Llamada universal a la santidad

José Luis Olaizola Sarría. Nuestro Tiempo, Diciembre, 2001
Quien se siente inmensamente agradecido         No me considero una persona cualificada para enjuiciar centenarios, incluso soy bastante despistado para las fechas y tampoco estoy muy seguro de la importancia que tiene el tiempo de cara a Dios y a la eternidad. Pero de tejas abajo sí tiene cierta relevancia. Conviene saber en qué día de la semana, del mes, del año, del siglo vivimos, y hasta un despistado como yo no puede ignorar que en 2002 se conmemora el centenario del nacimiento del beato Josemaría Escrivá de Balaguer, que es la persona que más ha influido en mi vida. Ha influido en mi vida actual, pero confío en que mucho más en la futura, ya que desde hace más de cuarenta años procuro vivir conforme a la espiritualidad que predicó desde 1928, cuyo colofón es un camino de santidad que conduce al Cielo, donde comienza la verdadera vida. Y lo que ahora intuyo como algo muy positivo –vivir con arreglo a esa espiritualidad– entonces será una realidad tan gozosa, que mi agradecimiento a quien supo ser instrumento fidelísimo de la voluntad de Dios será más subido aún. Sirvan estas líneas como esbozo de ese agradecimiento.
El beato Josemaría llega a muchos por su profesión de escritor         Obviamente, la influencia del beato Josemaría sobre mi persona no justificaría este artículo; digo si sólo fuera sobre mi persona, o sobre unas cuantas más, pero sí entiendo que lo justifica el que en mi modesta condición de escritor de libros haya tenido la oportunidad de ser testigo cualificado sobre cómo ese mensaje de santidad ha llegado a los lugares más recónditos del planeta.

         Para aquellos lectores de "Nuestro Tiempo" que no me conozcan –que me temo serán inmensa mayoría–, les aclaro que desde hace veinticinco años mi único trabajo profesional es escribir, o libros, o artículos; y cuando no me queda más remedio, también doy conferencias. Antes me dedicaba al ejercicio de la abogacía y todavía no sé muy bien por qué cambié de oficio... además para escribir novelas tanto para adultos como para jóvenes, o niños, históricas o contemporáneas, ya que soy un escritor muy versátil y no sé si eso es bueno o malo.
Profundo agradecimiento a Vallejo-Nájera que le abrió la puerta al género literario con el que hoy triunfa         Nunca se me había ocurrido salirme del género –había obtenido diversos premios literarios que me permitían desenvolverme cómodamente en el proceloso mundo de la edición de novelas– cuando Juan Antonio Vallejo-Nájera se cruzó en mi camino a dos meses de su muerte. Le habían diagnosticado un cáncer de cabeza de páncreas terminal, todavía creía que tenía algo que decir y requirió mi ayuda, y se produjo el hecho insólito de un libro titulado "La puerta de la esperanza", en el que un escritor –yo– habla sobre la vida y la muerte de otro, pues Juan Antonio, entre otras excelencias, contaba también la de ser famoso escritor. Mucho más famoso que yo. Y por eso de ese libro se llevan vendidas más de treinta ediciones y cientos de miles de ejemplares.

         A lo largo de todas sus páginas palpita un sentido cristiano de la vida, lo cual produjo cierto asombro editorial, por ser tiempos en los que en determinados ambientes lo cristiano no está muy de moda. Y los editores pensaron que yo podía escribir no sólo novelas, y así me encontré embarcado en otras aventuras literarias, más complejas, que son las que me han permitido ser ese testigo cualificado de la universalidad del mensaje de santidad del beato Josemaría. Es algo que espero poder agradecerle personalmente a Juan Antonio el día –eso espero– que nos encontremos en el Valle de Josafat.
En sus interminables viajes siempre ha encontrado otras personas del Opus Dei LA ESENCIA DEL CATOLICISMO
         Ahora también se lo agradezco, pero a veces con reservas, puesto que esas aventuras literarias se han traducido en viajes no siempre cómodos para un señor maduro, por no llamar a las cosas por su nombre. Baste considerar que no soy un viajero nato.

