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Dolores Ibárruri, la Pasionaria, símbolo del comunismo ateo de corte estalinista, murió católica y lo hizo de la mano de José María Llanos Pastor, el Padre Llanos. Pedro Miguel Lamet ha buceado en los archivos personales del sacerdote y ha descubierto la existencia de «una comunión espiritual de ideales religiosos entre ambos». «La Pasionaria era una mujer muy sensible y desde el primer momento, se sincera con Llanos. De la relación que se establece entre ellos, él queda convencido de que Ibárruri sigue siendo católica», dice Lamet. Todo este relato está contenido en su último libro, «Azul y rojo. José María de Llanos. Biografía del jesuita que militó en las dos Españas y optó por el suburbio». En él narra cómo el jesuita acompañó a la Pasionaria hasta su último hálito de vida. «Al escindirse el Partido Comunista, la Pasionaria quedó arrinconada en su propia formación. Los suyos dejan de visitarla pero Llanos está con ella hasta el final». A raíz de esta profunda amistad con el cura de El Pozo del Tío Raimundo, la Pasionaria vuelve a la fe que abandonó en la juventud. Y también vuelve a creer en la Eucaristía. En una de las epístolas dirigidas a Llanos que encuentra Lamet, Dolores Ibárruri se despide del sacerdote pidiéndole que se acuerde de ella «al partir el pan». «Ella cree en el partir el pan y es evidente que comulgaba en misas de Llanos». Se veían cada quince días y entonaban himnos religiosos populares como «Cantemos al amor de los amores». ¿Por qué no se ha sabido hasta ahora este secreto? «Precisamente porque era un tema sacerdotal», asegura Lamet, «y Llanos no quería hacer propaganda de una conversión como ésta». El jesuita nunca ocultó su amistad con la Pasionaria aunque, públicamente, no revelaba más de la especial relación que mantenían, en realidad, un vínculo casi de director espiritual y feligresa. Los detalles entre el cura y la Pasionaria se suceden. Ese mismo año, en que ella muere, el jesuita dedica dos poemas, uno de ellos un villancico, a la que fuera símbolo del comunismo más anticlerical. Han pasado 21 años de la muerte del padre Llanos y Pedro Miguel Lamet considera que ya es tiempo de revelar esta historia: «Es importante para desmitificar a los comunistas y ver que hay todo tipo de gente entre ellos». Y entre ellos se encontraba el propio padre Llanos. Él, que llegó a ser capellán de la Falange, terminó sus días en el extremo político opuesto. «Y eso que fue el cura de moda del régimen», cuenta Lamet, quien conoció a Llanos, «Un Quijote» como él lo llama, en El Pozo del Tío Raimundo. El autor del libro recuerda la ardua labor de aquellos días en la barriada marginal. También el empeño de Llanos por dignificar las condiciones de vida. «Consiguió llevar el agua, la luz, la escuela... algo de desarrollo» recuerda, «Entre sus terribles tareas, muchas veces tenía que dar la extremaunción a los que atropellaba el tren cuando cruzaban por la vía. Una vez administró el sacramento a una cabeza», apostilla. Pese a su «cambio de bando» político, el Padre Llanos siempre fue un hombre respetado al que incluso Franco incluyó en una lista de «intocables». Al mismo tiempo, Lamet asegura que su opción política le ocasionó mucho sufrimiento y «aún hay gente que le odia por ello»; y concluye con la conversación con un escueto: «Es que Llanos es inabarcable». «A ver si convertimos lo que nos resta de vida en un canto de alabanza»Una carta escrita por Dolores Ibárruri de su puño y letra el día de la Epifanía del Señor de 1989, unos meses antes de su muerte. Es el documento inédito más sorprendente de cuantos Lamet incluye en el libro. La Pasionaria responde a una misiva del Padre Llanos con la cercanía a la que estaban acostumbrados. «Pepe: Los Reyes Magos me han traído tu felicitación navideña. Bonito regalo pues me aseguras que pides por mí "al partir el pan''. Mucho te lo agradezco. Yo tampoco te olvido, a Lola y a ti, en mi oración», expresa. A renglón seguido señala que «a ver si los "viejitos" que somos convertimos lo que nos resta de vida en un canto de alabanza y acción de gracias al Dios-amor, como ensayo de nuestro eterno quehacer». Ibárruri se despide del sacerdote deseándole «un santo año». | |||||
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