Día 24. Triduo de
Navidad
II
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José Ángel
García Cuadrado

La preparación de la Navidad

El viaje de los Reyes Magos
Federico F. de Buján
La Historia de los Reyes Magos
Federico F. de Buján

        Es San Lucas el que nos narra con más detalle los singulares sucesos que reviviremos esta Noche Santa: Y mientras María estaba allí (en Belén) le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. La Tradición de la Iglesia aprovecha estas pocas líneas del Evangelio para recrear el ambiente donde nació nuestro Dios hecho hombre. Un establo, rodeado de un buey y una mula; en un pesebre, donde se coloca la paja para el alimento de las bestias... ¡No parece el lugar más apropiado para recostar a un recién nacido! ¡Y a un Niño-Dios! De acuerdo, todavía la Humanidad no estaba acostumbrada a que naciera Alguien tan especial, pero sólo un despropósito podría estar detrás de esta improvisada morada para este Niño.

        A veces, los belenes populares nos muestran la figura de un posadero malhumorado y ruín... Puede ser que así fuera, pero los judíos eran gente hospitalaria: lo más probable es que se tratara de un buen hombre, quizás un poco abrumado por la aglomeración de gente que afluía a empadronarse a la ciudad de David. Seguramente él sentiría mucho enviar a José y a María a un sitio así, estando como estaba María. Quizás él mismo acondicionó su propio establo de la mejor manera posible... Y no serían palabras hoscas, sino de disculpa, las que salieron de sus labios para explicar a la Sagrada Familia que sólo por esa noche los alojaría en el establo, porque en aquel momento la posada estaba abarrotada con otras personas a las que no podía expulsar.

        Ahora sí nos cuesta menos ser más indulgente con el amable posadero que con buenas maneras preparó el pesebre donde nacerá Dios. ¿No seremos nosotros un poco amables posaderos que con buenas maneras dejamos a Dios en la trastienda? ¡Tenemos siempre tanto trabajo, tantas obligaciones, tantas cosas en la cabeza y... tan poco tiempo, que para Dios –ese Dios silencioso y paciente que hoy como hace dosmil años llama a nuestra puerta para hacerse un hueco– sólo hay sitio... en un establo.

        Como dice san Josemaría, Jesús nació en una gruta de Belén, dice la Escritura, «porque no hubo lugar para ellos en el mesón». —No me aparto de la verdad teológica, si te digo que Jesús está buscando todavía posada en tu corazón.

        A las puertas de la Nochebuena ¿no crees que ha llegado ya el momento de desalojar a algún inqulino –por ilustre que nos parezca– de nuestra alma, para hacerle sitio a Dios? ¡Hoy, esta noche! Ya mañana será tarde: Cristo ya habrá nacido y pronto volverá a Nazareth, en los brazos de su Madre. Dios-Ñino; y, ¿un año más se volverá a alejar de nuestra posada, porque tendrá colocado de nuevo y bien visible el cartel de "No hay plazas"?

        Hoy como hace veinte siglos está en nuestra mano acoger a Dios o rechazarlo. El pecado –todo pecado– supone la autoexclusión de la amistad con Dios; una decisión libremente asumida de no dejarle entrar en nuestra alma. El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse «como dioses» pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal. El pecado es así amor de sí hasta el desprecio de Dios, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica.

        Estos días de la Navidad son días para preparar a Dios una digna posada. La confesión de nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia es la mejor manera de prepararnos para su nacimiento. De hecho, cada vez que recobramos el estado de gracia perdida por el pecado grave, es un nuevo renacer de Cristo en nuestras almas. Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con profunda amistad (...). En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera «resurrección espiritual», una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad de Dios, insiste el Catecismo de la Iglesia Católica.

        En esta Noche santa no le privemos a María del gozo de ver nacer a su Hijo en el centro de nuestras vidas.