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Día 2 XXII Domingo del Tiempo Ordinario |
![]() ¿Por qué tus discípulos no se comportan conforme a la tradición de los mayores, sino que comen el pan con manos impuras? Él les respondió: Bien profetizó Isaías de vosotros, los hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí. Inútilmente me dan culto, mientras enseñan doctrinas que son preceptos humanos. Abandonando el mandamiento de Dios, retenéis la tradición de los hombres. Y después de llamar de nuevo a la muchedumbre, les decía: Escuchadme todos y entendedlo bien: nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro; las cosas que salen del hombre, ésas son las que hacen impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen impuro al hombre. |
Sinceridad de vida
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También hoy, como hace veinte siglos, podemos dar demasiada importancia a ciertas rutinas en el trato o en el comportamiento en general que, se supone, son propias de personas educadas, honradas, trabajadoras, veraces, amantes de la libertad... Existe, de hecho, todo un elenco de modos de decir y de gestos que acompañan de suyo a esas cualidades humanas; pero también puede suceder, y a veces lamentablemente sucede, que nos quedemos casi solamente en cuidar las formas, desentendiéndonos de si esas actitudes nuestras manifiestan auténticas realidades personales; o lo que sería aún más lamentable que disimulemos los propios defectos con una imagen postiza que para nada corresponde a nuestra realidad. Tan arraigadas están en la vida social estas formas de hacer y de decir que, en ocasiones, han llegado a hacerse normas de conducta, casi indispensables para la convivencia, y no importa demasiado si reflejan o no la verdad de las personas; se tienen, de hecho, como lo importante, como lo que en absoluto puede faltar. Conocer bien a alguien resulta, en ocasiones, una tarea ardua: es preciso reinterpretar lo que en cada caso significa en el fondo lo que hemos escuchado o lo que hemos visto; o, mejor, para más seguridad, buscar el testimonio de otras personas con garantía de imparcialidad. La prueba, la demostración, el certificado son, en la práctica de nuestras relaciones hoy, algo que debe acompañar a cualquier testimonio que pretenda ser aceptado. Se hace necesario recuperar el profundo convencimiento de que por encima, muy por encima de esas elegantes pautas de conducta, que a veces no pasan de ser convencionalismos sociales, está la calidad personal que asienta en el corazón de cada mujer y de cada hombre. Por más que dos compañeros se sonreían, no serán amigos si no se desean lo mejor el uno al otro. Cuántas veces alargar la mano con intención de estrechar la de otra persona no supone acuerdo y confianza, porque ha pasado a ser el modo "normal", "elegante", de deshacerse de quien ya importuna. ¿Por qué si no esas confidencias negativas, con el de al lado, cuando un tercero abandona nuestra compañía? Es claro que los cristianos hemos de emprender una serena batalla de honradez, de lealtad y de verdad, que en este aspecto de la vida, como en otros, contraste descaradamente con modos torcidos de conducta con frecuencia establecidos. Y es que recordar la enseñanza del Señor sigue siendo necesario. Pues es innegable que su doctrina que hoy recordamos se mantiene actual, porque actual es asimismo en el hombre el pecado de hipocresía; pues la autenticidad de cada uno, para bien o para mal, está en el corazón. Alentemos, pues, sentimientos generosos, de honradez, de justicia; deseemos ayudar a costa de lo nuestro con sacrificio casi siempre, y no sentiremos la tentación del disimulo, que nadie se siente movido a esconder sus buenas obras y, si no fuera oportuno ocultarlas por modestia, posiblemente habría que mostrarlas como ejemplo. Nuestra Madre Inmaculada, llena de Gracia, atenta en todo a lo que agrada a Dios, no tiene tiempo de pensar en cómo quedar bien: sólo en cómo amar a su Señor. Si nos preocupa, si nos ocupa sólo eso como a Ella, iremos bien. |
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