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Día 26 domingo. Fiesta: La Sagrada Familia: Jesús, María y José |
Evangelio:
Mt 2, 13-15. 19-23
Cuando se marcharon, un ángel del Señor se le apareció
en sueños a José y le dijo: |
El valor de la docilidad a Dios |
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Queremos fijarnos hoy en José, el hombre que fue padre de Jesucristo, aunque no según la carne. A través de las palabras del Santo Evangelio, lo vemos servir a los planes de Dios con toda docilidad. Y sirve como persona inteligente, poniendo en ese quehacer su capacidad humana, con el deseo de llevar a cabo lo que se le pide en cada instante, de modo que no se interrumpa por él el proyecto divino. Se considera ante todo un servidor que debe hacer siempre lo posible para que las cosas de la vida discurran como Otro el Señor del mundo ha decidido; no según su criterio particular. Lo realmente importante para él es el cumplimiento de la divina Voluntad; y, por consiguiente, hacer de su parte cuanto sea posible por secundarla. José no se considera una marioneta, caprichosamente movido por el querer de un extraño; se siente amado por Dios. Sin embargo, con sensatez humilde, pensando que no es el Señor del mundo, concluye que no le corresponde a él plasmar sus decisiones en el acontecer de la historia. Confiando, en cambio, en su Creador, que se le manifestaba omnipotente a través de ángeles, somete tranquilo su inteligencia y su voluntad a Dios. Acepta José el querer divino con paz gozosa, porque no se sentía forzado o abrumado ante una voluntad inapelable, a la que se sometía sin remedio. Los planes de Dios eran para José un ideal, con el que buscaba identificarse. Por la fe descubría la divina Voluntad en el acontecer cotidiano y decidía cumplirla, esperando siempre lo mejor, a impulsos de la caridad. Más
de una vez se ha tachado a los cristianos de ser gente sin personalidad,
abolida ésta por la fe en Dios. Los que así piensan
ven en Dios un enemigo; o, al menos, un extraño, indiferente
a las ilusiones humanas. No es así, desde luego, Nuestro Padre
Dios, el Dios y Padre de Nuestro Señor
Jesucristo, según la expresión paulina. Para
el esposo de María y para cada cristiano que sabe lo que ese
nombre significa, las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad,
son motivo de santo orgullo; de seguridad y paz humildemente vividas,
aunque a veces tenga que ser frente a los que, temerariamente, han
decidido guiarse de modo exclusivo por la inteligencia propia y nada
quieren saber de si así agradan a Dios. Y pediremos también a Dios, Nuestro Padre, por intercesión de san José, constancia en esta vida a impulsos de la fe. Así imitaremos al Santo Patriarca, que ya en su juventud era tenido por hombre justo, según nos dice san Mateo; es decir, honrado y fiel a Dios en todo. Por eso atiende dócilmente a las indicaciones del Angel: acoge a María creyendo que ha concebido por obra del Espíritu Santo, pone el nombre de Jesús al Niño, según se le indica, marcha a Egipto..., y en regresa cuando se les dice. Más tarde, como padre del Hijo de Dios según la ley, le acompañará, al cumplir doce años, con Santa María a Jerusalén, en aquel viaje en el que Jesús se retrasa y manifiesta tener una misión encomendada por el Padre Eterno. José, guiado por la fe, contribuía eficazmente a la misión de Jesucristo antes de que se manifestara al mundo. No destacó, sin embargo, ante la gente como padre del Maestro, autor de tantos prodigios. Por el contrario, su vida discurrió entre el trabajo ordinario, en una de tantas aldeas de Israel, inadvertido en su heroísmo por vivir, como Dios esperaba, su vida de esposo de la Virgen y padre de Jesús. Su fidelidad a Dios, desde que conoció por el angel la concepción virginal de su Esposa, se apoya en la fe, y nos ha quedado como nítido modelo para siempre. Encomendémonos a la intercesión del Santo Patriarca, para que sepamos cada uno descubrir lo que va esperando Dios de nuestra vida cotidiana. |
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