El embrión humano

Por RAMÓN PI. ABC. 5.III.02

No en mayor medida         El debate sobre la clonación de embriones humanos, sea para obtener réplicas (como si fueran gemelos monocigóticos) o con fines terapéuticos, es un debate de mucha hondura, porque pone sobre el tapete concepciones antropológicas irreconciliables entre sí. Es también un debate religioso, desde luego, pero no en mayor medida en que lo podrían ser la estafa o la mentira, que también están consideradas por la Iglesia como un desorden moral, si hubiera discusión sobre su licitud legal.
Conozcamos el Catecismo para hablar en católico         La columna de Marina Castaño titulada "Los tetrapléjicos", publicada en estas mismas páginas el domingo, mencionaba el problema de conciencia "entre quienes somos católicos", que atribuye a una indecisión teológica acerca de "cuándo de verdad entra el alma en nuestra carne mortal". A mi entender no hay problema de conciencia ninguno, al menos en este aspecto: el hombre no es un cuerpo en el que "entra" un alma, como tampoco es un alma "aprisionada" en un cuerpo, como creía el desventurado tetrapléjico Ramón Sampedro, que se suicidó con cianuro (por cierto, nada dulcemente: la muerte por cianuro es terrible). El hombre es cuerpo y alma en unión indisoluble. El alma, que es inmortal, no es un hombre después de la muerte, sino su espíritu a la espera de la resurrección de la carne. La doctrina católica es clara a este respecto. No hay nada confuso ahí: basta conocer el Catecismo.
Un individuo humano a fin de cuentas         El debate bioético (no religioso, pues el propio Catecismo n.2274 es inequívoco) se plantearía si hubiera duda acerca de cuándo empieza a existir un individuo humano. En tiempos de ignorancia prácticamente total se pensaba que eso ocurría al nacer, y aun entonces se protegía jurídicamente al feto en el vientre materno, aunque sólo fuera porque es la esperanza cierta de un nacido de nuestra estirpe. Pero los conocimientos actuales permiten asegurar que a partir de la fertilización del óvulo no se produce ninguna mutación cualitativa en desarrollo del embrión, porque todo lo que le sucede hasta llegar a la edad adulta es un único proceso de crecimiento. Para hacer éticamente digerible la experimentación con embriones (y, de paso, el negocio ingente que acompañaría a las acciones humanitarias con los tetrapléjicos y otros enfermos) se inventó, literalmente, la expresión "preembrión", que parece sugerir que aún no hay un individuo nuevo, sino "otra cosa". Pero a los inventores se les olvidó decir qué es esa otra cosa si no es un individuo humano.