamadas a tomar en la debida cuenta la naturaleza y a prestar atención a la ecología. Las aplicaciones agropecuarias e industriales de la biotecnología deberán respetar la naturaleza, ser ecológicamente benignas. Tenemos que recordar una y otra vez que la naturaleza no nos pertenece, que no somos los dueños del universo y que, por consiguiente, no podemos actuar de un modo arbitrario en él. El hecho de disponer de unas habilidades y capacidades superiores al resto de los seres vivos nos inviste de una más grande responsabilidad.

        La aplicación de las biotecnologías no debería, pues, alterar la naturaleza. Partimos de la idea que la naturaleza es un cosmos armónico, dotado de leyes propias que lo conservan en un equilibrio dinámico. Este orden debe ser respetado. Formamos parte de él y aunque no estamos llamados a ser sujetos puramente pasivos, nuestra actividad tiene límites que nunca jamás deberíamos rebasar.

La humanidad está llamada a explorar y a descubrir el universo natural con prudente cautela, así como a hacer uso de él salvaguardando su integridad. Debemos partir de la convicción que la tierra es una herencia común, cuyos frutos deben ser para beneficio de todos.

Respetar lo prioritario

        La reflexión en torno al concepto de orden del universo, de herencia común y de la crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad moral de una nueva forma de solidaridad, especialmente en las relaciones entre los países en vías de desarrollo y los países altamente industrializados.

        En efecto, es fundamental globalizar el concepto de solidaridad, extenderlo a todos los miembros de la especie humana y, también, a los seres vivos en general, sin perder jamás el sentido de jerarquía y de valor eminente que tiene la persona respecto al conjunto del cosmos. Esta solidaridad global no debe interpretarse en términos de simetría, sino de asimetría, pues no todos los seres que forman parte del universo tienen el mismo valor ontológico.

        La cuestión ecológica nos llama a prestar y a dar prioridad a ciertos valores en los proyectos de innovación y de biotecnología. Si lo observado aquí aparece como límite o frontera a la investigación, en realidad, es más bien un reto, un desafío a que la investigación biotecnológica se haga parte esencial prioritaria la ayuda a los pueblos que no poseen recursos materiales y humanos, para llevar a cabo la tarea urgente de desarrollar vacunas contra enfermedades infecciosas propias del tercer mundo o de conseguir plantas de cultivo o animales de granja adaptados. En una palabra: hacerles llegar la revolución verde.

Una ciencia al servicio del hombre         Contra lo que tan habitualmente se afirma, la ética no es contraria al desarrollo científico, ni tiene como objetivo minar el campo de la ciencia. La ética es el discurso sobre el valor, sobre el deber ser, mientras que la ciencia explora los distintos ámbitos del ser. La ética valora y enjuicia las actividades humanas conforme a determinados criterios. La ciencia no es una actividad que pueda desarrollarse al margen de la ética, como, de hecho, ninguna actividad humana es ajena a ella.

        Es verdad que la ética pone límites a la ciencia, pero los pone para evitar que ésta incremente su fuerza, su utilidad y su eficacia, y para evitar que se desborde y anegue y destruya. La ética es esa construcción humana, fruto de la racionalidad práctica, que ha contribuido a lo mejor y más hermoso que el hombre ha producido jamás.

        El núcleo de su mensaje puede resumirse en la siguiente fórmula: nunca los intereses de la ciencia o de la sociedad pueden prevalecer sobre los de la persona.