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Teresa
de Calcuta (DVD)
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Fabrizio
Costa
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Celebramos
con alegría la fiesta de Santa Teresa de Jesús, Doctora
de la Iglesia. Teresa de Cepeda y Ahumada tomó el nombre de
Teresa de Jesús al ingresar en el Carmelo. El cambio de nombre
supuso para ella mucho más que cumplir con lo establecido para
el momento de la profesión religiosa. Significaba, en efecto,
el cambio profundo que quiso llevar a cabo en su vida: de ser una
mujer como la mayoría, dedicada a sus intereses particulares
y de relaciones familiares y sociales en general, sería en
adelante, de modo exclusivo, para Jesús. No habría ya
más afanes en su vida que los de Cristo. Su nombre de religiosa
expresa, pues, posiblemente del modo más sintético y
real, lo que fue la vida de esta santa a partir del momento en que
decidió consagrarse a Dios.
No fue sencillo para
Teresa de Jesús alcanzar esa santidad identificación
plena con Cristo que se le presentó como un ideal fascinante
en sus años de juventud. Fue necesario que pusiera lo personal
muy en segundo término y en todos los aspectos. Sin embargo,
con el paso de los años, mostró una fuerza consigo misma
y una capacidad de impulso hacia la perfección genuina exigida
por Jesucristo, que admiró y hasta desconcertó a los
de su misma orden religiosa. De modo particular, llamó la atención
y recibió críticas, de algunos sectores en cierta medida
acomodados y poco exigentes respecto a su rigor primigenio. A partir
de aquella situación se sintió impulsada a emprender
una profunda reforma del Carmelo, recobrando así el espíritu
que dio origen a la Orden.
¿Cómo
fue capaz una mujer, sin recursos ni influencias, de establecer tan
profundos cambios, claramente negativos desde un punto de vista humano,
y contra el parecer de la mayoría? ¿Cuál fue
el estímulo que hizo posible el sorprendente desarrollo posterior
de su Empresa? Pues era insólito su sacrificio en una sociedad
cada vez más afanada en las comodidades de una vida fácil.
No se podía entender el sentido de tan rigurosa exigencia.
De diversos modos, la Santa de Ávila se remitía siempre
a la oración para señalar la causa, el origen, el único
fundamento consistente de cualquier tarea eficaz al servicio de Dios.
En su propia oración aprendió Santa Teresa que, viviendo
la vida con Dios en un trato habitual, los hombres podemos y debemos
sentirnos siempre triunfadores a pesar de aparentes contratiempos,
que serán siempre momentáneos, pues no es posible que,
empeñados en sus mismos afanes, podamos fracasar con Él.
En cambio, sin oración
tenemos garantizada la esterilidad: el que no
deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No me parece es
otra cosa perder el camino sino dejar la oración. Es
su viva experiencia, de un permanente empeño por agradar a
Dios yendo de su mano, con la impresión, en ocasiones, de que
todo ese esfuerzo es excesivo, poco eficaz en apariencia. Sin embargo,
insiste en la necesidad de no abandonar la oración, aunque
parezca estéril: La oración no
es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose
en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada. Cuando
Dios quiere, el alma nota, hasta de modo sensible, la eficacia y la
paz de la súplica: Entrando un día
en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí
a guardar (...). Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola,
toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que
pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal
que había agradecido aquellas llagas, que el corazón
me parece se me partía y arrojéme cabe Él con
grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole
me fortaleciese de una vez para no ofenderle. Y en otro momento
concluye: Siempre salía consolada de
la oración y con nuevas fuerzas.
Ante nuestros ojos
está, visible por todo el mundo, la eficacia santificadora
de esta Santa, que trasciende mucho más allá del ámbito
carmelitano, y hace sentir sus efectos en otras familias religiosas
y en toda sociedad católica. El sentido común y sobrenatural,
la gracia humana con un gran ingenio y espíritu práctico
para la vida, su indudable talento literario y poético, y hasta
el sentido del humor de Teresa de Ávila, han quedado para la
historia de la cultura y de la espiritualidad como un animante estímulo
para cuantos nos resistimos a ser vulgares.
Acudimos a su particular
asistencia en el día de su fiesta, para que no desistamos de
la oración confiada en los momento de dificultad, convencidos
de que, con Jesucristo, nunca podremos perder, a pesar de que, por
momentos, la tentación nos sugiera pensamientos de desánimo.
La Madre de Dios, Virgen Poderosa, según
la aclamamos en las Letanías del Santo Rosario, nos confirma
que, de la mano de Dios, siempre vamos seguros.
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