         Sólo viajo donde la vida me depara, y en el caso que nos ocupa me ha deparado el viajar, por su orden, a México, a la Guatemala de la guerrilla, a la sombra del volcán Acatenango, a la Medellín de Colombia azotada por el narcotráfico y la violencia, a la Ayacucho maltratada por el Sendero Luminoso de Perú, a Santo Domingo, a la isla de Chiloé –donde se acaba el mundo por la parte sur de Chile–, a la Patagonia –que es donde se acaba irremisiblemente–, a la Pampa argentina de arriba abajo, a la Habana vieja del comandante Fidel –que tan escasa simpatía muestra por los católicos–, a las selvas tropicales de la Costa de Marfil, a la Kinshasa del Congo en la inquietante transición del dictador Mobutu al dictador Kabila, a Kenia, a la sudafricana Ciudad del Cabo, que es otro punto donde tarnbién se termina el mundo. Da lo mismo. En cualquiera de esos lugares siempre encontré a alguien, miembro del Opus Dei o no, que se estaba beneficiando de los efluvios del espíritu del beato Josemaría Escrivá de Balaguer.
De todas las razas y condiciones         Todo ello lo cuento en cuatro libros –"Viaje al fondo de la esperanza", "Un escritor en busca de Dios", "Guía de curas con encanto" y "Cuando sale la luna, África danza"– por los que discurren los más variados personajes, pertenecientes a las más diversas razas y naciones pero con un denominador común: todos entienden de manera unívoca lo que el beato Josemaría predicó a lo largo de su vida. Lo cual no debe sorprendernos, puesto que el Fundador del Opus Dei sólo pretendió ser un instrumento de Dios para poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas, doctrina universal por su propia naturaleza.
La vida santa y ejemplar de un criador de pollos DOS HISTORIAS AMERICANAS
         Cuando esa verdad esencial la constato con mis propios ojos me conmuevo, porque el contraste entre unos y otros personajes es tan evidente, que, si no anda Dios por medio, no se entiende.

         Recuerdo que en uno de mis primeros viajes coincidí en Guatemala –en un lugar no fácil de llegar, al pie de volcanes de gran belleza pero de aspecto inquietante–, con un nativo, miembro del Opus Dei, que se ganaba la vida criando pollos, en un corralito en el que había de todo, porque servía para todo: vivienda, criadero, almacén, lavadero.

         Pero todo muy limpio porque, como él mismo me dijo, "uno sabe si anda en presencia de Dios si anda limpio, bien presentado, conforme a sus posibles. Yo siempre se lo digo a mis muchachos. Hay que saber sacar provecho de lo poco o de lo mucho que se tenga. Eso lo he aprendido yo en la Obra. Me ha enseñado a rezar, a trabajar, a aprovechar el tiempo, a saber beber un trago pero no dos, a saber estar en una fiesta, a saber comportarme con la gente...".

         Este guatemalteco, pese a los apuros que pasaba para sacar a su numerosa familia adelante –incluida la suegra– en aquel humilde pueblecito, respiraba por los cuatro costados la alegría de vivir. Y no se le hacía nada del otro mundo el tener que recorrer cerca de una hora en bicicleta, por caminos de tierra o barro, para poder asistir a misa todos los días.
Para mantenerse en vida         Pocas jomadas después tuve un encuentro con monseñor Cipriani, arzobispo de Ayacucho –bastión de Sendero Luminoso–, en un año, 1991, en el que las buenas gentes no se atrevían a salir de excursión por miedo a la guerrilla.

         Don Juan Luis Cipriani es un sujeto singular: pertenece a una familia de la buena sociedad limeña, ha estudiado Ingeniería y ha sido base de la selección peruana de baloncesto, a la que guió desde 1962 a 1968, años en los que, por ejemplo, fue subcampeona de Sudamérica.

