|
Juego,
ecología y trabajo: tres temas teológicos
desde las enseñanzas de San Josemaría Escrivá
|
Rafael
Hernández Urigüen
|
|
|
|
María
Marta se casó en Buenos Aires con Laureano Mones Cazón.
Ella estudió turismo, y decidió dedicarse por completo
al cuidado de la familia. Ahora trabaja en un colegio. Este año,
Pablo, uno de sus hijos, recibió la ordenación sacerdotal.
Los dos comparten un objetivo en común: ser santos. En esta
entrevista, madre e hijo responden a las mismas preguntas en torno
a al ideal de vida que intentan seguir de la mano de san Josemaría.
María
Marta y su hijo, Pablo, que fue ordenado sacerdote este año.
|
Menú
para todos
San Josemaría
solía explicar que tenía "un solo puchero para
todos", cuyo contenido es la búsqueda de la santidad en
medio de las ocupaciones ordinarias. De ese puchero se pueden alimentar
el padre y la madre de familia, el ingeniero, el abogado, el obrero
y también el sacerdote... Así lo explica el Padre Pablo:
En
mi casa siempre comimos todos lo mismo. Me parece que en la vida cristiana
pasa algo así: a todos nos dan el mismo alimento:
la oración, los sacramentos
Nunca me llamó la
atención la piedad de mis padres, pero sí su confianza
en Dios. Con el tiempo supe que hacían un rato de oración
cada día. A ellos les debo el noventa por ciento de mi vocación,
y ahora como sacerdote espero apoyarme en Dios siempre,
como ellos; si no, estoy frito.
-¿Qué
significa buscar la santidad en la vida ordinaria?
María
Marta: Santificar el trabajo es hacerlo para Dios, ofreciéndoselo
cuando me gusta y cuando me canso y dejaría todo... Intento
seguir hasta terminar porque Jesús así lo hizo por mí:
de vez en cuando miro un crucifijo que tengo sobre el escritorio y
le digo: ayudame con este asunto que tengo entre manos. Santificar
el trabajo es trabajar con Dios.
P.
Pablo: Sé que mi trabajo como sacerdote depende de Dios.
Sin embargo tengo que pelear para que mis defectos no sean un obstáculo.
Es como cocinar bien una receta. El puchero es de Dios, pero si me
gana la pereza, el capricho, el mal carácter... se me quema
el puchero, y se acabó la fiesta... Si peleo por ser puntual,
aprender, estudiar, sonreír
sale el puchero de Dios,
que es buenísimo y a la gente le encanta,¡quieren más!
La receta está en el Evangelio y yo trato de aprender de un
"chef" monumental que es San Josemaría.
La familia
"al completo", después de la ordenación
sacerdotal de Pablo.
|
-San
Josemaría decía que no hay santo sin oración:
¿cómo lo concretas en tu día a día?
P.
Pablo: Intento ser piadoso, no porque me guste
rezar, sino porque me gusta acercarme cada vez más a Dios.
Pude leer y ver en videos como San Josemaría hablaba y quería
a Jesús, a la Virgen María, a San José. Trataba
de descubrir qué les gustaba, y actuaba en consecuencia.
Por eso charlo con Jesús bien temprano y me preparo para la
Misa: quiero que vea que lo pongo en primer lugar. Después
intento trabajar con orden para aprovechar más el tiempo, que
siempre es poco. Rezo la liturgia de las horas. Más tarde un
rosario y le hablo a la Virgen de mucha gente querida, del Papa, de
la Iglesia... A veces trato de rezar otro, porque Ella hace más
que yo en esos diez minutos.
María
Marta: Trato de conversar con Dios durante el día. Concretamente,
cuando me levanto ofrezco a Dios el día; durante el trayecto
hacia el colegio, rezo el rosario. Cuando llego al colegio voy a la
capilla para hacer un rato de oración antes de participar en
la Misa. Este es el mejor momento del día. Al mediodía
rezo el Ángelus con mis compañeras de trabajo. Después,
cuando vuelvo de almorzar paso a saludar a Jesús en el sagrario
y a la vuelta a casa voy contemplando los misterios del rosario que
no recé a la mañana. Al final de la tarde leo un rato
un libro que me ayuda y antes de dormir hago un examen de conciencia
cortito, rezo unas avemarías... y a la cama.
