Día 11 Nuestra Señora de Lourdes

 



        
Mc 6, 53-56 Acabaron la travesía hasta la costa, llegaron a Genesaret y atracaron. Cuando bajaron de la barca, enseguida lo reconocieron. Y recorrían toda aquella región, y adonde oían que estaba él le traían sobre las camillas a todos los que se sentían mal. Y en cualquier lugar que entraba, en pueblos o en ciudades o en aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas, y le suplicaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y todos los que le tocaban quedaban sanos.

Amor misericordioso de María

Vivir la Santa Misa

        En este día, 11 febrero, del año 1858, se apareció la Santísima Virgen a Bernardette Soubirous, cuando ésta tenía 14 años. Fue la primera de las 18 apariciones que tuvieron lugar durante los seis meses siguientes: desde ese día hasta el 16 julio de ese mismo año.

        Naturalmente en las primeras apariciones podría no estar claro que se trataba de la Madre de Dios. Incluso podría haber sido una aparición inducida por acción diabólica. En todo caso, el mensaje de Lourdes es un mensaje para la conversión de los pecadores que, estando apartados de Dios, se encuentran fuera de su amor y, por consiguiente, no pueden ser objeto de la bondad divina. La Virgen repite continuamente a Bernardette: penitencia, penitencia; oración, oración por los pecadores. De hecho, en seguida pide a Bernardette que hable con los sacerdotes para que construyan una capilla en aquel mismo lugar, adonde la gente acuda en procesión para rezar por los pecadores.

        Pero el sacerdote del lugar, el padre Peyramale, no quiere dejarse engañar y pide a Bernardette que pregunte a la Visión su nombre: "Soy la Inmaculada Concepción", responde la Santísima Virgen. Ante esta respuesta –Bernardette no comprende el significado de las palabras pronunciadas por la Virgen– el sacerdote queda plenamente convencido del carácter sobrenatural divino de las apariciones. Es necesario recordar que el dogma de la "Inmaculada Concepción" había sido definido sólo cuatro años antes, el 8 diciembre 1854, por el Papa Pío IX, mediante la bula "Ineffabilis Deus". La vidente, de muy poca formación intelectual, no tenía noticia alguna que tal definición, según la cual, es una verdad de fe católica que María, Madre de Dios, había sido concebida sin pecado original, en previsión a su maternidad divina.

        Por lo demás, el carácter sobrenatural de las apariciones se puso de manifiesto casi de inmediato, con la realización de milagros. La Santísima Virgen había pedido a Bernardette que excavara en el suelo de la gruta. De ahí manó una fuente de agua, donde lavó su ojo enfermo un hombre que había perdido la visión del ojo 20 años atrás por un accidente. La recuperación de la visión de su ojo enfermo fue el primero de los milagros de Lourdes. Muchos otros milagros han tenido lugar, también en nuestros días, a través del agua de esa fuente. Pero lo decisivo del mensaje de Lourdes es la necesidad de penitencia y oración por los pecadores.

        ¿Nos preocupa el perdón de los pecados nuestros y de otras personas? El pecado es el verdadero mal, lo que más daña al hombre. El amor que Dios nos tiene le ha llevado a concedernos el auxilio de Santa María mediante esta aparición suya en Lourdes y en otros lugares también conocidos. María aparece así como verdadera Madre de los hombres, que busca decididamente nuestro bien: vernos libres de nuestros pecados, que nos apartan de Dios: único sentido y fin de nuestra vida.

        Por nuestra debilidad y miseria caemos con frecuencia en el pecado: somos pecadores. "Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte", repetimos en el Padre Nuestro. Aseguremos, por consiguiente, esta petición. Reparemos con penitencia, como nos aconseja la Virgen de Lourdes, los pecados cometidos por nosotros mismos y los pecados de todo el mundo.

        No es necesario que se trate de penitencias muy extraordinarias. Seguramente tenemos en nuestra jornada habitual muchas ocasiones de contrariar discretamente el propio gusto, de poner toda la intensidad en nuestros quehaceres habituales acabándolos con la perfección que a Dios le agrada, de tratar a las demás personas con la delicadeza y el amor que se merece todo hijo de Dios, de poner empeño en la difusión del Evangelio en nuestro ambiente más habitual, etc.

        El Sacramento de la Penitencia es el modo ordinario instituido por Jesucristo para la remisión de los pecados. Concretemos recibirlo cada uno con la frecuencia que nos recomienden en nuestra dirección espiritual.

        A Santa María, refugio de los pecadores y madre nuestra, nos encomendamos, para que sea eficaz ese empeño suyo de presentarnos ante Dios, Padre Nuestro, con el alma limpia, con la ilusión y la alegría de los buenos hijos.