Adoptar, no experimentar: Nace el primer bebé
de un embrión congelado

Gerard, el pionero bebé que procede de un embrión congelado adoptado
Eva observa a su recién nacido hijo, también en los brazos de la doctora doctora López-Teijón tras el alumbramiento
Gerard vino al mundo en Barcelona tras ser adoptado después de permanecer en un banco de embriones siete años, mientras más de 30 mujeres embarazadas gracias a esta pionera iniciativa en el mundo esperan para dar a luz
El pasado 2 de septiembre nacía en Barcelona el primer bebé procedente de un embrión adoptado tras permanecer congelado siete años. La noticia viene a demostrar que hay alternativas a los experimentos que se realizan con embriones congelados para obtener células madre. Más de 30 mujeres embarazadas gracias a esta pionera iniciativa en todo el mundo esperan seguir los pasos de Eva, la feliz madre catalana de 41 años, y dar a luz próximamente.
Sin embargo, cabe señalar que lo que en principio es una buena noticia, celebrada por los colectivos pro vida, corre el evidente riesgo de generar un nuevo mercado de seres humanos explotando deseos humanitarios. La adopción de embriones congelados es una excelente solución para dar salida a las miles y miles de incipientes vidas sobrantes que dejan los tratamientos de reproducción asistida y que acaban en gran medida troceadas en laboratorios; pero debería ir acompañada de la prohibición de seguir congelando embriones.
Josu de la Varga
 

Gerard, el pionero

        Transcurridos 9 meses desde que Eva recurriera al pionero Programa de Adopción de Embriones que el Institut Marquès lleva a cabo en la Clínica Cima de Barcelona, Gerard vino al mundo en la Clínica Quirón, también de la capital catalana, pesando 3,340 kilos. Con sus 50 centímetros de estatura, el bebé se convertía así en pionero de una técnica que ofrece una salida digna para los embriones congelados: su derecho a nacer.

        Los orígenes de Gerard se remontan a siete años atrás, cuando sus progenitores se sometieron a un tratamiento de fecundación in vitro del que nacieron gemelos y que también generó tres embriones sobrantes que pasaron a engrosar el banco del laboratorio de reproducción asistida del Institut Marquès. Dos de esos embriones, una vez descongelados, fueron transferidos a Eva y tan sólo uno, el del recién nacido, evolucionó favorablemente.

        Hasta ahora, más de 200 mujeres o parejas procedentes de todo el mundo se han interesado por la adopción de embriones y 91 de ellas ya han completado el tratamiento, mientras 56 están a punto de empezarlo. De las 91 mujeres a las que se les ha realizado la transferencia de embriones, 33 han quedado embarazadas. “Decidimos ponerlo en marcha por motivos éticos, no religiosos, para dar a los embriones una opción de vida”, argumenta la ginecóloga Marisa López-Teijón, impulsora del programa de donación.

Rebajar las existencias, no crear un mercado “a la carta”

        Ahora bien, iniciativas como ésta deben ser aplaudidas siempre y cuando tengan como objetivo final acabar con los bancos de embriones congelados, rebajar las existencias, y no el de crear un mercado “a la carta” de seres humanos. Compras por catálogo donde, además de beneficiarse económicamente las mismas clínicas que ya lo hacen practicando las técnicas de reproducción asistida, se comercie con los embriones en función de su sexo, raza o características genéticas, tal como denuncia Fernando Pascual, sacerdote, filósofo, periodista y profesor de bioética en el Ateneo Pontificio ‘Regina Apostolorum’, en una entrevista publicada en ZENIT el pasado día 4.

        El experto en bioética asegura, con respecto a si la adopción de embriones pueden ser una alternativa para quienes quieren y no pueden tener hijos, que “solamente a condición de que se hiciera el proceso de adopción de un embrión congelado como se hace la adopción de niños sin padres. Si no fuera así, van a empezar a escoger embriones por catálogo, por cuestiones de raza, de gustos, de sexo...”

        Los embriones congelados, dice Fernando Pascual, “son viables hasta que no se pruebe lo contrario. Tal es el dato científico. Pero la antropología nos enseña que estos embriones son seres humanos que merecen respeto. ¿Qué hacer con ellos? En mi opinión, la solución más digna sería que los propios padres asumieran su ‘rescate’, su descongelación, y los transfirieran al útero de la mujer. Si los padres no pueden, no quieren o no existen, es lícito estudiar la posibilidad de que algunas mujeres se presenten como adoptantes de estos embriones para darles una posibilidad de vivir, en función del embrión y sin dañar la salud de la mujer”.

No se debe destruir vida con la excusa de curar

        Por otra parte, el también sacerdote y periodista considera que “no se puede destruir un ser humano para generar un bien (hipotético) a otro ser humano”, en referencia a la manipulación de embriones humanos para obtener células madre que, hipotéticamente, pudieran curar enfermedades como el cáncer, el Alzheimer o el Parkinson. En este sentido, tal como también afirmaba Felip F. Adavís en Les rebanan el pescuezo, artículo publicado por ForumLibertas.com el pasado 1 de septiembre, la destrucción de embriones vivos con esa excusa no sólo es reprobable éticamente, ya que “están interrumpiendo un proceso natural que tiene un único objetivo: el alumbramiento de una nueva vida”, sino que la investigación con células madre adultas está ofreciendo mejores resultados y, además, “a diferencia de las embrionarias, las células estaminales adultas están prácticamente ‘de vacaciones’ o, dicho de otro modo, no tiene nada mejor que hacer que ponerse a disposición de la ciencia”.