María
Marta con dos de sus seis nietos.
|
-Pero
el ideal es muy alto, ¿cómo no desanimarse?
María
Marta: Con la Confesión. ¿Cuántas veces
pido perdón? Miles cada día, aunque me confieso una
vez a la semana. La Confesión me ayuda mucho a descomplicarme:
borrón y cuenta nueva. Me da fuerzas para seguir.
P.
Pablo:
Trato de confesarme cada semana. Estoy seguro que si me hubiera casado
tendría que pedir perdón más veces. Estoy lejos
de ser santo, y Dios es un santo conmigo, ¿cómo
no le voy a pedir perdón por mi falta de generosidad? Pienso
que es lo mínimo que puedo hacer. Cada vez que me confieso
me siento reanimado... por su paciencia y por lo mucho que me quiere.
-Una
vida así es digna de ser compartida...
María
Marta: Sí. En realidad no hago nada especial
para que mis amigas se acerquen a Dios. Intento ser buena amiga, eso
sí. A veces con algún favor, como ellas hacen conmigo.
Charlamos de nuestras cosas y del modo de afrontar los problemas.
Con Dios, la vida se hace más sencilla, por eso veo que las
puedo ayudar compartiendo mi fe, dicéndole cosas que tal vez
les ayudan. Ellas saben que busco unos ratos para hablar con Dios,
y a veces invito a alguna a acompañarme y les cuento como hago
oración o qué libro estoy leyendo...
P.
Pablo: Cuando te acercás a Dios, te quema por dentro
saber que hay gente que no lo conoce. Por eso, en primer lugar, le
pido que más personas se acerquen a Él. Querría
que conocieran a Jesucristo hasta en el último rincón
de China. Entonces trato de estar más cerca de Dios cada día,
y aprovecho la Misa (ahí llego también hasta China).
Después, intento ser mejor amigo, sacar tiempo para verlos,
enterarme de sus cosas y ayudarlos como ellos me ayudan.
El resto lo hace Dios y cada uno. En Argentina, cuando queremos decir
que la gente no es tonta y sabe lo que vale la pena, decimos que la
gente no come vidrio. Todos quieren ser felices... y Dios sabe
qué es lo mejor para cada uno.
En el centro,
Laureano, con sus seis hijos varones. Esta vez, no aparecen
las mujeres de la famila: María Marta -la madre- y María,
la única hija...
|
-¿Qué
aspecto del mensaje de san Josemaría te atrajo especialmente?
María
Marta: Yo conocí el Opus Dei cuando tenía 19
años, a través de una amiga mayor que yo que tenía
muchos, muchos problemas familiares y lo que más me llamó
la atención es que nunca perdía la alegría. Además
de todo lo que hacía, rezaba bastante...mucho más que
yo. Ella me enseñó a hacer todos los días un
rato de oración. Me mostró con su vida que comprometerse
en serio a ser santa, buena hija de Dios, era compatible con una vida
de casada, con hijos, trabajando, con amigos, el deporte y a estar
siempre alegre también en momentos de dolor.
P.
Pablo: Quizá me atrajeron más las personas que
el mensaje, porque tenía 14 años. Mis padres me habían
enseñado que cuando iba a lo de un amigo tenía que saludar
primero a sus padres. Cuando pisé por primera vez un centro
del Opus Dei, me preguntaron si quería saludar al dueño
de casa. Dije que sí, pensando en alguien que dirigía
ese centro, pero me llevaron a la capilla donde estaba la Eucaristía,
Jesucristo.
Era gente común, que creía lo que decía y querían
vivirlo. Me di cuenta de que trataban a Dios como alguien muy cercano.
Después conocí más a San Josemaría, un
padre muy padre. Un hombre como todos y, al mismo tiempo, un santo.
Con Dios siempre se puede.
|