         Miembro del Opus Dei desde muy joven, fue ordenado sacerdote e, impensadamente, se encontró erigido por Juan Pablo II en obispo de Ayacucho, en pleno fragor de la lucha terrorista, con constantes muertes, voladuras, amenazas. La única precaución que se le ocurrió tomar fue colocarse una estampa del beato Josemaría en el bolsillo superior de su chaqueta y decirle: "Tú mira a las gentes y ya me irás diciendo lo que tengo que hacer".

         Me confesó que su confianza en el fundador de la Obra es tal, que no ha tenido miedo ni un minuto.
Lo importante es la confianza         He citado, casi de memoria, dos casos de personas de muy diferentes características, pero con igual confianza en el beato Josemaría: el guatemalteco, José Luis, recurre a él continuamente para que le ayude a sacar adelante a su familia; y Mons. Cipriani hace lo mismo para que le conserve la vida en medio de la violencia y así cumplir su labor pastoral. A ambos les ha atendido sobradamente, como he tenido ocasión de comprobar en fechas recientes.
Una espiritualidad que oriente en toda circunstancia AYUDAR
         Recibo una carta de José Luis en la que me cuenta que las cosas le van tan bien, que ha decidido, en unión de otros amigos de su pueblecito, organizar un proyecto de avicultura "con el cual se pretende, con la participación de los campesinos de la comunidad, mejorar la economía familiar". El ayudar a la buena gente del campo es algo que está muy en la entraña de la predicación del beato Josemaría, y José Luis lo pone por obra, no tanto a fuerza de leyes y decretos, sino poniendo en el envite su propia vida.

         No estoy seguro de que a Mons. Cipriani las cosas le hayan ido tan bien. Hace un par de años le nombraron obispo de Lima y hace unos meses ha accedido a la púrpura cardenalicia. La verdad es que no me imagino al antiguo jugador de la selección como príncipe de la Iglesia.

         Pero él no habrá dudado en aceptar, pues me comentaba que, cuando le propusieron para una diócesis tan poco apetecible como la de Ayacucho, dudó hasta que recordó lo que el fundador de la Obra decía al respecto: "Hay que servir a la Iglesia como la Iglesia desea ser servida".
En lo más alejado del mundo SABIDURIA DE LA BUENA
         En este epítome de nostalgias, con el beato Josemaría de fondo, no puedo menos que recordar al padre Montealegre Mücke, sacerdote hemipléjico que desarrolla su labor pastoral en Tenaún (Chiloé), considerada por los geógrafos como la más austral posición habitada del orbe.

         Y doy fe de que debe ser cierto, porque para llegar hasta allí tuve que valerme de todos los medios de transporte conocidos: avión, coche, barco... Y tampoco me hubiera venido mal una mula para terminar el recorrido.
Tratando con toda confianza al beato Josemaría         Este sacerdote no pertenece al Opus Dei, pero cuando después de un proceloso viaje entré en su modesta casa de madera, construida por sus feligreses, lo primero que hizo fue mostrarme una fotografía en la pared, del tamaño de un póster, con la efigie del beato Josemaría.
Y me dijo: "El jefe". Porque en aquellas inmensas y bellísimas soledades, recurre continuamente a su intercesión para que le ayude a resolver sus problemas. Sus peticiones son siempre atendidas, qué menos, porque el padre Montealegre es un sacerdote muy santo y muy entregado que para atender a sus feligreses se tiene que servir de una camioneta Chevrolet, porque él apenas puede andar.

         Punta Tenaún, como su nombre indica, es una punta de tierra perdida en el hermoso mar interior del archipiélago Chiloé. A los que llegamos de la trepidante Europa nos puede dar la impresión de estar en un rincón apartado del mundo, en el que uno puede llegar a aburrirse. "¿Aburrime? –se asombró cuando se lo insinué–. Nunca. Siempre tengo mucho que hacer. Y si voy a aburrirme vengo aquí –me señala el póster– y me pongo a charlar con don Josemaría y se me pueden pasar las horas".

