Lenin


La Redención
(Pasión, Resurrección, Ascensión)

Julio de la Vega-Hazas Ramírez

Preocupación social

La vida misma:

        Mariano, a sus 16 años, es un chico que parece más preocupado por las injusticias que hay en el mundo que por cumplir sus propios deberes. Tiene un carácter exaltado, que se convierte en bastante explosivo cuando le regañan y piensa que es injusto. Esto no quiere decir que sea egoísta: sale también apasionadamente en defensa de los demás cuando le parece que han sido injustamente tratados. Sus padres han trabajado mucho para sacar la familia adelante, y están agotados. Mariano no parece darse cuenta de ello: más bien los valora como personas conformistas y apáticas, sin personalidad. En cambio, ve como todo lo contrario a su profesor de Historia del instituto. Tiene la misma edad que su padre y es soltero. Explicando su materia solía hablar con bastante énfasis de la opresión de las clases trabajadoras, y con frecuencia se desviaba del tema y, en un tono propio de mitin, hablaba de los marginados y los oprimidos, echando en cara al alumnado su individualismo y falta de compromiso con los desfavorecidos. Por eso sus alumnos le habían puesto un mote: "Lenin".

        A Mariano le parecía injusta esta situación, y desde el principio se puso al lado del profesor. Más aún, la simpatía pasó pronto a convertirse en admiración: le veía como un inconformista a favor de una causa justa, y que era capaz de luchar contra todo el mundo por lo que veía justo. En una palabra, le idealizó. Con cualquier motivo, buscaba su trato. Empezó preguntándole dudas a la salida de clase, y siguió con conversaciones en la cafetería de la esquina más próxima al instituto.

"Lenin": el profesor de historia

        El profesor se convirtió en confidente de Mariano, y a su vez contaba a éste cosas de su vida; impulsaba varias asociaciones: una de "ayuda a pueblos oprimidos", una "comunidad de base" de "cristianos comprometidos", y alguna otra. En una ocasión, hablando de esto, empezó a explicarle que la Iglesia jerárquica se había, más que aliado, fundido con "el sistema", y habían acaparado el Evangelio para ponerlo a su servicio. Y que él no podía seguir en una vida de "sumisión al sistema", que le anulaba: le "alienaba", llegó a decir.

        —"¿Y qué quiere decir acaparar el Evangelio?"

        La respuesta a esta pregunta de Mariano fue otra explicación sobre la forma de ver la figura de Jesucristo, y la necesidad de una "relectura" del Evangelio, pues la existente proyectaba sobre un hipotético más allá todo el mensaje salvador de Jesucristo, haciendo por tanto a la gente resignada y conformista con su explotación, y poniendo por tanto la doctrina al servicio del dominio, de la "explotación del hombre por el hombre".

        —"¿Te interesa todo esto?", preguntó al final.

        —"Pues...sí".

        —"Si quieres, te traigo algo para leer, que lo explica bien".

        —"Bueno".

        Al cabo de dos días le trajo un par de folletos, de una colección denominada "El hombre emancipado". El primero se titulaba "Para poner en libertad a los oprimidos", palabras tomadas del evangelio de San Lucas –capítulo 4º, versículo 18, para ser exactos–. Intentaba explicar cómo en los evangelios, si se los depuraba de figuras retóricas y "proyecciones" de la comunidad primitiva de creyentes, se podía ver que Jesús fue un inconformista, que desafió a los poderes establecidos en su época, que vino a establecer un "reino de paz y justicia", donde los hombres vivirían como hermanos, compartirían sus pertenencias, y una vez conseguido esto duraría indefinidamente. Para ello vivió, y por ello dio su vida, pues la "oligarquía dominante" no podía soportar ese mensaje y lo condenó a muerte, precisamente con un suplicio reservado a los esclavos y los que se levantaban "contra el sistema". Seguía diciendo que fue un hombre de "ideas extraordinariamente avanzadas para su época", y por eso entonces sólo fue parcialmente comprendido. En consecuencia, e influidos por las ideas de la época, proyectaron su recuerdo y su doctrina, vivos en sus corazones, como una resurrección, y su esperanza en un mundo nuevo como una ascensión al Cielo.

