Creer en Dios ayuda a la gente

Alfredo Medina
Libertad vivida: con la fuerza de la fe
Jutta Burggraf

        Es cierto que para escribir sobre un determinado tema o tener una idea más o menos genial, necesitamos intimidad y soledad. Pero, fundamentalmente, la mayor parte de nuestras ideas y creatividad lo obtenemos de nuestro entorno, de lo que acontece a nuestro alrededor. Depende de la educación recibida y el interés receptivo que cada persona posea para captarlo. Por motivos laborales, he tenido la fortuna de conocer a una persona de la que, nada más verla, tuve la percepción de que me encontraba frente a alguien de gran valía.

        El aprender de ella no solo no ha sido difícil, sino todo lo contrario, muy fácil. El aporte de sus experiencias, reflexiones y fe han constituido una enriquecedora fuente de sentimientos que han motivado a meditar y valorar en la almohada y fuera de ella, a este humilde aficionado a la escritura.

        La persona en cuestión era una cariñosa y encantadora monja de la orden Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.

        Sor María Dolores, sintió desde muy joven la llamada para encontrar a Jesús a través de los no deseados, los desamparados, olvidados de la sociedad y carentes de cariño de todo el mundo. Después de más de cuarenta años de intensas labores sin descanso atendiendo con su eterna y amplia sonrisa a tantos condenados – y no solo por la enfermedad- había recalado como Superiora en un pueblo de Guipuzcoa. Concretamente Tolosa. Allí, junto a otras once incansables monjas más, proseguía con su altruista y bendita vocación ejerciéndola con su mejor cariño hacia todos.

        Cuando había cogido un poco de confianza, le pregunté: Sor María Dolores, ¿Cuál es el “secreto” para haber llevado esa vida tan llena de sacrificios y verla tan contenta y feliz? “Muy sencillo” me respondió, “Creyendo en Dios” , “Creer en Dios ayuda a la gente”.

        Fue la primera vez que me dijo esa frase. Durante el mes y medio, más o menos, que duraron las obras tuvo ocasión, al verme alguna vez estresado, de volver a repetírmelo: “Alfredo, recuerda, creer en Dios ayuda a la gente…”

        Un día por la mañana, la vi salir de la casa junto a Sor Esther, otra veterana y laboriosa monja de la comunidad. Sor María Dolores me obsequió, junto a sus buenos días, con un par de besos y se despidió con su habitual simpatía. Pero a Sor Esther la noté preocupada…

        Por la tarde de esa misma jornada, me enteré que Sor María Dolores venía soportando un cruel y terrible cáncer de páncreas desde hacía tiempo, siendo consciente de lo que padecía, pero sobrellevándolo como si tal cosa. Casi ignorándolo y desde luego sin darle la mayor importancia. Sin duda, la pasión y el empeño que dedicaba a los demás anulaba su propio dolor. Y ante la sideral soledad que produce la mirada de la muerte, allí estaba ella ¡tan tranquila! Imposible de adivinar por su envidiable actitud que la galopante metástasis la estaba abrasando por dentro. Malhumorado y con rabia me dirigí a ella espetándole: Sor María Dolores, ¿Qué diablos hace ese injusto cáncer en su cuerpo? Cargada de ternura, me respondió como de costumbre, “Creer en Dios ayuda a la gente” y añadió “No muy lejos de aquí alguien nos espera”.

        La esperaban pronto ya que esa misma noche, en su habitación reunió el resto de la Comunidad y con la serenidad que hacía gala en todo momento les dijo: “Mirad, para mí ya ha llegado la hora de partir hacia nuestro Padre. He querido y he sido querida. No sé cómo me recibirán allí arriba, pero estoy segura de que he sabido escoger el camino que va al cielo. Creo que no pasaré de esta noche. Estar tranquilas y unidas, como siempre. Decirle al cura que en la iglesia deseo que me despidáis cantando Cerca de ti, Señor. Y hasta que no ordenen otra cosa en la casa provincial, que Sor Esther se haga cargo de las labores que venía realizando yo. ¡Ah! Y por favor, decirle a Alfredo que me marcho muy contenta con el trabajo que están llevando a cabo. Que posee unos operarios muy atentos y activos, y que cuando puedan, recen un poco por mí“

        Tal y como ella misma presentía sus ojos se cerraron para siempre en esa noche en este mundo.

        Querida Sor María Dolores, tal como usted me decía: “Lo que ven los ojos en esta tierra no es todo… hay otros horizontes”

        Sinceramente, tiene que haberlos para albergar la grandeza de personas con un alma como la suya.

        Le echaremos de menos y claro que la tendremos siempre presente, pero es usted la que tiene que rezar por nosotros ¡por todos! Pienso que indudablemente estamos más necesitados por habitar en esta vida tan desorientada.

        Si es cierto que “lo que se siembra se recoge” usted tiene que recoger muchísimo por su entrega, por todo el desinteresado cariño y la constante generosidad que ha repartido.

        Seguro que ya estará disfrutando de ese paraíso del que tanto me habló y del que, a través suyo, he tenido la suerte de conocer una muestra. Pues tanto usted como el resto de las hermanas son, ni más ni menos, la genuina representación de un trocito de cielo aquí en la tierra.

        A lo largo de esta vida a lo mejor no eres muy religioso pero al ir llegando a cierta edad uno va analizando el tiempo pasado y ante la interrogante de ¿Qué nos queda por vivir…? Tenemos que recapacitar y agarrarnos a los consejos y consoladoras palabras de quienes predican con el ejemplo. Pues aun no creyendo en Dios, la firmeza de esa convicción se tiene que tambalear mirándolas a ustedes.

        Hoy han metido a Sor María Dolores en un pequeño nicho, tan discreto como su propia forma de pasar por la vida. He visto deslizarse la caja fúnebre hacia la oscura cavidad. En la iglesia hemos cantado Cerca de ti, Señor. He escuchado con atención las oraciones del Sacerdote y he rezado por ella a ese Dios improbable para muchas personas…

        ¡Muchas gracias Sor María Dolores! Por el legado que, en tan poco tiempo, me ha dejado. Muchas gracias por acordarse de nosotros. Si rezar por usted es recordar su figura, puedo decirle orgulloso que siempre voy a estar orando.

        Es muy difícil permanecer impasible después de haber tenido la dicha de conocerla.

        ¡¡ Tenía usted razón !! Es cierto. Tiene que ser verdad que ¡¡ Creer en Dios ayuda a la gente !!