Día 13 Nuestra Señora de Fátima

 

        Evangelio: Jn 16 16-20 Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. Sus discípulos se decían unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Dentro de un poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver, y que voy al Padre? Decían pues: ¿Qué es esto que dice: Dentro de un poco? No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle y les dijo: Intentáis averiguar entre vosotros acerca de lo que he dicho: dentro de un poco no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

Espíritu de penitencia

Al hilo de un pontificado: el gran "sí" de Dios
Ramiro Pellitero

        El 13 mayo de 1917 se apareció la Santísima Virgen a tres pastorcillos, Lucía, Jacinta y Francisco, mientras estaban guardando su rebaño en el lugar llamado Cova de Iría cerca de Fátima, Portugal. La Virgen pidió a los niños que acudieran aquel mismo lugar durante seis meses consecutivos, el día trece de cada mes.

        El mensaje que transmite María a los niños es que es preciso hacer penitencia por los pecadores, puesto que Dios es muy ofendido; rezar cada día el Santo Rosario por esa misma intención; y la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón.

        Les enseña una oración para el ofrecimiento de sacrificios por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos: «¡Oh Jesús!..., por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de las ofensas hechas al Inmaculado Corazón de María».

        El mes de agosto la Virgen prometió un signo público, visible por todos, como prueba de la veracidad de las apariciones y el mensaje. Y en el mes de octubre tuvo lugar el "prodigio del sol", del que fueron testigos decenas miles de personas, congregadas aquel día en las inmediaciones, e incluso otras encontraban a muchos kilómetros del lugar.

        La Señora declaró entonces que era la Virgen del Rosario y les dijo: «Es preciso que los hombres se enmienden, que pidan perdón de sus pecados... Que no ofendan más a Nuestro Señor, que ya es demasiado ofendido».

        El Papa Juan Pablo II acudió a Fátima, con el Rosario en la mano, para dar gracias a Nuestra Señora por haber salido con vida del atentado sufrido el año anterior, y declarada que «las apariciones de Fátima, comprobadas por signos extraordinarios, en 1917, forman como un punto de referencia y de irradiación para nuestro siglo. María, Nuestra Madre celestial, vino para sacudir las conciencias, para iluminar el auténtico significado de la vida, para estimular a la conversión del pecado y al fervor espiritual, para inflamar las almas de amor a Dios y de caridad hacia el prójimo. María vino a socorrernos, porque muchos, por desgracia, no quieren acoger la invitación del Hijo de Dios para volver a la casa del Padre. Desde su santuario de Fátima, María renueva todavía hoy su materna y apremiante petición: la conversión a la Verdad y a la Gracia; la vida de los sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía, y la devoción a su Corazón Inmaculado, acompañado por el espíritu de penitencia».

        Hoy nos podemos preguntar cómo va nuestro afán de conversión, de reparación por los pecados personales y ajenos, nuestra conversión en el Sacramento de la Penitencia, cómo rezamos del Santo Rosario, quizá especialmente en este mes de mayo. Puede ser un buen modo de interceder por los pecadores, acogiendo la petición insistente de Nuestra Señora de Fátima. Una petición, por otra parte, insistente en el Evangelio: arrepentios y haced penitencia... haced penitencia, porque esta cerca el Reinó de los Cielos. «La finalidad última de la penitencia –enseñaba el Papa Juan Pablo II– consiste en lograr que amemos intensamente a Dios y nos consagremos a Él».

        La primera manifestación del verdadero espíritu de penitencia es el amor al Sacramento de la Reconciliación, la Confesión Sacramental. Buena ocasión es ésta, por consiguiente, para preguntarnos acerca de nuestras Confesiones, si son todo lo frecuentes y bien preparadas que es debido; si, en el trato con nuestros conocidos y amigos, sabemos animar prudentemente para que también a otros ganen en espíritu de penitencia, frecuentando el Sacramento de la Reconciliación.

        Y, como recuerda San Josemaría, es penitencia: «el cumplimiento exacto del horario que te has fijado, aunque el cuerpo se resista o la mente pretenda evadirse con ensueños quiméricos. Penitencia es levantarse a la hora. Y también, no dejar para más tarde, sin un motivo justificado, esa tarea que te resulta más difícil o costosa.

»La penitencia está en saber compaginar tus obligaciones con Dios, con los demás y contigo mismo, exigiéndote de modo que logres encontrar el tiempo que cada cosa necesita. Eres penitente cuando te sujetas amorosamente a tu plan de oración, a pesar de que estés rendido, desganado o frío.

»Penitencia es tratar siempre con la máxima caridad a los otros, empezando por los tuyos. Es atender con la mayor delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los que padecen. Es contestar con paciencia a los cargantes e inoportunos. Es interrumpir o modificar nuestros programas, cuando las circunstancias —los intereses buenos y justos de los demás, sobre todo-- así lo requieran.

»La penitencia consiste en soportar con buen humor las mil pequeñas contrariedades de la jornada; en no abandonar la ocupación, aunque de momento se te haya pasado la ilusión con que la comenzaste; en comer con agradecimiento lo que nos sirven, sin importunar con caprichos.

»Penitencia, para los padres y, en general, para los que tienen una misión de gobierno o educativa, es corregir cuando hay que hacerlo, de acuerdo con la naturaleza del error y con las condiciones del que necesita esa ayuda, por encima de subjetivismos necios y sentimentales.

»El espíritu de penitencia lleva a no apegarse desordenadamente a ese boceto monumental de los proyectos futuros, en el que ya hemos previsto cuáles serán nuestros trazos y pinceladas maestras. ¡Qué alegría damos a Dios cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos y brochazos de maestrillo, y permitimos que sea Él quien añada los rasgos y colores que más le plazcan!».

        Acudimos a Nuestra Señora de Fátima, para que nos anime interiormente a rezar el Rosario y a confesar nuestros pecados con la frecuencia, el agradecimiento y el amor debidos.