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Los pobres como pretexto de ganancias |
Cabe razonablemente pensar que quienes administren los conocimientos y técnicas de la manipulación genética humana y sobre otros seres vivos tendrán en sus manos el destino de los individuos y de la humanidad entera. Cuando apreciamos el interés de grandes multinacionales farmacéuticas por financiar con ingentes cantidades de dinero la investigación de nuevos medicamentos mediante los nuevos métodos biotecnológicos, o asistimos a las enconadas luchas por hacerse con el monopolio de semillas para la producción de plantas transgénicas que puedan poner alivio al hambre de zonas paupérrimas del planeta, no podemos ignorar que en tales circunstancias se están abriendo inmejorables ocasiones para obtener beneficios económicos, aunque se cubran con las motivaciones de la eliminación del hambre o la fabricación de fármacos más eficaces para curar enfermedades de millones de desheredados. Desde las reglas
que rigen la economía de mercado no se plantean especiales
problemas éticos, pero desde luego no debemos mirar a otro
lado cuando, so pretexto de buscar el bien de los pobres, se comercia
con la vida de miles de seres humanos, para maximizar los beneficios
de las grandes empresas transnacionales, siempre instaladas en las
zonas ricas del mundo. Además,
las presiones de carácter económico, político
y militar, pueden atentar contra los valores fundamentales de la
libertad de investigación y de intercomunicación científica.
Es una pena que el secreto de los datos de la investigación
pase por encima del valor del progreso científico, que el
interés personal del investigador y el interés económico
del inversor pueda eclipsar valores tan caros como el progreso humano
y la autonomía de la ciencia. | |||||
Que no se altere la naturaleza |
La innovación y la biotecnología están llamadas a tomar en la debida cuenta la naturaleza y a prestar atención a la ecología. Las aplicaciones agropecuarias e industriales de la biotecnología deberán respetar la naturaleza, ser ecológicamente benignas. Tenemos que recordar una y otra vez que la naturaleza no nos pertenece, que no somos los dueños del universo y que, por consiguiente, no podemos actuar de un modo arbitrario en él. El hecho de disponer de unas habilidades y capacidades superiores al resto de los seres vivos nos inviste de una más grande responsabilidad. La aplicación
de las biotecnologías no debería, pues, alterar la
naturaleza. Partimos de la idea que la naturaleza es un cosmos armónico,
dotado de leyes propias que lo conservan en un equilibrio dinámico.
Este orden debe ser respetado. Formamos parte de él y aunque
no estamos llamados a ser sujetos puramente pasivos, nuestra actividad
tiene límites que nunca jamás deberíamos rebasar.
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Respetar lo prioritario |
La
reflexión en torno al concepto de orden del universo, de
herencia común y de la crisis ecológica pone en evidencia
la urgente necesidad moral de una nueva forma de solidaridad, especialmente
en las relaciones entre los países en vías de desarrollo
y los países altamente industrializados. La cuestión ecológica nos llama a prestar y a dar prioridad a ciertos valores en los proyectos de innovación y de biotecnología. Si lo observado aquí aparece como límite o frontera a la investigación, en realidad, es más bien un reto, un desafío a que la investigación biotecnológica se haga parte esencial prioritaria la ayuda a los pueblos que no poseen recursos materiales y humanos, para llevar a cabo la tarea urgente de desarrollar vacunas contra enfermedades infecciosas propias del tercer mundo o de conseguir plantas de cultivo o animales de granja adaptados. En una palabra: hacerles llegar la revolución verde. | |||||
Una ciencia al servicio del hombre | Contra
lo que tan habitualmente se afirma, la ética no es contraria
al desarrollo científico, ni tiene como objetivo minar el campo
de la ciencia. La ética es el discurso sobre el valor, sobre
el deber ser, mientras que la ciencia explora los distintos ámbitos
del ser. La ética valora y enjuicia las actividades humanas
conforme a determinados criterios. La ciencia no es una actividad
que pueda desarrollarse al margen de la ética, como, de hecho,
ninguna actividad humana es ajena a ella. Es verdad que la ética pone límites a la ciencia, pero los pone para evitar que ésta incremente su fuerza, su utilidad y su eficacia, y para evitar que se desborde y anegue y destruya. La ética es esa construcción humana, fruto de la racionalidad práctica, que ha contribuido a lo mejor y más hermoso que el hombre ha producido jamás. El núcleo de su mensaje puede resumirse en la siguiente fórmula: nunca los intereses de la ciencia o de la sociedad pueden prevalecer sobre los de la persona. | |||||
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