Recuperar la virginidad

Miguel Aranguren
ALBA
Los guardianes del agua
Miguel Aranguren

 

 

Y responden a la verdad buena

        Un grupo de adolescentes me invitó a que les hablara del amor. Al comenzar, les aseguré que aprendería de ellos mucho más de lo que se pudieran llevarse de mis torpes palabras. A fin de cuentas, sólo soy un escritor, aunque lo de mis novelas no parecía importarles demasiado. De mi vida prefirieron atrapar el estado civil, casado, aunque supieron leer –tan jóvenes– entrelíneas mucho más, hasta descubrir una historia de amor que comenzó hace quince años y que mejora en el tiempo desde que nos comprometimos para siempre, frente a Dios y los hombres.

        Aquellos adolescentes son consumidores de series de televisión, claro, y de botellones, y del festival con el que nuestros políticos fomentan la difusión de todo tipo de técnicas para practicar un sexo seguro, y del horror con el que esos mismos políticos (y sus compinches, que son, ¡ay!, muchos) solucionan los embarazos a destiempo.

        En un primer momento pensé que no me entenderían, porque cuando hablo del amor, el corazón y la boca se me llenan de realidades muy distintas al sexo de usar y tirar: compromiso, fidelidad, entrega, optimismo, renuncia, espera… Decidí plantearles el reto del amor eterno, una quimera muy real y a la que ni siquiera la muerte tiene posibilidad de vencer, porque durará para siempre: ella y él, bien juntos, ante una felicidad que no se agota.

        Para mi sorpresa, el auditorio respondió con un silencio expectante. Sospechaban que el único amor que puede colmarnos tiene condiciones. La primera, vivir un noviazgo limpio, que ayude a conocerse, a respetarse, a preparar el momento del compromiso definitivo en el que uno renuncia a su intimidad material, corporal, espiritual…, en beneficio exclusivo del otro, sin utilizaciones, vacuidades ni coacciones. A recuperar incluso la castidad, la virginidad, con la ilusión de quien va preparando la celebración del “Sí, quiero”, que es el “Te quiero para siempre, sin vuelta atrás”.

        “¿Os parece un sinsentido volver a ser vírgenes?”, les pregunté con la inquietud de que me hubiesen catalogado de iluso, de loco. Entonces estalló un aplauso largo y sostenido, el aplauso que merecía la resolución que muchos de ellos acaban de tomar.