Día 3 IV Domingo de Pascua

        Evangelio: Jn 10, 1-10 En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las conduce fuera. Cuando las ha sacado todas, va delante de ellas y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños.
Jesús les propuso esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.
         Entonces volvió a decir Jesús:
         —En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos cuantos han venido antes que yo son ladrones y salteadores, pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará; y entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.

Responsables de los demás

El torrente oculto
Ronald A. Knox
Vencer el miedo
Magdi Allam

 

 

        Algo más que no ofender a Dios, que atenerse a un estricto cumplimiento de sus mandamientos, es descubrir su amor paternal y vivir con el deseo de corresponder a tan generoso e inmerecido desvelo. Así actúa también el pastor, que tiene en cuenta en primer lugar el bien de sus ovejas: se fija en lo peculiar de cada una de ellas y se diría que su vida es el mayor bien y contento de cada oveja.

        Es el pastor que va delante de las ovejas, vigilante ante las alimañas que pueden atacar la grey; preocupado de las más débiles, de las heridas; atento a la calidad del pasto que les ofrece... Es el pastor, que más bien se asemeja al buen padre, preocupado ante todo por el bien de cada hijo, que goza por tenerlos en casa rebosantes de salud y felices; salud y alegría que él mismo les ha conseguido con sus cuidados paternales.

        Una doble consecuencia podemos extrae al menos de la enseñanza del Señor que nos ofrece para hoy la Iglesia. Ante todo, que Jesucristo, Señor Nuestro, se comporta como Pastor bueno. Nos ofrece siempre lo más conveniente para la salvación y alegría nuestra. Además, conociéndonos desde toda la eternidad, sabe bien en qué consisten los defectos más comunes y nuestras particulares tendencias delictuosas. Para cada uno prevé Dios las circunstancias que más le convienen para su santidad, pues ser santos es nuestro destino como personas y lo único importante en nuestra vida, aunque quizá con frecuencia no lo entendamos así.

        Pedid y se os dará, nos tiene dicho. Para que acudamos confiadamente a su generosidad, buscando aquello que necesitamos para agradarle. Y así se manifiesta que quiere ser para cada uno, en toda circunstancia, un buen Pastor, un Padre misericordioso y comprensivo, que no tiene en cuenta tanto la calidad o el número de los pecados, como la sinceridad del arrepentimiento; que, por otra parte, Él mismo fomenta en nuestro corazón si se lo pedimos. Vale la pena, por tanto, invocar a Nuestro Dios, que hasta nos consuela internamente cuando notamos la frialdad, la indiferencia para amarle en que nos dejan nuestros pecados.

        Petición de perdón, de ayuda, acciones de gracias y actos de adoración se entremezclan en el corazón del hijo de Dios. Deseamos, deseemos... que sean una permanente oración a Nuestro Padre del Cielo, que nos ama como no imaginamos. Nos ama y es nuestro ejemplo en Cristo, y nos concede el honor de proceder con los demás, nuestros iguales, como Él hace con nosotros. El cristiano –consciente–, responsable de su condición ante Dios, es oveja y también pastor. En esto consiste la segunda lección que la Iglesia nos ofrece en todo momento, pero muy concretamente en este día.

        Agradecidos, por tanto, de que Dios ya nos considera mayores de edad, al apoyarse en cada uno para la extensión de su Reino, procuraremos concretar qué vamos a hacer para no defraudar esta confianza divina. Pediremos luz: Domine ut videam!, ¡Señor que vea!; te pido, como el ciego del Evangelio al que curaste, porque, a veces, noto que debo hacer algo a mi alrededor, mucho... y no me decido a concretar... Y van pasando los días..., y las semanas... Señor que vea lo que esperas de mí, y de quienes, junto a mí, están en tu presencia. Que, conscientes de ello, sepamos amarte, rectificando lo que sea necesario y como esperas la conducta cotidiana, siempre en beneficio de la santidad de los demás. Sentiremos, así, el honor de actuar a lo divino, ya que nos elevas hasta ser otros cristos, por Jesucristo Nuestro Señor.

        ¡Gozosa responsabilidad!, que compartimos con la Madre de Dios, Madre nuestra. También con nosotros cuenta Dios para cosas grandes: para volver humildemente a su lado tras cada rebeldía, tras cada debilidad y para permanecer junto a Él, haciendo también, como Él, de padre de muchos que no le conocen o viven como si no le conocieran. Con amor de Padre contempla nuestros afanes por servirle acercándole a otras almas, a la vez que quiere nuestro gozo de vernos útiles por trabajar en su Reino, y el gozo de tantos que se le acercan por nuestra fidelidad.

        Seguramente, en estos días de Pascua, procuramos alegrar a nuestra Madre con el recuerdo de la Resurrección triunfal de su divino Hijo. A todos los hombres, sus hijos pequeños, nos llama Dios a participar de esa misma Resurrección y de su vida inmortal para siempre. ¡Ayúdanos, Madre nuestra, para que sepamos alegrarte como buenos hijos!