Día 15 XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

        Evangelio: Mt 22, 1-14 Jesús les habló de nuevo con parábolas y dijo:
         —El Reino de los Cielos es como un rey que celebró las bodas de su hijo, y envió a sus siervos a llamar a los invitados a las bodas; pero éstos no querían acudir. Nuevamente envió a otros siervos diciéndoles: «Decid a los invitados: mirad que tengo preparado ya mi banquete, se ha hecho la matanza de mis terneros y mis reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas». Pero ellos, sin hacer caso, se marcharon: quien a su campo, quien a su negocio. Los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y los mataron. El rey se encolerizó, y envió a sus tropas a acabar con aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Luego les dijo a sus siervos: «Las bodas están preparadas pero los invitados no eran dignos. Así que marchad a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis». Los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenó de comensales la sala de bodas. Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda?» Pero él se calló. Entonces el rey les dijo a los servidores: «Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí habrá llanto y rechinar de dientes». Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.

A su servicio

Sintonía con Cristo
Michel Esparza

        Ante algunos acontecimientos se dice: "esto es viejo como el Evangelio y, como el Evangelio, nuevo". La parábola que nos recuerda la Iglesia en este domingo podría parecer que se refiere a un suceso, si acaso, de otro tiempo; y es posible que, a más de uno, le parezca una exageración fantástica todo el relato, considerado en conjunto. Pero no olvidemos que procede de la Sabiduría divina, que habla a los hombres de todos los tiempos. Así lo recuerda san Pablo a Timoteo: Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia.

        Llama la atención que a los convidados no se les consiente declinar la invitación. Se trata, por el contrario, de un obsequio óptimo, gratuitamente recibido...; pero no sucede, en este caso, como suele ocurrir a menudo, que depende de la voluntad de quien lo recibe decidir si es oportuno aceptarlo o no. Aquellos invitados no deben rechazar la invitación, no están facultados para negarse: era su rey quien invitaba y a su rey, por tanto, a quien rechazaban. No se trataba, en definitiva, de una sugerencia más, de un compañero entre tantos, pongamos por caso, que se pudiera considerar de relativa importancia frente a la propia opinión. De ser así, el invitado podría en verdad tener derecho a valorar poco la sugerencia del otro frente a sus ocupaciones, pero con el rey no.

        El rey es verdadero rey, señor absoluto, no únicamente el primero entre los iguales. Es de una clase superior. De suyo, por naturaleza, estará siempre sobre los súbditos. Estos, por su parte, siendo súbditos y servidores del rey y estándole sometidos, dominan a su vez, sin embargo, sobre otras criaturas, por naturaleza inferiores a ellos. A su medida son señores que dominan, aunque también estén sometidos. Asimismo, el hijo del rey, de estirpe real, merece todo el honor de los súbditos.

        No es ahora el momento de razonar acerca del por qué de esta realidad inapelable y evidente. Nos basta reconocer con sencillez que así es la existencia; como lo reconocía aquel centurión que aparece en el Evangelio, según nos cuenta también san Mateo: Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión y, rogándole, dijo: Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes. Jesús le dijo: Yo iré y lo curaré. Pero el centurión le respondió: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues yo, que soy un hombre subalterno con soldados a mis órdenes, digo a uno: ve, y va; y a otro: ven, y viene; y a mí siervo: haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús se admiró, y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande.

        Fe grande, sí, y sentido común para aceptar la vida como es; para reconocer que, pudiendo dominar, por ser centurión, sobre algunos, a su vez no era él el señor absoluto: había quien, estando sobre él, le mandaba con todo derecho. Y así como sus siervos y soldados le estaban sometidos, en cuanto centurión, él estaba sometido a su vez, en este caso y en última instancia, al emperador romano.

        El libro del Génesis, explicando el origen del mundo y la vida, da razón de esta realidad: Dios hizo los animales salvajes según su especie, los ganados según su especie y todos los reptiles del campo según su especie. Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios:

        Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Que domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, sobre todos los animales salvajes y todos los reptiles que reptan por la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo:

        Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan por la tierra. Y dijo Dios:

        He aquí que os he dado todas las plantas portadoras de semilla que hay en toda la superficie de la tierra, y todos los árboles que den fruto con semilla; esto os servirá de alimento. A todas las fieras, a todas las aves del cielo y a todos los reptiles de la tierra, a todo ser vivo, la hierba verde le servirá de alimento.

        Demos gracias a Dios, como Santa María –alaba mi alma al Señor, exulta ante su prima Isabel– y podremos gozarnos de tener este Rey y poder servirle confiadamente. Y pidámosle la docilidad y fortaleza que necesitemos cada uno para cumplir su voluntad, para contemplarle sobre nosotros como Padre amoroso y a la vez como Señor.