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Día 14 III Domingo de Pascua |
Evangelio
Jn 21, 1-19 Después
volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas
del mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban
juntos Simón Pedro y Tomás el llamado Dídimo,
Natanael que era de Caná de Galilea, los hijos de
Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón
Pedro: |
Habitual confianza del cristiano |
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Sin dejar las escenas pascuales de la vida del Señor, seguimos aprendiendo de Él y de sus Apóstoles y fomentamos la virtud de la esperanza, por la que estamos seguros de la gloria eterna y de la felicidad en este mundo si, apoyados en la fe, le somos fieles. Conviene que en nuestra relación con Dios, que debe ser continua lo corriente en nuestra vida, queramos habituarnos a sucesos extraordinarios, vistas las cosas con ojos solamente humanos. Así lo ha querido el Señor, que ha enviado a sus apóstoles a cuantos deseamos serle fieles en medio de todos los afanes e intereses humanos para que triunfemos en su nombre. No es posible que tabajando con el Señor seamos vencidos por los poderes del mundo, como no es posible que el tiempo domine a la eternidad, ni la materia al espíritu que la ideó. Aún después de la Resurrección sigue Jesús inculcando en sus Apóstoles el convencimiento de que tienen garantizada la victoria sobre toda fuerza que se oponga a su señorío. Ya ha vencido a la muerte, pero este milagro, con ser el más clamoroso y extraordinario, no es un hecho aislado. La fuerza de su poder permanece inalterable aunque pareciera, pocos días antes, que era vulnerable como cualquiera. Para que se manifieste por las manos de ellos el poder de Dios basta la confianza. Siendo dóciles a Jesús y no dudando que es tanto como actuar convencidos de hacerlo en nombre de Dios, está asegurado el triunfo. No importa el desaliento por haberse fatigado sin éxito en el tiempo oportuno. No importa que el lugar junto a la orilla sea el menos propicio para la pesca. ¿Por qué a la derecha? Porque es lo que quiere Dios, Señor del mundo, que quiere actuar por sus hijos amados y que ellos triunfen y se gocen con Él. Y, no se rompe la red por extraño que parezca. Y son todos peces grandes, contados los que Dios quiso, aprovechables. Es el momento de renovar la fe, de confirmarse en la certeza indudable ya experimentada otras veces de sentir la fuerza de Dios. Es el momento de proponerse de nuevo, más definitivamente, la confianza y la fidelidad, aunque vuelva a parecer claro vistas las cosas humanamente que de lo que se trata es de seguir criterios "prácticos": la propia experiencia, el consejo de los "expertos"... Y, junto a la fe, el arrepentimiento. Pedimos perdón porque hemos dudado, porque hemos confiado más en nosotros mismos y en los demás que en el poder de Dios y en su bondad, mil veces probados ya en la historia. Nos arrepentimos de reclamar continuamente pruebas extraordinarias, que se salgan espectacularmente de lo normal, como condición para confiar en Él. ¡Que el orgullo herido no nos impida vover a Dios! ¡Seamos como Pedro!: obediente al Maestro, llena sus redes en un instante tras una noche entera de esfuerzo suyo tan experto como inútil. No le importa su pobre condición, que Otro le haya enseñado a pescar, a él, profesional de la pesca. Acepta humilde la realidad: la clara verdad de su pequeñez, frente a la majestad divina de Jesús, que lo recibe en la orilla y, poco después, confía tanto en él, a pesar de sus pecados, que lo confirma a la cabeza de su Iglesia. Bienaventurada tú que has creído, dice Isabel a María, porque se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor. Con cada cristiano cuenta Dios para la extensión de su Reino en el mundo. No dudemos más. Obedezcamos hasta en el detalle como Pedro, para que a través de cada uno actúe Dios y nos gocemos con los frutos. |
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