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La
Aventura de la Biblia (Libro + Juego)
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¿Cuál
es el secreto de tu alegría?
Una amiga japonesa
y budista me bombardeaba siempre con las mismas preguntas. Me decía:
¿Por qué estás siempre tan alegre, tan
feliz, tan contenta? ¿Es que la vida te sonríe continuamente,
es que no tienes problemas, o dolores, o dificultades?
Un
día le contesté que me sentía una persona muy
afortunada, ya que mi vida no dependía de esas circunstancias
externas (aunque puedan influirme, por supuesto). Pero mi vida es
plena porque sé que se puede encontrar alegría en medio
del dolor, al verlo con una dimensión distinta a lo puramente
humano, gracias al sentido que Dios le da.
¿Y
esa alegría viene desde antiguo?
Provengo de un pueblo,
de Ciudad Rodrigo, en la frontera ya con Portugal. Tuve una infancia
feliz, y recibí mucho cariño por parte de mis padres,
que eran generosos y buenos cristianos. Para poder casarse ellos mismos
tuvieron que superar muchas dificultades y situaciones duras, por
eso mi padre me dijo: Hija mía, yo lo único que
quiero es que seas feliz, yo siempre te apoyaré y no pondré
objeciones a lo que tú decidas. Sólo quiero que seas
feliz.
¿Qué
camino seguiste después?
Cuando tenía
quince años me fui a Madrid para estudiar, con la ilusión
de ir a la Universidad. Sin embargo, mi vida dio un giro de 180º
al conocer a una amiga de mi familia, que era Numeraria Auxiliar del
Opus Dei. Me deslumbró su categoría humana y profesional,
y me impresionó su alegría, y su servicio desinteresado
hacia los demás.
Ciudad Rodrigo
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Con
el tiempo fui frecuentando la Administración de un Colegio
Mayor universitario, hasta que decidí quedarme a vivir allí
y aprender las tareas propias del hogar. Estudié durante cinco
años Hostelería y Turismo, y gracias al ejemplo y a
lo mucho que me habían impactado aquellas mujeres, pedí
la admisión en la Obra.
¿Ahora
te encuentras a gusto en el trabajo en el hogar?
Creo que sería
importante añadir a todo esto que nunca en mi vida
había fregado un plato, ni sabía coser, ni había
entrado en la cocina con la ilusión de aprender. Todo eso me
parecían tareas propias de personas que no tenían inquietudes
intelectuales, yo siempre estaba leyendo y creía que no tenía
tiempo para esas tareas del hogar. ¡Qué equivocada estaba!
¿Cómo
reaccionó tu familia?
Mi abuela, por ejemplo,
al principio no entendía mi vocación en el Opus Dei
como Numeraria Auxiliar; pero al verme tan entusiasmada y apasionada
por preparar un menú, o sorprender con un postre, o decorar
el comedor, me decía: Esto tiene que ser muy de Dios
para que tú hayas cambiado tanto.
¿Te
sientes satisfecha con tu nueva dedicación?
Hoy en día
puedo decir que ha sido muy gratificante haber trabajado en diversos
colegios mayores, haber formado durante varios años a alumnas
en Hostelería, para que luego ellas enseñaran a otras.
Eran chicas que venían de toda España y pude aprender
mucho de ellas, al tiempo que disfrutamos con numerosos eventos deportivos,
culturales, excursiones, concursos, montajes
¿Y
ahora has recalado en tu tierra?
Yo siempre había
soñado con hacer grandes viajes al extranjero, comenzar la
labor en otros países, ayudar donde más falta hiciese
y resulta que aterricé en Salamanca.
En
realidad me encuentro aquí por circunstancias familiares: mi
padre falleció de repente con sesenta años (sin haber
estado nunca enfermo), y mi madre, que es hija única, lleva
seis operaciones difíciles y dolorosas, y tiene mala salud.
Además tengo dos hermanos enfermos, y mi abuela, que siempre
nos cuidó y ayudó, está casi inválida.
¿Nunca
has soñado con viajar?
Ya lo creo. Sin embargo,
pienso que es aquí donde Dios quiere que haga el Opus Dei,
y por eso, cuando llega el frío invierno, tengo muy presentes
a los de la Obra que están en Rusia, en los Países Nórdicos,
en Kazajstán
donde el frío es mucho mayor. Lo
mismo me sucede cuando cruzo la Plaza Mayor de esta ciudad, y veo
a tantos estudiantes de todas las razas y nacionalidades, y rezo por
ellos, por sus familias y por sus países.
Vista de
Salamanca
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¿No
puede parecer una vida algo anodina?
Esta situación,
que para muchos sería un drama, para mí es una oportunidad
para ser feliz: no me cambiaría por nadie. Los fines de semana
cuido de mi familia, procuro llevarles un rayo de luz, de esperanza
con mi sonrisa, y ellos están muy agradecidos y orgullosos
de mí y de mi vida.
He
aprendido de San Josemaría a ver la mano amorosa de Dios detrás
de cada situación, y a mí la convivencia con el dolor
y la enfermedad me ha hecho ser más paciente, comprensiva,
tener mayor sensibilidad con los demás, espíritu deportivo
y buen humor para transmitirlo y ayudar.
Mis
amigas universitarias, las amas de casa, el conductor del autobús,
mis amigas inmigrantes
todos dicen que da gusto verme siempre
contenta, y la mayoría no saben el por qué; pero yo
sé que es Dios y toda la gente que reza por mí quienes
me dan esa fuerza.
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