Día 23 VII Domingo del Tiempo Ordinario

        Mt 5, 38-48 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No repliquéis al malvado; por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa. A quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos. A quien te pida, dale; y no rehúyas al que quiera de ti algo prestado.
        Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos? Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.

El precepto de la caridad

Sí, quiero

        Las palabras de Jesús recogidas en estos versículos de San Mateo, que nos ofrece la Iglesia en este domingo, reclamaban un cambio de actitud no poco importante en el modo de relacionarse con los demás. Se trataba de pasar del ojo por ojo... y el odio al enemigo, a buscar en toda circunstancia lo mejor para los demás, aunque en estricta justicia no lo merezcan. En esto está la perfección insiste el Señor a la medida de nuestro Padre Celestial.

        Ese buscar en todo caso el bien de la gente debe ser una realidad permanente en nuestra vida: Cuando te cueste prestar un favor, un servicio a una persona, piensa que es hija de Dios, recuerda que el Señor nos mandó amarnos los unos a los otros.
—Más aún: ahonda cotidianamente en este precepto evangélico; no te quedes en la superficie. Saca las consecuencias —bien fácil resulta—, y acomoda tu conducta de cada instante a esos requerimientos
. Así se expresaba san Josemaría Escrivá.

        El amor a los demás va por delante: antecede a cualquier conducta del otro, a cualquier circunstancia de su persona. Será siempre el punto de partida de nuestra relación con él. De entrada, se le quiere, se le valora, se está dispuesto a ayudarle, a fomentar su bien; en su caso, si fuera preciso, se le corrige oportunamente, ante todo para que tenga toda la categoría humana y sobrenatural que pueda lograr, buscando siempre, en suma, su mayor bien.

        Por lo demás, que esté siempre presente ante todo nuestro deseo de amar a Dios, cuando intentamos tratar bien a los demás. Cuanto hicisteis por uno de estos más pequeños conmigo lo hicisteis, nos tiene dicho el Señor. Así, el prójimo nuestros hermanos los hombres con quienes convivimos será siempre una ocasión para amar a Dios.

        Además, como afirma san Josemaría: Más que en "dar", la caridad está en "comprender". —Por eso busca una excusa para tu prójimo —las hay siempre—, si tienes el deber de juzgar. Y antes que nada, rezar: rezar por quienes nos parece que no actúan como debieran. Porque lo de menos será, muchas veces, el perjuicio que nosotros tal vez podamos sufrir de esa mala conducta. Lo peor será con frecuencia la mala conducta en sí que hace malo a su autor.

        Seamos amigos de verdad. Que la amistad es para algo más que para pasar buenos ratos de diversión. No puedes ser un elemento pasivo tan sólo, decía san Josemaría. Tienes que convertirte en verdadero amigo de tus amigos: "ayudarles". Primero, con el ejemplo de tu conducta. Y luego, con tu consejo y con el ascendiente que da la intimidad.

        ¿Qué me preocupa de mis amigos, qué me interesa de ellos? ¿Me interesa lo que consigo de ellos o lo que ellos consiguen de mí? Ojalá que tenga mucho interés en favorecerles en todo momento, así estaré seguro de que los quiero de verdad, de que son mis amigos. Por el contrario, si me resisto a poner de lo mío para su bien, posiblemente todavía los quiero poco, todavía los valoro poco. Cuando te cueste prestar un favor, decía san Josemaría, un servicio a una persona, piensa que es hija de Dios, recuerda que el Señor nos mandó amarnos los unos a los otros.
—Más aún: ahonda cotidianamente en este precepto evangélico; no te quedes en la superficie. Saca las consecuencias —bien fácil resulta—, y acomoda tu conducta de cada instante a esos requerimientos
.

        Siempre vivimos entre otros a quienes Dios quiere muchísimo, por quienes ha dado su vida, para que logren su plena felicidad. Y esto, sin merecimiento alguno por parte del hombre. Por el contrario, se entregó por nosotros mientras el hombre se le oponía con todas sus fuerzas, mientras el hombre le mataba. Queramos compensar ahora esa oposición amando con obras a quienes nos rodean porque "cuanto hicisteis con uno de estos más pequeños, conmigo lo hicisteis", nos aseguró el Señor. Seamos, en fin, solidarios con nuestro Dios, deseando asimismo la plena felicidad para quienes están a nuestro lado en la vida.

        ¿Qué puedo hacer por éste? Dependerá de cómo sea, de lo que pida, de lo que necesite aunque no lo pida. Leemos en el Evangelio que Jesús "paso haciendo el bien", y nosotros podemos imitar esa conducta: que los demás sean un permanente estímulo de mi amor. Pidamos a Dios unos ojos sensibles ante las necesidades de los demás y un corazón generoso, lleno de deseos de cubrir esas necesidades.

        Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, cantamos a Santa María. Le pedimos a esta Madre de buena parecernos a ella en su mirada.