         Me lo dijo con tal verdad, con tal naturalidad, que sentí envidia de aquel santo varón que, pese a tantas limitaciones físicas, se considera el hombre más feliz del mundo, entre otras razones porque tiene la gran sabiduría de ver siempre el lado bueno de las personas, y de la vida en general, y por eso sólo se permite una afición al margen de su actividad pastoral: cultivar gladiolos. Porque –me explica–"las flores son la sonrisa de Dios".
La personalidad de un continente AFRICA EN EL CORAZON
         Y aunque parezca mentira (a juzgar por lo que cada poco nos muestran los noticiarios), donde verdaderamente luce la sonrisa de Dios es en el continente africano.

         Hay un asunto que conviene no olvidar: Africa es un continente con una enorme variedad, y entre un africano del Sudán y uno de Costa de Marfil hay más diferencias que entre un sueco y un andaluz. Es una aclaración que entiendo oportuna frente al simplismo occidental, que considera que Africa se compone de una serie de países, habitados por negros, todos iguales. Obviamente, hay coincidencias entre ellos y, en lo que alcancé a colegir, todos coinciden en que los europeos somos gentes tristes, agobiados por problemas que para ellos son menudencias y que, para colmo, somos más feos. Creo que no les falta razón.
Tendríamos mucho que aprender         Desde Europa, quién sabe si para tranquilizar la conciencia por tantos desmanes como se han cometido, o consentido, en aquel continente, se tiende a presentar al negro como a un bárbaro, poco menos que irredento (véanse los telediarios), pero la realidad es que en Africa hay mucha más gente buena que mala, en proporción infinita.

         Y los occidentales tenenos mucho que aprender de ellos: de su profundo sentido religioso de la vida –allí no se concibe el ateísmo–, de su falta de respetos humanos a la hora de vivir su fe, y de su sentido de familia, pese a la lacra de la poligamia.
Optimismo real como demuestran las cifras         El verdadero mensaje cristiano, el que hizo a Europa en su día, está en franca alza en todo Africa. Baste considerar que, en el último lustro, el crecimiento del catolicismo ha sido del 95,5 %, el más alto del mundo, frente al más bajo, el 8,5%, que corresponde a la decrépita (espiritualmente) Europa. Eso se traduce en cifras tan espectaculares como esta: en el seminario de Lagos (Nigeria) se preparan para el sacerdocio ¡mil trescientos seminaristas!

         El beato Josemaría siempre tuvo a Africa en su corazón. Y cuando todo parecía un sueño, inició la labor del Opus Dei en aquel continente con clara determinación de permanencia. En todos los países que visité –Costa de Marfil, Congo, Kenia, Sudáfrica y, colateralmente, Nigeria–, la postura de los miembros de la Obra con los que me topé era la misma: hemos venido aquí para quedarnos, para siempre.

         Esto tenía una consecuencia sorprendente para algunas mentalidades: las obras sociales y asistenciales que se iban acometiendo –escuelas, hospitales, dispensarios...– se hacían con las mismas exigencias que en Occidente. No se trataba de levantar tenderetes en la selva para salir del paso, sino edificaciones que pudieran soportar el transcurrir de los anos, de los siglos. Y lo han conseguido bajo un lema: "No admitimos para el negro lo peor".
Una cierta revolución social DIGNIFICAR ELTRABAJO
         El cristianismo ha fructificado en Africa gracias a la actividad misional, regada por la sangre de millares de mártires. Pero la labor del Opus Dei, como me explicaba muy bien Father Llis, de Nigeria, no consiste en desarrollar una actividad misional, sino en trabajar cada uno en su profesión de médico, ingeniero, maestro o empleada del hogar. El trabajo que han desarrollado las mujeres de la Obra en el sector de servicios causa admiración, sobre todo habida cuenta de que, cuando llegaron –por ejemplo, a Kenia– en los años sesenta, no se concebía que una mujer blanca hiciera trabajos domésticos. Para eso estaban los boys. Pero de tal modo dignificaron el trabajo en la administración de los centros escolares o asistenciales, que un antiguo alumno africano de Strathmore College, obra corporativa del Opus Dei en Nairobi, me comentaba:
"Gracias a ellas aprendimos a ser unos gentlemen".

