Amor en tiempos de guerra

Conversar con los familiares, intercambiar experiencias, manifestarles mi cariño, fortalece y hace más fácil soportar la falta de amor que podemos encontrar en nuestro mundo de hoy.

Autor: Mariana Moller Mujer Nueva: 2003-03-20

No siempre es así

        ¿Te acuerdas de las clásicas propagandas de margarina? La escena era siempre así: muy temprano por la mañana, todos –muy guapos y bien vestidos– prodigan sonrisas por el día que está por empezar. Con humor y disposición envidiables, disfrutan un momento familiar de placer absoluto. Mamá, papá y hermanos se quieren en la misma medida; la señora del servicio es alegre y leal a sus patrones. Perro y gato, para nuestra sorpresa, quieren los dos al loro que canturrea feliz... A mí también me gusta el modelo y puede que varias familias consigan ser exactamente así... pero no siempre pasa. La convivencia familiar implica también frustraciones normales. Cuentas por pagar, problemas de salud, dificultades emocionales, crisis. Un hermano que se peleó con otro el día anterior, otro hijo que expulsaron de la escuela por “buen comportamiento”; un jefe nuevo y menos comprensivo; el marido que parece ausente.

        Parece que en días así nadie quiere sentarse a la mesa al lado del otro, nadie come lo mismo, nadie conversa. Y nos podemos preguntar ¿dónde está el amor familiar, aquel que seria capaz de vencer todos los obstáculos?

No siempre somos culpables

¿En dónde me equivoqué?
        En ocasiones, ni siempre nos sentimos queridos ni logramos amar con tanto desprendimiento a nuestros familiares. Puede ser frecuente el sorprendernos con comportamientos que no encajan en el ideal al que aspiramos. Es probable que, cuando la “sorpresa” sea desagradable, nuestro castillo se derrumbre y que ese sentimiento de culpa aflore en forma de la clásica pregunta ¿en donde me equivoqué? Impresiona constatar cuantos padres de familia se sienten responsables por lo que creen ser el éxito o el fracaso de sus hijos. Piensan que si el hijo no es buen alumno es porque no tuvieron tiempo suficiente de estimularlo en la niñez, por ejemplo.

        Hace falta que entendamos y lograr que entiendan que, aunque la capacidad de dar afecto a los hijos sea de suma importancia para su autoestima, los padres no son los responsables de todas las decisiones de los hijos. Que no es sinónimo de desamor dejarlos enfrentar dificultades en la vida. De la misma manera, cuando los familiares no quieren compartir su intimidad, su espacio o cuando rechazan opiniones, no significa que no reconozcan la importancia del otro. El hecho es que no siempre somos presencia agradable, bienvenida o afinada con los intereses de todos. Es algo normal en las relaciones humanas y no tiene porqué significar falta de afecto. Puede ser, eso sí, falta de virtud. Pero eso es tema para otro artículo...

Se necesita tiempo

Donde no hay amor, pon amor
        Existen casos en el que el amor puede quedar realmente comprometido. Padres o madres posesivos o autoritarios. Hijos distantes e a veces, algo crueles con los sentimientos de sus padres. Dificultades psíquicas, de comunicación, enfermedades, son solamente algunos ejemplos de situaciones que pueden dañar el vínculo afectivo saludable y compatible con la convivencia social. Y hay quien pasa la vida negando esa problemática.

        Sin embargo, no se debe confundir falta de amor con dificultad de relación. Eso de que santo de casa no hace milagros, más que refrán popular, es realidad en algunos casos. Cada persona es una personalidad diferente y no siempre es fácil conciliar esas diferencias. A veces, llevarse bien con aquel hermano de temperamento difícil sólo será posible después de mucho tiempo y mucha madurez, o cuando cada quien empiece su propia familia y logre comprender actitudes y situaciones que ocurrieron en el pasado.

No fácil de entender El amor maternal no es incompatible con alguna incomprensión o incluso una que otra pena. Aun cuando los padres busquen actuar con imparcialidad, de la misma manera con todos los hijos, éstos a veces se sienten más a gusto con uno o con otro, y eso es natural. Como también forma parte de la naturaleza humana que los hijos luchen por un amor idealizado de los padres y por ser los privilegiados, los “escogidos”. Ni siquiera en sueños se les ocurre que puede haber momentos en los que sus padres quisieran tenerlos un poco “lejos”... Nadie debe amar por obligación, porque “debe”: ni los padres, ni los hijos.
El tesoro de comprender

        La convivencia familiar saludable, aun con las peleas cotidianas, tiene que ser una meta en la vida familiar, para que la casa (el hogar) sea un ambiente acogedor, un lugar al que todos tengan ganas de regresar, de refugiarse del mundo cuando haga falta, y de encontrar personas que se quieren, que también nos hacen crecer por las dificultades. Conversar con los familiares, intercambiar experiencias, manifestarles mi cariño, fortalece y hace más fácil soportar la falta de amor que podemos encontrar en nuestro mundo de hoy. Pero hace falta ser flexibles para comprender las diferencias y respetar las emociones de cada quien. Será importante también evitar obligar a que los hijos respondan todos de la misma manera. Y, finalmente, habría que fomentar la reflexión ¿qué he hecho para ser amado? En algun lugar escuché eso de que “si quieres ser amado, sé primero amable”. El hecho de ser padre, madre, hijo o hija no garantiza amor incondicional: nadie puede amar devotamente a alguien que no se hace amable. Y tampoco sirve exigir que los demás sean afectivos, generosos y educados si nosotros somos fríos, egoístas y cascarrabias. “Porque soy tu madre”, es una frase que permite pedir respeto, pero no amor. El amor es donación y no se conjuga en el imperativo.