NOVENA A LA INMACULADA día noveno

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;
y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre,
¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen Maria!
Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Todo en María es Gracia
María Vallejo-Nájera
Cielo e infierno: verdades de Dios

        Es la Gracia de Dios. María es así por la Gracia. Porque es llena de Gracia desde su primer instante y porque con libertad respondió siempre bien a Dios. La llamamos Inmaculada porque no ha conocido el pecado. Por especial privilegio es preservada del pecado original y durante su vida siempre responde a Dios manifestándole amor en cada circunstancia.

        Conocemos algunos momentos de la vida de la Virgen. Son acontecimientos que nos admiran y un ejemplo para todos los que queremos corresponder a la bondad de Dios. Queremos acogernos a su maternal protección: a las discretas insinuaciones que sugiere en nuestra alma y a la valentía que mostró en su conducta. Deseamos escucharla atentamente en nuestro interior y que nos fortalezca para llevar a cabo sus consejos. Es nuestra Madre y busca para sus hijos lo mejor. Hasta nos convence –como hacen las madres con sus pequeños– para que acabemos entusiasmados con lo que Ella ama. Basta sólo con que nos dejemos querer.

        ¿Y qué haremos para recibir eficazmente el cariño de nuestra Madre? Bastará con que nos pongamos a su alcance, con que perseveremos junto a Ella un tiempo expresamente dedicado a tratarla, a conocerla. Nos dirigiremos a la Virgen como niños a su Madre: son muchas las prácticas de piedad mariana que aconseja la Iglesia, no hay por qué asumirlas todas, aunque sí las que vayan mejor a nuestra situación. En este trato filial le pediremos consejo para amar más a su Hijo y con su ayuda concretaremos las manifestaciones que Ella nos sugiera para este amor.

        Con María, como con Jesús, vivimos vida sobrenatural, que no es terrena aunque sea en este mundo. Es vida efecto de la misma Gracia de Dios que hizo a nuestra Madre, por su correspondencia, bendita entre todas las mujeres. Es la vida a la que somos invitados por Dios, aquella a la que se refiere Jesús: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Y María, como verdadera Madre, sueña con vernos crecidos en esa vida que es la única que nos corresponde como hijos de Dios. Por eso el Fundador de la Universidad de Navarra nos enseñó esa oración para la comunión espiritual que había aprendido de pequeño: Yo quisiera Señor recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

        Comulgar como la Virgen es nuestro deseo porque queremos acoger al Señor –al Señor que ya se acerca en este tiempo de Adviento– con lo mejor de nuestro corazón. Porque deseamos alcanzar madurez sobrenatural, para que pueda Dios contar con nosotros y extender su Reino de Gracia en el mundo, apoyarse en nosotros, como se apoyó en María, para hacer eficaces sus deseos salvadores. ¿Queremos tú y yo olvidarnos del todo de "nuestras cosas", como la Virgen, para que sea Dios quien se salga con la Suya en nosotros y por nosotros en los demás?

        La vida de la Gracia es vida de Dios y por tanto de amor, de entrega confiada. Pero es una vida llamada a ir tomando cuerpo en los hombres, porque aún muchos no han descubierto su fuerza, su belleza, su atractivo. Miramos a nuestro alrededor –por sus obras los conoceréis– y contemplamos muchas, demasiadas, vidas sólo mundanas. Son personas que poco o nada piensan en Dios, a juzgar por su conversación, por su conducta. ¿Pensamos quizá que no es cosa nuestra? Es una pena, sí. Aparte de contribuir a un ambiente sin Dios o en el que no es el Señor motor y sentido de la vida, dan mal ejemplo. Pero, ¿qué hacemos además de lamentarnos? Porque sí es cosa nuestra. La vida de la Gracia de suyo se desarrolla. El cristiano, si lo es, si procura serlo de verdad apoyado en Dios, contagia; y esa vida suya –de Dios– pasa de unos a otros como gérmenes salvíficos de amor, de generosidad, de alegría.

        Si es mucho lo por hacer, más abundante es la Gracia y Omnipotente su Autor: ¡Dios no pierde batallas! ¡Qué importa nuestra pequeñez, nuestra debilidad, la experiencia confirmada de nuestros errores y pecados! Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

        Y no dejamos de contemplar una y otra vez a nuestra Madre Inmaculada. Quizá, como niños miedosos, por mucho que nos lo expliquen seguimos teniendo miedo: ¿será realmente posible vivir para Dios en medio de los afanes de este mundo?, ¿no me quedaré solo en ese intento que parece tan alejado de lo posible, de lo razonable? No dejemos de contemplar una y otra vez a nuestra Madre Inmaculada, que declara optimista ante Isabel: ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo; su misericordia se derrama de generación en generación sobre aquellos que le temen. Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió vacíos.

        No queramos ser de esos ricos de cosas, o quizá sólo de ilusiones de tejas abajo, a los que el Señor no puede enriquecer: han empeñado ya su esperanza en los tesoros de un mundo únicamente suyo. Tal vez se sientan seguros con su propio poder, olvidándose de que todo lo humano decae, si es sólo humano, si no es de Dios.

        "Una gran señal apareció en el Cielo –recuerda san Josemaría–: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza; vestida de sol; la luna a sus pies". —Para que tú y yo, y todos, tengamos la certeza de que nada perfecciona tanto la personalidad como la correspondencia a la gracia.
         —Procura imitar a la Virgen, y serás hombre –o mujer– de una pieza.

        He aquí la riqueza de la Gracia de Dios. Y nos insiste: En cuerpo y alma ha subido a los Cielos nuestra Madre. Repítele que, como hijos, no queremos separarnos de Ella... ¡Te escuchará!