|
Día 17 III Domingo de Adviento |
Evangelio:
Jn 1, 6-8. 19-28 Hubo un hombre enviado por Dios, |
La espera santa del Adviento |
|
Venimos preparándonos desde hace ya dos semanas a otra nueva conmemoración del nacimiento de nuestro Dios. No queremos que sean éstas unas fiestas, que también aguardamos, tan sólo vacacionales. Queremos que sean unas fiestas, sí, pero fiestas cristianas. Deseamos festejar, por todo lo alto, que Nuestro Señor y Creador del mundo ha nacido para nuestra Salvación. ¡Que no nos acostumbremos a esta espera ni nos cansemos de ella! ¿Estoy notado en estos días una clara inquietud especial en mi espíritu? Claro, que no se trata de perder la paz, sin embargo, es muy conveniente que haya manifestaciones interiores por la oración y hasta exteriores en nuestra vida, porque estamos en el Adviento: aguardamos otro renacimiento de Dios en cada uno. El fundador del Opus Dei contemplaba ilusionado este tiempo litúrgico con su especial exigencia: Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! "Ecce veniet!" ¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia. Un buen modo, en efecto, de vivir el Adviento es cuidar mejor la Comunión eucarística. No es posible esperar como es debido a Dios de cualquier modo. Como en su primera venida, al comienzo de nuestra era, se oyen voces. «Haced recto el camino del Señor», escuchaban las gentes de la boca del Bautista. Sin duda, es lo primero: una personal disposición, por inconcreta que sea, de querer agradar a Dios con la vida que llevamos. ¿Quién no lo desea?, podríamos pensar. Quien más quien menos quiere estar a bien con Dios. Claro..., que esto no es suficiente. No basta una disposición tan genérica e indeterminada y, por ello, tan poco eficaz. Algo así difícilmente puede impulsar a rectificar el camino, es decir, a cambiar actitudes y conductas nuestras que, con el Evangelio en la mano, desdicen de un hijo de Dios. Para
esa mejora, que en alguna medida todos debemos procurar, hemos de prestar
atención al Santo Padre. Es y será siempre el Bautista
para los cristianos: la voz del que clama en el
desierto. La voz que hemos de atender, atentamente, dedicando
un tiempo a esa escucha, a esa lectura de lo que cada semana, y en otros
momentos por cualquier circunstancia, declara para los hijos de la Iglesia.
No pocas veces sentimos la conciencia intranquila, por la sospecha fundada
de que no hacemos bastante: ¿cómo concretar e impulsar
mejor mi vida cristiana? El Papa nos aconseja de continuo pautas precisas
para las circunstancias de cada tiempo. No es difícil, a partir
le esas sugerencias, personalizar. Habremos de dedicar luego un tiempo,
por poco que sea, a la reflexión, a la medicación, al
examen de nuestra conciencia y a puntualizar propósitos en la
presencia del Señor, que siempre nos ve y nos escucha. La
piedad sencilla de san Josemaría se manifiesta espontánea
en la meditación de lo que estas fechas suponen para el cristiano:
Navidad. Me escribes: al hilo de la espera
santa de María y de José, yo también espero, con
impaciencia, al Niño. ¡Qué contento me pondré
en Belén!: presiento que romperé en una alegría
sin límite. ¡Ah!: y, con Él, quiero también
nacer de nuevo... Especialmente gozosa se hace la espera, sabiéndonos acompañados de Santa María. A Ella encomentamos la Navidad de todo el pueblo fiel, y la de cuantos aún no conocen la alegría de los hijos de Dios. |
|||||
Recibir NOVEDADES FLUVIUM |