Libros de
San Josemaría, Fundador del Opus Dei
“En el trabajo en la prisión es importante comprender y no culpabilizar”
Paloma Olavide es médico de prisiones y responsable sindical.
Se presenta así, dando sus datos por orden de importancia: “estoy felizmente casada, tengo seis hijos, soy médico de profesión y técnico de prevención de riesgos laborales”. Trabajó desde 1991 como médico en el centro penitenciario Brians, cerca de Barcelona.
Libros sobre San Josemaría Escrivá y el Opus Dei

        Durante esa época intervino en la negociación de condiciones laborales del personal sanitario y tras esa experiencia se incorporó, hace seis años, a uno de los sindicatos mayoritarios, especializándose en seguridad, higiene y ergonomía. Trabaja como responsable de salud laboral en la Generalitat.

— Ser médico de prisiones, no debe ser un trabajo fácil…

        — Al principio, no. En Brians hay hombres y mujeres internos. Los hombres son más primarios, pero te ganas su respeto; ven que estás para ayudar, aunque no accedas a algunas demandas. En el departamento de mujeres, trabajaba con las que estaban ingresadas en enfermería y ahí es más parecido al trato hospitalario. Puedes profundizar en el trato, compruebas el fracaso de la educación que han recibido, de algunos modos de vida. Para muchos es normal estar en prisión porque ya están su padre, su madre, algún hermano, un vecino del barrio o de su escalera...

        A las mujeres embarazadas, muchas de ellas enfermas con SIDA, procuraba darles información real, junto con el ginecólogo. La Administración facilita la posibilidad de abortar en hospitales públicos en algunas situaciones, y algunas decidían no tener el hijo, porque les habían dicho: “tú tienes SIDA, tu hijo va a tener SIDA, no le hagas daño”. Yo les explicaba que con medicación y controlándose, ya no es cierto que todos los niños nazcan con SIDA, y hay muchas posibilidades de que nazcan sanos. “Y si no —les decía— estamos aquí para ayudarte, para dar medicación, porque el SIDA en la actualidad no significa una muerte segura”. A veces cambiaban de opinión.

— ¿Cómo era la relación con los compañeros de trabajo en un medio tan duro y con noches de guardia?

        — Sirve muchísimo el ejemplo de tu vida. Las noches de guardia son muy largas y tienes tiempo para hablar con los colegas y los funcionarios. Luego, cuando surge algún problema, te vienen a ver, porque tienes la suerte de tener fe, y te piden que reces o que les aconsejes, aunque no compartan algunas de tus opiniones.

        Una vez, en una noche de guardia, vino una funcionaria de prisiones y me dijo: “Vengo a darte las gracias porque acabo de tener mi tercer hijo, y te lo debo a ti”. No sabía a qué se refería. Me explicó: “Tuve mi primer hijo con cesárea y cuando iba a tener el segundo me dijeron que era otra cesárea.

        En el quirófano, el ginecólogo me dijo que tenía que ligarme las trompas porque no podía arriesgarme a más embarazos. Y en aquel momento me vino tu imagen de una noche de guardia en que me habías contado que habías tenido cinco hijos con cesárea y que te encontrabas muy bien, y me negué a que me hicieran la ligadura. No te dije nada, pero gracias a esa decisión ahora he tenido mi tercer hijo, con cesárea, y estoy muy bien”. Me emocioné.

— ¿En qué te ayuda la formación que recibes del Opus Dei?

        — A santificarme con este trabajo. Desde que te levantas, cuando haces oración por la mañana e intentas poner la Misa a primera hora —aunque a veces no es posible y tienes que ir luego—, ya dices: “Te lo ofrezco”, y esto te lleva al trabajo bien hecho, al esmero, porque ¡se lo estoy ofreciendo a Dios!

        Es el salto de calidad: aunque las cosas vayan mal, intento ver la parte buena, descubriendo la voluntad de Dios en los sucesos de cada día. Además, me ayuda a sentir la responsabilidad como cristiana, porque en mi ambiente de trabajo hay mucha gente que no tiene fe, Esta idea me lleva a rectificar cuando fallo. Como decía San Josemaría, me esfuerzo para que puedan ver a Cristo en mí, cuando acierto y cuando me equivoco, rectificando y pidiendo perdón.

        Es lo que más me estimula en el trabajo: tal como haga, diga, me mueva, en estos momentos , mi modelo es el mismo Cristo.

— ¿Y en el trato con las personas?

        — Procuro entender, no culpabilizar. Esto es muy importante en una prisión. Hay que descubrir la dignidad de cada persona. Hace unos días estuve en un centro de justicia juvenil, para menores con delitos. Son chicos que empezaron a delinquir con trece años. Ahora tienen dieciocho o veinte. Hay que respetarlos como personas, lleven el pasado que lleven a cuestas. Y advierten ese respeto en el trato.

        "Estas personas necesitan especialmente que cumplas tus promesas, porque han sufrido muchas promesas incumplidas en su vida. Encontrarse con una relación de mutuo respeto, donde yo cumplo y tú cumples, les enciende algo el alma" Eso no significa ser débil con ellos. Yo no les daba facilidades en cuanto a drogas, etcétera y les decía claramente cuándo actuaban mal. Pero advertían que los respetaba y los valoraba.

        Intentaba, lo mismo que con mis hijos, educar en positivo. Cuando les decía: “Qué bien, llevas sin consumir una semana, vas a lograr rehabilitarte”, se quedan sorprendidos, porque nadie los había animado nunca. Esto lo he aprendido en gran medida en el Opus Dei, y en los colegios donde estudian mis hijos. Los modelos educativos de estos colegios me resultan muy útiles y procuro aplicarlos en mi profesión.

        En mi trabajo actual todos conocen bien mis convicciones. No oculto nada: y durante los veinte minutos de descanso en que se van a tomar el café yo me voy a misa. Y cuando me toca estar en las mesas de negociación, procuro que no haya gritos, que cada uno pueda exponer su postura, que se respeten las intervenciones de los demás…