Leyes tóxicas.
La identidad sexual
José Javier Castiella
ALBA
¿Qué es enamorarse?

        Hoy nos vamos a ocupar de una ley tóxica de cuya importancia es fácil no percatarse. Me refiero a la ley 3/2007, de quince de marzo, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas.

         Todos, en la inscripción de nacimiento en el registro civil, tenemos una adscripción sexual coincidente con nuestro sexo biológico: HOMBRE O MUJER.

         Esta ley, breve de contenido, permite "rectificar" la mención registral del sexo, en caso de discordancia entre el inscrito, el biológico, y el sentido por el solicitante de la "rectificación", el llamado sexo psicológico.

         Esta discordancia, llamada "disforia de género", debe ser, eso sí, remarcada durante los dos años anteriores para acomodar médicamente las características físicas del solicitante al sexo reclamado. Es decir, no solamente no se le impone a éste un tiempo de tratamiento que le resuelva el problema, en el sentido de adecuación entre lo psicológico y lo biológico, sino que se le anima a que se separe, también físicamente, de la orilla de la que psicológicamente se siente distanciado.

         Los partidarios de esta ley afirman que sus destinatarios son un sector minoritario de la población, al que se ofrece una solución para su problema sin, por ello, perjudicar al resto.

         La realidad es, a mi modo de ver, que la solución ofrecida tiene poco de tal y más de perpetuación del problema. Tiene más de espejismo que de oasis real para los viajeros del desierto de la disforia de género.

         La realidad más profunda que emerge en esta ley, es una visión de la sexualidad humana que rechaza progresivamente toda norma que no sea la autonomía total del hombre en esta materia. Esta visión es perjudicial para la sociedad y para las personas, según vamos a ver.

         En el origen de esta visión de la sexualidad podríamos remontarnos a diferentes etapas y acontecimientos relevantes: la generalización de los anticonceptivos que permiten separar sexo de reproducción, la revolución sexual que convierte el sexo en un simple objetivo placentero, desligado no ya de la responsabilidad generacional, sino también de la propia estructura de la persona y unido a un planteamiento hedonístico de la vida, todo ello en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo pasado.

        Estos hechos se presentan como resultados de progreso, que impone el propio desarrollo social y técnico, y pasan a encontrar un fundamento ideológico, de raíz profundamente antropocéntrica, en la ideología de género.

        La ideología de género enarbola la bandera de la autonomía personal en materia sexual y se rebela, no solamente contra la norma moral, sino incluso contra el hecho biológico, en cuanto que diferenciador sexual.

         Según esta nueva ideología, la autonomía de la persona en materia de sexualidad está, debe estar, por encima incluso de la biología. El hecho de que cada ser humano, en cada una de sus células, tenga la impronta "XX" o "XY" que le define como mujer u hombre, se considera un hecho superable por el propio sujeto, que debe tener el derecho a decidir, también sobre su adscripción de género.

         Lo cultural, lo individualmente querido por cada cual, está por encima de cualquier otra consideración. Aunque para ello sea necesario prescindir de todo lo que estorbe como, por ejemplo, el concepto de naturaleza.

         Nótese la gradación creciente que late en la evolución apuntada: autonomía del sexo respecto de la generación, autonomía del placer sexual respecto de la norma moral, autonomía de la persona respecto del sexo biológico. Emancipación progresiva respecto de toda norma en relación con el sexo: norma natural sobre sexualidad procreativa, norma moral sobre el uso de la facultad generativa, norma biológica sobre adscripción del sujeto a un género sexual masculino o femenino.

         En el fondo de esta trayectoria late, sin duda, una tensión de libertad, lo que ocurre es que buscada por derroteros equivocados, de modo que el destino de este viaje no es, en la práctica real vivida por el sujeto que la recorre, un resultado de mayor libertad, sino más bien un patético espejismo, cuya auténtica verdad consiste en un profundo empobrecimiento del sujeto.

         Los frutos constatables de cada una de estas fases son promiscuidad, aborto, pandemias de transmisión sexual, expansión de fenómenos como homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, pederastia etc.

         Centrándonos en los destinatarios de esta ley, los transexuales, con frecuencia, en la vida de sus protagonistas no encontramos más felicidad, mejores cotas de integración social, mejora del relevo generacional. Nada de eso. En cambio encontramos infidelidad, inestabilidad afectiva y psicológica, en definitiva, infelicidad personal.

         En realidad la sexualidad humana es algo muy diferente a lo que supone la ideología de género. Es algo menos y mucho más que lo que la misma indica. Algo menos en el sentido de materia disponible. Biológicamente, la impronta "XX" o "XY", con la que la naturaleza diferencia mujeres y hombres supone, además de una prueba indeleble de adscripción de género sexual, que ninguna ideología, cirugía, voluntad ni tratamiento médico o psicológico va a poder modificar, conlleva una complejísima realidad corporal, hormonal, neuronal y cerebral; en definitiva, dos modos de ser persona diferentes, aunque iguales en dignidad.

         El tránsito real de uno a otro no se produce en ningún caso. Se producen, eso sí, alteraciones de muy distinto tipo, de raíz psicológica y conductual, que pueden llevar a intentos quirúrgicos y hormonales de tipo transexual. El respeto que el sufrimiento de los protagonistas de tales intentos merece, nos impide describir con detalle y precisión la impresión que los resultados de tales "tránsitos" producen en cualquier persona normal. Se nos dirá que, independientemente de la valoración que hagan terceros, cada cual es dueño de su vida y de su cuerpo y debe permitírsele el margen de autonomía sobre orientación y adscripción sexual que propone la ideología de género. Lo que ocurre es que, en la realidad vivida, ese margen de autonomía es una cáscara sin contenido, un voluntarismo abocado al más profundo fracaso, un intento cuyo resultado, benignamente calificado, es patético.

         Lo que ocurre es que la ideología de género, a través de la ley que hoy comentamos, vende un producto del que carece, ofrece una opción que no se da en la realidad, lleva a quienes confían en ella y apuestan por esa autonomía sin límites, a dar coces contra el aguijón. El resultado de todo ello se llama frustración e infelicidad. El papel y la fantasía humana lo aguantan todo, pero cuando el hombre se desvía del camino diseñado para su crecimiento en libertad, la reduce, la maltrata, la termina anulando. La naturaleza humana es una realidad tozuda, aunque la ideología de género le niegue existencia.

         Esta ideología es la que llena de contenidos educativos la asignatura "Educación para la ciudadanía" de la que nos ocuparemos la semana próxima.