Día 1 XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

        Evangelio: Mt 21, 28-32 »¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; dirigiéndose al primero, le mandó: «Hijo, vete hoy a trabajar en la viña». Pero él le contestó: «No quiero». Sin embargo se arrepintió después y fue. Se dirigió entonces al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: «Voy, señor»; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?
         —El primero —dijeron ellos.
         Jesús prosiguió:
         —En verdad os digo que los publicanos y las meretrices van a estar por delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros con un camino de justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las meretrices le creyeron. Pero vosotros, ni siquiera viendo esto os arrepentisteis después para poder creerle.

Sobre el verdadero amor

Invitación a pensar
Jaime Nubiola

        Esta parábola del Señor nos pone bien en la realidad de lo que suele ser el comportamiento humano. ¿Quién no desea actuar correctamente? A la hora de la verdad, sin embargo, no pocas veces las obras no se corresponden con nuestros bienintencionados proyectos. Aquel primer movimiento del corazón, y posiblemente también de la lengua en personas muy efusivas, no era del todo determinante de la conducta.

        "Obras son amores y no buenas razones", reza un refrán castellano. Porque son los actos de cada uno lo único que puede contribuir al bien de otro y, por tanto, la manifestación de amor. Hasta que no hay una entrega efectiva, que de algún modo beneficia al ser amado, no hay propiamente amor. Puede haber, ciertamente, proyecto de amar. Pero ese proyecto no pasa de ser un deseo ineficaz, mientras no contribuya al bien de quien se ama.

        El apóstol Santiago, en una carta dirigida a los fieles de la primera cristiandad, ejemplifica con gran sentido cual debe ser la actitud de un buen cristiano: Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento cotidiano, y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y saciaos», pero no le dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? En ocasiones, es indudable que un comentario oportuno, un consejo, unas palabras de consuelo, una corrección con caridad si es necesario, pueden ser ya otros tantos modos de ayudar eficazmente al prójimo. Pero, casi siempre, es cierto el refrán antes aludido de que lo que ayuda y manifiesta verdadero amor es la conducta, más que las palabras.

        San Pablo nos pone ante los ojos el ejemplo de Jesucristo: En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Si alguno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano padece necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor a Dios? Hijos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y de verdad.

        Todos tenemos en la memoria la imagen que algunos tipos que se caracterizan por querer de verdad, intensamente –aunque en ocasiones no sea con rectitud– y lo demuestran, porque logran a como dé lugar sus objetivos. En Camino se nos anima a querer como ellos: que no se diga que, por el mal, otros ponen más empeño que nosotros por Dios: Me dices que sí, que quieres. —Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer?
         —¿No? —Entonces no quieres.

        Cuando se quiere, cuando se ama de verdad, la miradada del corazón no se aparta de quien se ama. Y por la fe reconocemos que en todo momento Dios acoge cada uno de nuestros actos. Pues con esta visión –desde luego sobrenatural, de fe– procura comportarse el buen cristiano. Moverse casi únicamente por la utilidad, por el gusto, por el éxito, por un valor consideradas las cosas de "tejas abajo", nos lleva, antes o después, a desistir del empeño inicial, por decidido que pareciera. Así cada uno decidimos la medida de nuestro esfuerzo, que será siempre en todo caso el que basta para un interés pequeño, pues no es Dios quien nos impulsa en cada instante, siempre hasta la perfección: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, recomienda Nuestro Señor.

        Estemos, pues, prevenidos ante nuestras solas buenas intenciones; que no son malas, pero son insuficientes, mientras no se cuajen en realidades de obras de amor. Esas obras que nos acaban confirmando que, efectivamente, los sentimientos nuestros son como Dios quiere, y no sólo una especie de ensueño insustancial y estéril. Una sensata desconfianza de nosotros mismos, puede ser la actitud prudente de quien está muy interesado en concluir, como es debido, los nobles y grandes ideales nacidos en su corazón. Implorando el auxilio divino, contaremos, sin duda, con esa fuerza que nos falta por nuestra pequeñez de criaturas.

        Nos puede suceder, en ocasiones –¡cómo no!–, que no fueron tampoco inicialmente nobles y buenas nuestras disposiciones por obrar el bien. No está, sin embargo, todo perdido, como no estaba tampoco todo ganado con unos buenos propósitos. Recordemos al hijo de la parábola que comenzó con una negativa a su padre, descarada, podríamos decir. Sin embargo, recapacita y no se deja llevar por su primer impulso interior. Ha triunfado el buen criterio de la obediencia. Así nosotros. Si procuramos mantenernos en la presencia de Dios, sentiremos –sí– de cuando en cuando que se nos insinúa rebeldía de no procurar y lo que más agrada a Dios, Nuestro Padre. Pero el amor, presente en el corazón, nos llevará a rectificar, confirmando con obras ese amor.

        A Santa María, les pedimos ser como Ella, por nuestra respuesta entusiasta y generosa a Dios y por un cumplimiento acabado y heroico si fuera preciso.