Amar a lo coreano


Mariana Moller

Mujer Nueva

Una interesante lección de filología coreana

        Hace unos meses, me sentí muy identificada con los personajes de la buena película de Sofía Coppola “Lost in translation”, que, por cierto, le valió el oscar de mejor guión original y el globo de oro de mejor comedia. Los protagonistas se encontraban en Tokio, sin hablar una palabra de japonés...

        Por un viaje de negocios me tuve que meter a aprender lo básico de la lengua coreana, lo que me pudiera sacar de apuros en algún momento. Mi sorpresa fue enorme y gratificante el esfuerzo por ir más allá de los buenos días o buenas noches en coreano.

        Descubrí que en esa lengua, hombre (saram) significa “el ser que vive”. Así, las palabras hombre (saram), vivir (sarda) y vida (sarm ) comparten la misma raíz (sar). Ningún ser vivo, excepto el ser humano, es llamado “el ser que vive” (saram). La palabra se aplica tanto al hombre como a la mujer.

        Más interesante todavía fue notar que los verbos vivir (sarda) y quemar (sarûda) también compartían la misma raíz. En rigor, sarûda significa más que simplemente quemar. Significa quemar hasta desaparecer. Así, hombre sería el ser que se consume por el fuego. El hombre es el ser que se quema hasta la destrucción total. Con esto, el ser humano podría caracterizarse como el ser que quema su propia carne hasta la destrucción total.

        Muchos consideran que también la palabra amor (sarang) procede de la misma raíz que hombre, vivir y quemar. De este modo, la actividad propia del hombre (saram) sería dar amor (sarang). El hombre sería, por tanto, el ser que quema su propia carne hasta la destrucción total para amar y por amor.
No sé si en Corea se dan cuenta de la riqueza y la significación de ese vocabulario, pero para mí fue todo un descubrimiento. Claro está que eso de “quemar su propia carne hasta la destrucción total”, lo utilizamos en sentido metafórico, aunque el “holocausto” que implica el amor no es menos real que ese “quemar la carne”.

Una imperiosa necesidad: ser amado y amar

        No cabe duda que, para el que ama, el sacrificio del yo en favor del otro es el pan nuestro de cada día. O, dicho en otras palabras, el que ama sí que sabe lo que significa poner toda la carne en el asador... Todo lo contrario al falso amor que siempre se está preguntando si esta relación ¿me hará feliz a mí? El que ama se pregunta más bien si su donación hará al otro más feliz.

        Es un dato antropológico, para los que les gustan las ciencias: la persona humana no es autosuficiente, necesita a los demás, y tiene necesidades específicas de un "otro". Toda persona humana, al tomar conciencia de su propia contingencia, desea ser amada: ser, en cierto sentido, única del otro. Cada uno de nosotros, si no encuentra a nadie que lo ame, sufre un síndrome de abandono, se siente sin valor. ¿No es verdad que la experiencia de ser o haber sido amados puede sostenernos toda la vida?

        Pero hay algo más: no basta con ser amado; es necesario amar. Una persona amada no es feliz si es incapaz de amar. Aprender a amar es una necesidad humana tan fundamental como lo es aquélla de saberse amado.

        Para aprender a amar es necesario salir de uno mismo mediante un esfuerzo constante en busca de otro, de los demás. El amor hay que inventarlo todos los días, rehacerlo, cultivarlo, cuidarlo. Lo que hay que aprender no es un amor efímero, pasajero, sino un amor comprometido, que se quema.

Amar, tan arduo como delicioso

        Para los que nos asustamos ante el reto de amar, recordemos que es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y sobre todo en nombre del amor a una persona.

        Parece ser que la crisis del hombre actual es no saber amar. Decía un autor que la crisis actual se debía a una llamada “debilidad moral” del hombre. No se refería solamente al rechazo a posibles normas sino a la debilidad de las personas para llevar a cabo lo que realmente desean: una vida verdaderamente feliz. Esto es, la dificultad interna para reconocer y realizar en plenitud la vocación al amor que es la raíz originaria de toda moralidad.

        En esa línea, sería más que criticable la tendencia actual a dar al sentimiento y la impresión emocional la primacía al valorar algo como bueno o malo.

        “Esta concepción debilita profundamente la capacidad del hombre para construir su propia existencia porque otorga la dirección de su vida al estado de ánimo del momento, y se vuelve incapaz de dar razón del mismo. Este primado operativo del impulso emocional en el interior del hombre sin otra dirección que su misma intensidad, trae consigo un profundo temor al futuro y a todo compromiso perdurable. Es la contradicción que vive un hombre cuando se guía sólo por sus deseos ciegos, sin ver el orden de los mismos, ni la verdad del amor que los fundamenta. El resultado natural de este proceso es la soledad de un hombre amargado y frustrado, tras una larga serie de amores falsos que le han dejado en su interior graves heridas muy difíciles de curar.”

        Queda claro que el camino para el verdadero amor es la entrega. Quien quiera amar deberá despojarse de mucho egoísmo y búsqueda de sí mismo. No es una carretera despejada, sino una subida empinada la ruta del amor. Serán precisamente las pruebas, crisis y contrariedades las que harán que el amor se purifique y arraigue más profundamente.