        El segundo folleto se titulaba "Un programa de liberación". Pasaba revista a toda una serie de males de los que el hombre debía ser liberado: hambre, guerra, marginación, paro, etc. Explicaba que todo ello podía resumirse en liberación de la pobreza, el dolor y la desigualdad. Y señalaba que un cristiano auténtico no podía desentenderse de la lucha comprometida por la liberación, como lo había hecho Jesucristo. Invitaba a no dejarse llevar por ideologías "reaccionarias" o "inmovilistas", ni por "teologías al servicio del poder", y comprometerse activamente con movimientos "progresistas" y "colectivos que promueven la igualdad".

Estar en las nubes

        A Mariano todo esto le parecía un tanto desconcertante, pero, viniendo de quien venía, pensaba: "¿y por qué no?" Se iba abriendo paso la idea de que a lo mejor tenía razón; además, él sí luchaba por los demás, a diferencia del resto, que sólo iban a lo suyo.

        Estando así las cosas, un día, de nuevo en la cafetería, el profesor le dijo a Mariano que se iba: había pedido traslado a otro instituto, y se lo acababan de conceder.

        —"¿Pero por qué?", preguntó Mariano, visiblemente afectado.

        —"Estoy cansado. No reacciona nadie, van a lo suyo. Es... como predicar en el desierto. Ya no puedo más. No sé si lo comprenderás". Mariano pensaba que sí, que sí podía comprenderlo.

        Días después de la partida del profesor, Mariano comentaba con un amigo la situación diciendo que le parecía una injusticia.

        —"¿Por qué?", replicó. Como respuesta, le contó a su amigo la despedida.

        —"¡Pero tú estas en la inopia!", dijo su amigo.

        —"¿Cómo que en la inopia?"

        —"¿Pero qué pasa? ¿Eres el único de todo el instituto que no se ha enterado?"

        —"¿Que no se ha enterado de qué?"

        —"De que hace unos meses se fue a vivir con él la mujer "del Ciriaco" (era otro profesor del instituto, aunque no les daba clase a ellos), y no le dirigía la palabra ningún profesor. Ahí se ha quedado el pobre Ciriaco, con tres niños pequeños".

         —"¡Eso no es verdad!".

        —"¿Que no es verdad? ¿Qué te apuestas? Entérate, pregunta a cualquiera. Mira, eres de los que ha comido el coco con esas ideas baratas que acaban por subirte a las nubes y dejas de pisar en el suelo. Y si quieres de verdad hacer algo por los pobres, acompáñame el sábado por la mañana".

        —"No puede ser...".

        —"Mira, hacemos una cosa: si resulta que es verdad, me acompañas; y si no, me mandas a paseo, ¿vale?" Mariano acabó aceptando la propuesta.

Por Jesús y gracias a Jesús

        Resultó que era verdad. Mariano no tenía ganas de cumplir lo pactado, pero era fiel a su palabra, y acudió. Fueron a una casa donde unos frailes cuidan deficientes físicos y psíquicos. Trabajaron bastante, ayudando en lo que podían. Mariano se iba dando cuenta de lo alegres que estaban aquellos religiosos, a pesar de lo cansada y poco atractiva que parecía su vida. Cuando acabaron –bastante agotados–, Mariano quiso hablar con los dos, que les agradecieron su colaboración.

        —"¿Pero no se cansan ustedes de esto?", preguntó.

        —"Bueno, un poquito sí, pero no es gran cosa al lado de lo que sufrió el Señor por nosotros", contestó uno, señalando un crucifijo.

        —"¿Pero se puede aguantar así toda la vida?"

        —"Si no fuera porque tenemos a Jesús con nosotros...", contestó, señalando la puerta de la capilla.

        —"¿Jesús?"

        —"Sí, ¿no es bonito que el mismo Jesús que murió por nosotros, resucitó y está en el Cielo quiera venir a nuestro sagrario?"

        —"Sí..., claro", respondió, un poco aturdido al darse cuenta de la firmeza de su fe; "pero, aquí no pueden cambiar las injusticias..."

        —"Nos gustaría poder hacer más, pero hacemos lo que podemos: ayudamos a los necesitados, procuramos llevarles la alegría de encontrar a Cristo, y despertamos la generosidad de personas como vosotros y otras que hacen donaciones; por ejemplo, todo lo que habéis servido provenía de donaciones". Mariano salió pensativo, pensando en volver... y quién sabe... quizás también en quedarse.

Preguntas que se formulan:

        — ¿Fue la Pasión del Señor impuesta contra su voluntad o libremente aceptada? ¿Consta que fue así? ¿Por qué quiso padecer? ¿Qué significa "redención"? ¿De qué nos tenía que redimir Jesucristo? ¿Era necesario ese sufrimiento y su muerte? ¿Por qué quiso padecerlos? ¿Estaban profetizados?

