Día 22 Domingo. Solemnidad: La Santísima Trinidad

 


        Evangelio: Jn 16, 12-15
Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije: "Recibe de lo mío y os lo anunciará".

Somos para la Trinidad

Conocer a Dios I: la fe compartida
Jesús Ortiz López
Conocer a Dios II: la fe celebrada
Jesús Ortiz López
Conocer a Dios III: la fe vivida
Jesús Ortiz López
        La fidelidad de san Juan evangelista a la enseñanza del Señor nos introduce, en este caso, en la intimidad misma de la Trinidad. Las palabras de Jesús que acabamos de recordar deben ser objeto de nuestra pausada meditación. Son suficientes para nosotros, aunque, metidos a partir de ellas en el misterio insondable de la divinidad, el entendimiento humano no comprenda...; pues, como ya sabíamos, a Dios no lo podemos abarcar con la inteligencia.

        "Creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo, creo en Dios Espíritu Santo; espero en Dios Padre, espero en Dios Hijo, espero en Dios Espíritu Santo; amo a Dios Padre, amo a Dios Hijo, amo a Dios Espíritu Santo".

        Es necesario que hagamos así. Es preciso actualizar las tres virtudes teologales, que tienen por objeto al mismo Dios, para vivir de ellas. Debemos ser muy de este mundo, pero nuestra vida ha de ser a la vez una vida en Dios, de relación permanente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Si no fuera así –debemos reconocerlo– estaríamos quedándonos muy cortos, sin el desarrollo y la plenitud de que somos capaces: Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima.
        —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor.

        Queramos empaparnos de este convencimiento tan vivo en san Josemaría y en todos los santos. El propósito renovado de pensar en cada una de las divinas Personas, de invocarlas –tal vez sin palabras muchas veces– irá confirmándonos, por efecto de la Gracia santificante, en esa vida en Dios para la que fuimos creados. Una vida no solamente para el futuro, a partir de la muerte; puesto que debe ser una realidad ya actual. Mientras llevamos a cabo nuestros quehaceres más habituales, podemos –debemos– mantener un trato lo más asiduo que sea posible con la Santísima Trinidad.

        ¿Cómo busco a las Personas divinas durante la jornada? No es una empresa inaccesible ni demasiado espiritual que no pueda ir de acuerdo con los afanes del mundo que vivimos. Dios nos quiere aquí, y aquí nos esperan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo cada día, mientras nos desenvolvemos cada uno entre nuestros afanes. En cada instante podemos vernos ante el Padre, que ama entrañablemente a sus hijos los hombres y espera de nosotros correspondencia. Y que descansemos en su bondad omnipotente, también si por un instante –o por una temporada– perdimos de vista lo que somos y valemos por Él.

        Aunque queramos seriamente amar a Dios, siempre notamos nuestra fragilidad y, en ocasiones, parece que los defectos conocidos de siempre harán inútil en la práctica todo intento por corresponderle. Tal vez es entonces el momento de comprender, con una nueva luz, que para esta empresa sobrenatural siempre seremos débiles; débiles y desmañados, por la tendencia al pecado, que proviene del pecado de Adán y de los otros pecados nuestros, personales. Entonces invocamos a Dios Padre. Nos apoyamos confiados en su ternura poderosa, en su comprensión de Padre que perdona y anima, que quiere salvarnos: vernos felices gozando con su Amor.

        De Jesucristo, el Hijo encarnado, aprendemos. Os he dado ejemplo..., nos dijo. El Señor es el hombre perfecto en quien encontramos, en todo momento, la respuesta a cómo hay que actuar. Jesús es la verdad acerca del hombre y, como afirmó el último Concilio Ecuménico: manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Siempre hay unas palabras, una actitud de Nuestro Señor que nos aconsejan una conducta suya como modelo nuestro para ese momento. Por eso es capital conocer la vida y las palabras del Señor; estar muy familiarizados con el tesoro que son los Santos Evangelios; para que, casi sin querer, tengamos presente la vida de Cristo al vivir la nuestra.

        Pero no está la perfección que Dios espera de sus hijos en la sola imitación de la conducta de Jesús. Quiere Dios que los hombres "saltemos", por la acción del Espíritu Santo, de nuestra condición a la suya. Quiere, como expresó san Juan para gozo perpetuo del todo hombre, que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos. La santificación es entonces más obra de Dios que nuestra. A cada uno nos corresponde no poner obstáculos, ser dóciles a la acción del Paráclito, para llevar a cabo la vida cristiana; es decir, ser propiamente "Cristo" que cumple por su amor, como Jesús, la voluntad del Padre santificando el mundo. Por el Espíritu Santo, el cristiano comprende su vida como la ocasión permanente de amar a Dios, procurando que muchos más le amen.

        Te contaba –decía san Josemaría– que hasta personas que no han recibido el bautismo me han dicho conmovidas: "es verdad, yo comprendo que las almas santas tienen que ser felices, porque miran los sucesos con una visión que está por encima de las cosas de la tierra, porque ven las cosas con ojos de eternidad".
        ¡Ojalá no te falte esta visión! –añadí después–, para que seas consecuente con el trato de predilección que de la Trinidad has recibido.

        ¡Correspondamos a ese trato de predilección! En Santa María no hay un momento de menos unión con las tres Personas. Es necesario acudir a su intercesión poderosa para que nos esmeremos por estar a la altura de lo que valemos por la voluntad del Creador

        Dirígete a la Virgen, nos aconseja el Fundador de la Obra –Madre, Hija, Esposa de Dios, Madre nuestra–, y pídele que te obtenga de la Trinidad Beatísima más gracias: la gracia de la fe, de la esperanza, del amor, de la contrición, para que, cuando en la vida parezca que sopla un viento fuerte, seco, capaz de agostar esas flores del alma, no agoste las tuyas..., ni las de tus hermanos.