         De tal modo ha calado en África el mensaje espiritual del beato Josemaría, que hay países en los que ya apenas quedan europeos de los que fueron hace años a iniciar la Obra. Todos son africanos o africanas que demuestran que, a la hora de amar a Dios, nada tienen de bárbaros irredentos aunque el color de su piel sea más oscuro que el nuestro y, con frecuencia, más bello.
Apostolado sin fronteras de idiomas         Y con un afán apostólico admirable, puesto que, como queda dicho, no saben lo que son los respetos humanos. Recuerdo a una kikuyu que conocí en Kenia. Era capaz de hacer apostolado en seis idiomas: en kikuyu, porque era el de su tribu de origen; en swahili, porque era uno de los idiomas oficiales de Kenia; en inglés, porque era otro idioma oficial; en español, porque lo había aprendido para poder leer los textos del Prelado de la Obra; en italiano, porque había pasado una temporada en Roma en un centro del Opus Dei; y en francés, porque había trabajado en Costa de Marfil. Podía hacerlo y lo hacía. Del modo más natural. Salía a pasear por la selva, y a las chicas con las que se encontraba les hablaba de Dios, de Jesucristo, del beato Josemaría y del Opus Dei.
Los amigos de Josemaría cantan en la noche SANTIFICAR ELTRABAJO
         Lo más asombroso es que esta devoción al beato Josemaría alcanza no sólo a los fieles del Opus Dei, sino a cualquiera que entienda la importancia del trabajo profesional hecho cara a Dios. En Yamoussoukro tuve la suerte de coincidir un lunes, día en que se reúnen los que a sí mismos se llaman "Los amigos de Josemaría" para cantarle a su amigo. El grupo pertecene a la etnia bobó (Burkina Faso): se ganan la vida con modestísimos trabajos manuales, pero tienen fama de hacerlos muy bien. Viven en cabañas de la selva e impresiona oírles cantar en medio de la noche. Si tu to dis ami de Josemaría… Si tú te dices amigo de Josemaría y no amas al prójimo, no eres en verdad amigo de Josemaría.

         Estos bobós oyeron hablar a una buena mujer, cooperadora del Opus Dei, del beato Josemaría y pensaron: a nosotros nos vendría muy bien tener un amigo así. Lo adoptaron como tal, y cada lunes, vestidos con traje de fiesta, le homenajean con sus canciones y, de paso, le piden favores, que suele concederles. Eso dicen ellos. Y también sus vecinos, que, sin ser tan amigos como ellos del beato Josemaría, también se aprovechan de su espíritu.
Tan tremendamente distante y tan íntimamente próximo

LO QUE DE VERDAD IMPORTA: LA FE
         Con no menos emoción recuerdo una tertulia con miembros del Opus Dei, congoleños, que asistían a su convivencia anual en una modesta casa de alquiler en Maluko, orilla del río Congo. Llegué con algún retraso y me encontré con que los africanos distraían la espera bailando alrededor de una mesa una danza guerrera, acompañándose del ritmo que sacaban de un cubo de plástico. Son gentes capaces de sacar música de cualquier trasto.

         Me resultó conmovedor que se interesaran por todo lo que les contaba, que era lo mismo que ellos vivían todos los días, pero en tecnicolor. Casi todos eran muy pobres y tenían que hacer un gran esfuerzo para asistir a un medio de formación, para estudiar, para convivir con otros, para conocerse mejor, para empaparse del espíritu de la Obra y poder así acercarlo al último rincón del Congo.

         Disfruté con el milagro de sentirme tan a gusto con personas tan distintas y tan distantes de mí, por raza, por cultura, por idioma, por costumbres..., pero íntimamente unidas en lo único que verdaderamente importa al hombre: la fe. La fe de la Iglesia Católica, vivida conforme al espíritu que desde 1928 predicó el beato Josemaría y cuyo centenario van a conmemorar miles de personas en el mundo entero.