        — ¿Puede decirse que en la Pasión murió Dios, o simplemente un hombre? ¿Por qué? ¿Qué valor tiene ese sacrificio? ¿Cómo se aplica a los hombres? ¿Qué quiere decir que Dios murió? ¿Qué consecuencias tiene respecto al cuerpo muerto? ¿Qué quiere decir el "descendió a los infiernos" del Credo?

        — ¿De qué nos liberó Jesucristo en la Cruz? ¿Por qué no nos liberó de la muerte y los sufrimientos terrenos? ¿Qué valor tienen éstos para el cristiano? ¿Por qué? ¿Puede decirse que el dolor, la pobreza, la enfermedad, etc., conllevan la infelicidad en este mundo? ¿Por qué? ¿Es "resignación" el término adecuado para indicar cómo deben aceptarse? ¿Por qué? ¿Significa esto que el cristiano debe ser conformista con el sufrimiento y la injusticia? ¿Por qué? ¿Quienes son "los oprimidos" a los que se refiere el Evangelio?

        — ¿Nos da ejemplo de algo el Señor en la Cruz? ¿De qué? ¿Cómo debe manifestarse en la vida del cristiano? ¿Seguiría siendo un ejemplo a seguir si no hubiera el Señor resucitado y ascendido al Cielo? ¿Por qué? ¿Alguien más nos da ejemplo desde la Cruz? ¿Qué consecuencias tuvo el que la Virgen María estuviera al pie de la Cruz?

        — ¿Qué sentido tiene la Resurrección del Señor? ¿Qué sucedería si no hubiese resucitado? ¿Es imprescindible la Resurrección dentro del mensaje cristiano? ¿Por qué? ¿Qué diferencia la Resurrección de Jesucristo de cualquier otra resurrección (por ejemplo, la de todos al final de los tiempos)?

        — Una vez resucitado el Señor, ¿era necesaria su Ascensión? ¿Por qué? ¿Qué lleva consigo para nosotros la Resurrección del Señor y su Ascensión? ¿Qué significa el "reino de paz y justicia" anunciado en el Evangelio? ¿Qué características tiene el reino anunciado por el Señor? ¿Tienen algo que ver la Pasión, Resurrección y Ascensión del Señor con su condición de Rey?

        — ¿Cómo valoras las ideas del profesor del caso? ¿Qué le dirías a una persona con esas ideas?

        Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 595-618, 624-628, 631-635, 638-655, 659-664.

El árbol malo

Así es la vida:

        Jesucristo pudo ser "parcialmente comprendido" por sus contemporáneos, pero desde luego fue plenamente comprendido por sus Apóstoles después de Pentecostés, cuando recibieron el Espíritu Santo (cfr. Jn. 14, 26). Tanto, que incluso previeron la futura existencia de personas que intentarían subvertir toda su obra como el profesor del caso: falsos doctores que "prometen liberación, cuando ellos son esclavos de la corrupción, pues cada cual es esclavo de quien triunfó en él" (II Ped. 2, 19).

        La clave del caso está en el contraste entre el profesor y los frailes. No puede ser mayor. En el primer caso, el Evangelio parece ponerse al servicio de "los oprimidos", pero de hecho lo está al servicio de una ideología. En eso consiste su "relectura". ¿No es esto ser un poco "mal pensados"? No, porque los hechos lo confirman. El mismo Evangelio invita a utilizar este criterio: "Si plantáis un árbol bueno, su fruto será bueno; pero si plantáis un árbol malo, su fruto será malo, porque el árbol por sus frutos se conoce" (Mt. 12, 33). Lo contrario es ser un ingenuo, como lo es Mariano y como acertadamente se lo reprocha su amigo.

