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Los
ojos de María
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Vittorio
Messori y Rino Cammilleri
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Por
lo que cuenta san Lucas, da la impresión de que, muy poco tiempo
después de recibir el Anuncio de Gabriel, María emprende
un viaje:
Por aquellos días, María
se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a
una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías
y saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo
de María, el niño saltó de gozo en su seno, e
Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando
en voz alta, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito es
el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien,
que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto
llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó
de gozo en mi seno; y bienaventurada tú que has creído,
porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte
del Señor. María exclamó: Glorifica mi alma al
Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador:
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde
ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque
ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es
Santo; su misericordia se derrama de generación en generación
sobre aquellos que le temen. Manifestó el poder de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón. Derribó
a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó
de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos.
Acogió a Israel su siervo, recordando su misericordia, según
como había prometido a nuestros padres, Abrahán y su
descendencia para siempre.
María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió
a su casa.
Queremos aprender más de María y nos
fijamos en Ella en el Santo Evangelio, pidiendiendo su
luz al Espíritu Santo para que veamos qué podemos incorporar
en nuestra vida de la suya.
"Señor, tomo a tu Madre como madre-maestra
y deseo que sea mi modelo ejemplar, mi escuela. Comprendo que nadie
como Ella ha respondido o puede responder a tu querer, que en nadie
se manifiesta como en Ella tu designio de amor: no hay en María
obstáculo a la Gracia santificante. Por eso la miro con hambre,
con ilusión de amar a su manera. Señor, que vea".
La Virgen, con Dios en sus entrañas, camina;
se dirige con prisa a casa de Isabel, su prima ya mayor, que según
le dijo Gabriel, está en el último trimestre de su embarazo.
Posiblemente necesitaría ayuda. Entre otra gente que viajaba
en aquellos días, su camino no llamaba en absoluto la atención.
Acompañada posiblemente de José, María va feliz
con Dios impulsada por el propósito de ayudar a su prima. El
deseo de servir al Creador, que manifestó a Gabriel y fue el
comienzo de su nueva vida, tomaba cuerpo de continuo en lo más
corriente y discreto. Sabía que había sido enriquecida
como ninguna otra criatura podría serlo y su mente y su corazón
no se apartaban ni un instante de Dios, con quien desde hacía
poco mantenía una intimidad única.
Cada
uno tenemos a Dios con nosotros, muy cerca también. Quizá
se nos olvida, pero creemos que nos contempla incesantemente y en
todo momento nos escucha si le hablamos; nos contempla, nos escucha
y nos espera. Por eso, recuerda san Josemaría:
¡Dios es mi Padre! Si
lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.
¡Jesús es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo),
que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.
¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía
en el andar de todo mi camino.
Piénsalo bien. Tú eres de Dios..., y Dios es tuyo.
"Señor y Padre mío, quiero reconocerte
siempre a mi lado de continuo y desear hacer todo por
Ti; y acudir a tu ayuda y que te agrade mi vida; y volver a Ti, sin
desánimos de orgullo, si me olvidé de que me esperas
en cada instante; porque en todos mis momentos tengo una ocasión
de amarte.
¿Qué más quiere Nuestro Dios y
Padre que la felicidad de sus hijos? Aunque alguna vez nos cueste
aceptarlo, es el mejor de los padres y premia cada uno de nuestros
detalles con El. Pensemos en los hijos y en los padres de la tierra,
y ¡cómo quieren éstos lo mejor para sus hijos,
lo que les asegura la verdadera alegría! El mismo Jesús
nos lo recuerda: si vosotros,
siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto
más vuestro Padre que está en los Cielos dará
cosas buenas a quienes le pidan? Los hombres
podemos amar por ser a imagen y semejanza del Creador. Podemos buscar,
como sólo Dios hace, el bien para otro generosamente, poniendo
lo nuestro en favor de los demás.
Con esa actitud va María a encontrarse con
su prima. Para ella son su juventud, la simpatía de su carácter,
la confianza que le daba el parentesco y, sobre todo, su plenitud
de gracia...; todas sus cualidades las pone María al servicio
de Isabel. La Virgen no reserva nada para sí, es la esclava
del Señor y está entregada por completo para agradar
cuanto puede a Dios en cada circunstancia de su vida. Con ese amor
a Dios la vemos caminar hacia la montaña de Judea y la contemplaremos
en cada momento en que nos la muestran los evangelios.
Aprendamos
la enseñanza de nuestra Madre que se da por amor de Dios a
los demás. Nos sucederá, que sentiremos entusiasmados
el hondo convencimiento de estar embarcados en la aventura mas fascinante
que podríamos soñar. La aventura de la salvación
del mundo, con la Gracia de Dios y la cooperación libre de
los hombres. Pues, como recuerda el Concilio Vaticano II en su Constitución
Gaudium et Spes, a través
de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder
de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo,
durará, como dice el Señor, hasta el día final.
Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para
acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la
ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí
mismo. Una pelea, con venceremos y vencidos,
que ninguno podemos eludir.
Los
cristianos, conscientes de nuestra debilidad y con la experiencia
de nuestros pecados nos dirigimos a Santa María: ruega
por nosotros pecadores. En su continua vigilia
de amor por sus hijos, nos escucha; no nos pierde de vista ni un instante
mientras intentamos ir amando a Dios con nuestra vida. Como leemos
en Camino: No estás solo. Lleva
con alegría la tribulación. No sientes en tu mano,
pobre niño, la mano de tu Madre: es verdad. Pero... ¿has
visto a las madres de la tierra, con los brazos extendidos, seguir
a sus pequeños, cuando se aventuran, temblorosos, a dar sin
ayuda de nadie los primeros pasos? No estás solo: María
está junto a ti.
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