Con ojos de mujer.
El Señor de mis llaves

Leticia Escardó
Barro con luz: el sacerdote en la literatura
J. José Alviar

 

 

"¡Ay, Dios mío!"

        Siempre se van al fondo. Irremediablemente y por su propio peso, las llaves se van al fondo del bolso. Allí reposan entre papeles, agenda, bolsita de pinturas, móvil, monedero, pañuelo, bolígrafos y el largo etcétera de peso que tantas mujeres acarreamos diariamente en el bolso, para mortificación de nuestras vértebras.

        Yo meto la mano sin mirar en el bolso y buceo por el fondo directamente en busca de las llaves bastante antes de llegar al coche. Buceo inútilmente, claro.

        Las llaves nunca se encuentran. Para mi pesar, nunca mejor dicho, y en mi disculpa, tengo que aclarar que transporto en el bolso a diario las llaves de casa, las llaves de la oficina, las llaves de casa de mi madre y las llaves del coche.

        ¡Ay, Dios mío!, exclamo cuando ya estoy muy cerca del coche, a punto de disponer el bolso encima del capó para poder mirar ese hondón obscuro e interminable de mi pozo transportable donde siempre se pierde todo. Entonces caigo en la cuenta de que son las cinco de la tarde, o las diez de la mañana, o las nueve de la noche, y aún no me he acordado de Dios para nada en todo el día.

        Todo en mi vida diaria es puro ajetreo, un trabajar sin parar de la mañana a la noche, del desayuno a la cena, y me digo para justificar mi falta de sosiego que Tengo tanto que hacer. Entonces llego al capó del coche y comprendo que no encuentre las llaves: es el momento de oración. Me paro por un instante y vuelvo a suspirar: ¡Ay, Dios mío!, y pienso que vaya estratagemas tiene que buscarse Dios para que mi pobre inconsciencia al fin le encuentre.

El gran hallazgo

        Así que le doy las gracias a Dios por embarullarme el bolso, por no encontrar las llaves a la primera de cambio. Me sirve para encontrarle a Él. Al Señor de mis llaves.

        Por fin te encuentro, Dios mío, en medio de esta plaza tan repleta de tráfico y de ruido. Gracias por hacerte presente en mi barullo diario. Gracias, y arranco.

        Ha sido un gran descubrimiento para mí, pues he encontrado una gran utilidad a los olvidos y pérdidas que crecientemente se me incrementan con los años, que estoy dispuesta y obligada, en mor de la comunión de los santos, a compartir con los lectores.

        No tengo que echar la culpa a los años cumplidos, ni a las neuronas que me patinan, ni siquiera al desorden de mi bolso. No hay culpa, todo es Gracia. Es el regalo de un minuto para pensar. O de cinco. Lo que se tarde en encontrar el trasto en cuestión, ya sean las llaves, las gafas o el bolígrafo. Es cuestión de transformar el estado de irritación por no encontrar lo que en ese preciso instante deseo encontrar, que al fin y al cabo es un capricho o una esclavitud de las prisas, en un instante de sosiego, de silencio interior, de oración. Estoy encantada de no encontrar las llaves, ya ven qué descubrimiento.