        ¿Cuál es la ideología en la que consiste el "árbol malo"? La terminología empleada nos conduce al marxismo: conceptos como "oligarquía dominante", alienación, concebir la sociedad como un "sistema" de enfrentamiento –lucha de clases, en el fondo–, la "esperanza" en una especie de paraíso comunista futuro (excluyendo todo otro tipo de esperanza en el más allá), así lo indican. La misma idea de ver la teología bien "al servicio del poder", bien "al servicio de la liberación", señala otra vieja idea marxista, según la cual las ideas mismas son producto de la situación social; al trasladar esta noción al Evangelio, éste se relativiza: los misterios de la Redención quedan reducidos a "proyecciones" fruto de una mentalidad antigua, que solamente ahora han entendido unos pocos. Nos hallamos por tanto ante un típico exponente de la llamada "teología de la liberación" de cuño marxista. En varios países, ha sido un instrumento para intentar sumar a la Iglesia a la "lucha revolucionaria". Lo mismo sucede aquí: ese profesor no lucha por "unos oprimidos" reales o "por los demás" –como piensa Mariano–, sino por la revolución. "Los oprimidos" no pasan de ser una excusa, un disfraz, una pantalla. Hasta aquí, un ejemplo de lo que es una pseudorredención, una falsa redención. Por el contrario, los "oprimidos" del Evangelio son los "pobres de espíritu" (cfr. Mt. 5, 3; Lc. 4, 18).

El árbol bueno         ¿Y el "árbol bueno"? Es el Evangelio auténtico, que es la historia de la redención de la humanidad obrada por Cristo. "Redimir" significa rescatar por un precio. Quien rescató es Jesucristo, y el precio fue su vida misma –su Pasión y Muerte–, para el perdón de nuestros pecados (cfr. Gal 4, 5): se entregó porque quiso, libremente (cfr. C.Ig.C., 609), "obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz" (Flp 2, 8). Los frailes dan a entender que toda su acción, su servicio a los pobres y su esperanza en la vida eterna dependen de esta Redención y de sus frutos; o, mejor dicho, que todo el bien que tienen –empezando por la alegría, un bien mucho más precioso que la abundancia material (cuando la felicidad, o la "calidad de vida" se cifran sólo en bienes materiales, ahí lo que hay es un encubierto... materialismo)– y todo el bien que hacen es fruto de la Redención. Cristo con su muerte pagó el precio, y con su Resurrección de entre los muertos y su Ascensión al Cielo desde donde reina sentado a la derecha del Padre, puede transmitirnos los frutos logrados: y Él mismo consigue la victoria definitiva que será la nuestra si seguimos sus pasos: es nuestra esperanza, pues si Jesucristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe (cfr. 1 Cor. 15, 17).
Una verdadera liberación

        Se contaba de uno que decía que la revolución le había liberado de las cadenas... de oro para colgar el reloj que había heredado de su abuelo. La liberación auténtica debe librar de males auténticos. ¿Y cuál es el peor de los males? Es el pecado, que no sólo conduce a la pena eterna, sino que en este mundo es el causante de la mayor parte de los sufrimientos. No es "el sistema" el que nos hace malos; en todo caso, es al revés: los pecados son siempre personales, y es la acumulación de pecados personales la que puede dar lugar a verdaderas "estructuras de pecado", como la industria pornográfica, la corrupción mediante sobornos, etc. Entonces, ¿por qué sigue habiendo pecados, y sigue habiendo sufrimiento? Porque la de Cristo es una liberación que exige nuestra colaboración libre. Podemos aceptarla o rechazarla. Pero, se podría objetar –de hecho, lo hace Mariano a los frailes– que en cualquier caso seguiría habiendo dolor, sufrimiento y muerte. ¿No podría la Redención haber acabado con eso? Sí, sí que podría, pero Dios quiso hacer algo mejor: invitarnos a asociarnos a su Cruz redentora en este mundo, para así asociarnos a su misión y a su victoria en la gloria. De ahí que el cristiano ve en su pequeña –a veces, grande– cruz de cada día una participación de la Cruz de Cristo, y aprende a sacarle partido como el Señor lo sacó, y por tanto se abraza a ella y la quiere, que es algo más que "resignación": "completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 24).

        Una última idea que es preciso tener en cuenta es que en nuestros días es bastante frecuente contraponer, como si fueran excluyentes, cosas que en realidad se complementan. Es el caso del profesor, cuando entiende y da a entender que la esperanza en un más allá excluye todo esfuerzo de lucha por mejorar este mundo, y hace a los hombres resignados y conformistas. Sucede lo contrario, porque resulta que el cristiano es consciente de que el más allá se gana en esta vida, en el más acá. Por eso, la Redención lleva a dar, como Cristo, la vida por los demás, a convertir la vida –y, especialmente, para los fieles laicos su trabajo profesional y sus labores ordinarias– en un servicio, y en la medida en que es así se mejora este mundo y disminuyen el dolor y las injusticias, por no hablar del bien que se lleva al alma. La vida misma de los frailes del caso –no falta en el mundo gente así– lo atestigua.