Progreso y debilidad

Nieves García
Fuente: Mujer Nuevat

Una paradójica e innegable realidad

        Nuestra sociedad se siente fuerte. El progreso de cada nación se mide anualmente por el incremento de la renta per capita o el incremento de la productividad… Más tecnología, mejor calidad material de vida, más tiempo de ocio (aunque después no se sepa qué hacer con él), más formación (o habría que decir información) académica. Estos son los parámetros para medir el progreso. Las sociedades tribales, donde se vive en chozas, que carecen de agua corriente o de luz eléctrica, no son mencionadas en las listas de “los países del Primer Mundo”. El mundo occidental se cree más inteligente, más fuerte, más poderoso. Y hasta se otorga el derecho de dar lecciones de progreso a los demás.

        Salta una pregunta ¿Por qué son los países del Primer Mundo los que tienen el índice de suicidios más alto del globo? Sólo en Alemania son más los que deciden acabar con su vida, que los que mueren en accidentes de tráfico.

        Las fortalezas del Primer Mundo parece ser que no logran dar sentido a la vida de los hombres y mujeres que andan por sus calles. Quizás esa mujer mal nutrida de cualquier tribu africana tendría a nuestros ojos más motivos para dejar de luchar por la vida; ésta consiste en preocuparse por buscar el alimento de sus hijos y… de los hijos de sus vecinos, porque la mujer africana se siente madre de todos los niños de la tribu; ocupa su tiempo en ayudar a una vecina parturienta, o en amamantar a los hijos de otra que no puede hacerlo; trabaja y mucho, pero no sólo para ella. Los otros son importantes en su jerarquía de opciones. De nuevo salta otro interrogante ¿Por qué los pobres en lo material, si sufren más, se suicidan menos?

¿Sólo para eliminar?

        En nuestra sociedad segura el sufrimiento del débil es un grito molesto. La debilidad humana se esconde o se elimina; eutanasia para enfermos terminales, eliminación del niño que se descubre con síndrome de Down antes de nacer, etc… Nos han convencido de que el ser humano ha sobrevivido en la tierra gracias a sus destrezas intelectuales. Son loables los adelantos científicos, pero no siempre son sinónimos de progreso. Por ejemplo, el gas que eliminó a millones en las cámaras nazis era un progreso en eficacia, pero ¿hacia qué meta? Nuestra sociedad, satisfecha de sus logros, ha endiosado el concepto “progreso” porque es equivalente a menor sufrimiento, menor esfuerzo y mayor disfrute.

        A veces la cobardía se manifiesta en una actitud de desplante precisamente para ocultar su angustia. El hombre de hoy huye del sufrimiento y de la debilidad, y no escucha a los sabios, que le recuerdan que vivir y sufrir son un matrimonio fiel hasta que la muerte los separa. Una concepción del progreso que no asume la realidad de la debilidad humana, y sólo la elimina es vía rápida para deshumanizar la sociedad.

No posibilidad para el amor

        Podríamos probar a dar otra definición de progreso o buscar un rasero diferente para medir su avance. El progreso se podría medir por el grado de bien-ser, no de bien-estar, que conquista una sociedad. Se es más y mejor ser humano cuando se crece en humanidad. Este ser misterioso, que somos cada uno de nosotros, se humaniza cuando es capaz de arriesgarse por el bien del otro. Quizás la especie humana ha sobrevivido porque ha sabido descubrir en la debilidad de los demás, una oportunidad para crecer en humanidad. Ningún animal es solidario como lo puede ser el humano.

        Sólo una sociedad que admite en su seno la debilidad permite al hombre ejercitarse en la donación, porque es justamente la debilidad del otro la que ofrece a cada ser humano la posibilidad de serlo, de com-prender, de com-padecerse, y ofrecerse libremente al débil, no para dominarle sino para servirle. Si no hay debilidad no hay ejercicio del amor, y el amor es la única ley de progreso real para el hombre.

La mujer escuela para el hombre

        Se ha criticado el hecho de que la mujer, a lo largo de la Historia, asumiera profesiones de servicio como el ser maestra, enfermera o ocuparse del cuidado del anciano y del niño en el seno de la familia. Quien así habla conoce poco de la mujer y menos del ser humano. La mujer posee una especial sensibilidad espiritual que le permite mayor empatía, comprensión y compasión hacia el débil; y por su espíritu práctico, se dona aquí y ahora. No es cuestión de filosofar acerca de las causas del sufrimiento humano sino de acompañar a quien lo vive. El dolor deja de ser tan agresivo cuando uno se sabe acompañado. ¡Cuántas cabeceras de camas de hospital en las que se descubre la figura silenciosa pero fuerte de una mujer! La maternidad femenina es un estilo de ser mujer que busca al indefenso, al pequeño, al que no puede. Hace falta mucha valentía para mirar al dolor de frente, y aunque sea con las lágrimas en los ojos, abrazarlo en la realidad cotidiana. De esto, saben mucho aquellas madres a las que se tilda de “pasivas y oprimidas”.

        Si a la mujer le ayudamos a ser ella misma, a elegir orgullosamente su maternidad, amará a sus hijos incondicionalmente. Y esta es la mejor escuela para que un ser humano aprenda a humanizarse. Estos hijos, en unos años, podrán ser una generación que deje de temer la debilidad, y aprenderán a verla como oportunidad para progresar.