El amor no es ciego. Ciega es la soledad

Sólo se ama lo que se conoce. Y para conocer necesito dar un primer paso:“ver al otro”, “observar al otro”. Este es el principio del amor y de la perseverancia en el mismo.

Autor: Nieves García
Fuente: Mujer Nueva

Un mundo de secretos

        Charles Dickens en su obra “Historia de dos ciudades” después de describir a tres individuos que hacen un viaje en diligencia de varias horas juntos, anota:

        “Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos de pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.”

Cómo nos damos cuenta

        Dickens fue una gran observador de la naturaleza humana. Y me atrevo a decir que un gran amante del hombre, por ello desvela con tanta precisión sentimientos, pensamientos ocultos, con los que de alguna manera uno acaba encontrándose.

        Sólo se ama lo que se conoce. Y para conocer necesito dar un primer paso: “ver al otro”, “observar al otro”. Este es el principio del amor y de la perseverancia en el mismo.

        Edith Stein, en 1916, en Friburgo, escribió su tesis doctoral, precisamente “Sobre el problema de la empatía” como la tituló después. Ella explica con el siguiente ejemplo la esencia de un acto de empatía: Un amigo viene a mí y me doy cuenta de que ha perdido un hermano, yo me doy cuenta de su dolor. ¿Qué cosa es ese estar dándose cuenta? ¿En qué se basa, de dónde percibo el dolor?... Quizás su rostro pálido y descompuesto, su voz sumisa y baja, tal vez le da también a su dolor una expresión en sus palabras: todo eso son naturalmente temas para una investigación... Lo que yo quisiera saber no es por qué camino llego ahí, sino qué es ese mismo darse cuenta”

Cifras que asustan

        Desde la Literatura, desde la Filosofía buscamos caminos para entender ¿Qué es esto del amor humano? ¿Cómo nace la relación y cómo muere? ¿Qué tanto es necesario ver al otro?

        Dicen que el amor se muere, se apaga después de la euforia de los primeros meses y viendo solamente las cifras, parecía ser real. En España, en solo 20 años de ley de divorcio se ha aplicado 500.000 sentencias para la disolución definitiva del matrimonio y autorizado 700.000 casos de separación, que es el paso previo al divorcio. La posibilidad de comenzar con otro abre la puerta a la esperanza perdida.

        ¿Pero por qué las estadísticas hablan de 1.200.000 fracasos matrimoniales en los últimos 20 años?

Con el tiempo y los problemas se hacen desconocidos

        Hay muchos estudios sociológicos, económicos, psicológicos al respecto de este fenómeno y que aportan mucha luz. No lo negamos, pero a lo mejor también influye la ceguera para ver al otro, que es como una enfermedad contagiosa que parece devorar a la sociedad de consumo. Posiblemente cuando una pareja inicia juntos la aventura de la convivencia eran capaces de ver al otro, de verse, incluso más que a sí mismos, pero con el paso del tiempo la mirada se fue desviando hacia otras seres más novedosos o aparentemente más satisfactorios: un trabajo atrayente, el reto de dejar una huella, la lucha por alcanzar un nivel socioeconómico respetable, la educación, sostenimiento o el sobrevivir a unos hijos... Las distracciones crecieron y fueron absorbiendo la atención de cada cónyuge y dejaron de verse, por ello dejaron de conocerse.

        Cuando él o ella llegan a casa, ya no saben mirarse, no descubren que detrás de ese silencio sucede algo, que tras ese “Bien” con el que se contesta con algo de desdén cuando se pregunta ¿cómo te fue?, esconde problemas, miedo o inseguridad para hablar de ellos... Están juntos pero no se ven. Al nacer la ceguera, se desconocieron, se encontraron como des-conocidos, y el paso del tiempo hizo que no supieran cómo volver a empezar a “conocerse”. La solución rápida entonces es la huida del desconocido para buscar al otro, a quien puedo aprender a ver, para comprender, para luego amar. ¿Y así continuar la historia hasta que de nuevo el amor se muera por ceguera?

El amor es vínculos cada día

        Para que el amor perviva es necesario ver al otro todos los días y volver a aplicar los sabios consejos que un día un zorro le dio a un “Principito” y que vale la pena recordarlos aquí:

        El amor es la creación de vínculos, hay que re-crearlos cada día, porque los vínculos hacen del otro alguien único para mí. ¿Cómo? Los vínculos son ataduras, yo te quiero necesitar y tú me quieres necesitar. Quiero que tú me ayudes a vivir.

        Los vínculos se crean con paciencia, como decía el zorro, es decir, todos los días, en lo monótono y cotidiano del existir. El tiempo es la argamasa del amor sólido. Necesito crear este vínculo todos los días, y muchas veces.

        Fijar mi atención en el otro, buscando acercarme poco a poco a él, descubriéndole como es, no como yo quisiera que fuera: “Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...”

Compartir con el corazón

        Crear y respetar ritos que solo tendrán significado para la pareja; los ritos son necesarios porque son fuente de intimidad. “Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra.”

        No huir del dolor que nace de ver el dolor del otro, dejar que me hiera para poder comprenderle: El zorro dijo: “lloraré”.

        No buscar ganar nada para mí, sino para el otro; así podremos decir “he ganado a causa del color del trigo.”

        No tener miedo de compartir lo más profundo, los secretos que se guardan en la trastienda de mi persona y que son tesoros para mí. Yo te regalaré un secreto.... He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: “sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.” Compartir mis certezas me unen al confidente.

El otro, el otro, el otro

        Ser responsable de a quien amo porque me interesa todo él, toda su vida, toda su persona. Nada del otro me es indiferente. “Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.”

        Entonces nos sucederá como al zorro. La monotonía de la convivencia se romperá porque:

        “Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.”