Las niñas

Beatriz Fernández Moya

Estudiante. Ganadora de la IV edición de Excelencia Literaria
cope.es

El Noveno Día

 

 

 

Un desánimo, ¿irreparable?

 

        Tiene los codos apoyados en la mesa de trabajo y la cabeza escondida entre las manos. Una lágrima solitaria recorre su mejilla. Le tiemblan los hombros.

        — Vamos a tomar algo –le invita una voz cálida después de rozarle una caricia.

        Esa voz lleva siendo partícipe de sus penas desde que comenzaron los problemas en casa. Es de su compañero de trabajo, que ha sabido ganarse su confianza con numerosos detalles –gestos que logran levantarle el ánimo–, con sus bromas que terminan por hacerla sonreír.

        Una lágrima cae en el café y forma un reflejo entre las ondas, sobre el que se imprime la imagen borrosa de una madre que ve a sus hijas sufrir por la distancia helada que ha fraguado frente a su marido. Quisiera gritar que no tiene fuerzas para seguir adelante, que desea tirar la toalla, que está cansada de la aburrida monotonía que gobierna sus vidas.

        La mano de su compañero roza la suya.

        — Llevo demasiado tiempo viéndote sufrir. Vente a vivir conmigo –le ofrece como remedio, como salvación–. Sabes que te quiero y que cuidaré bien de las niñas. Seré el padre que se merecen.

        Las niñas… Piensa en sus hijas y en lo que aquel compañero de trabajo le propone: privarlas de su padre, sentenciar que en el fracaso de su matrimonio hay solo un culpable.

        Le vienen a la cabeza los recuerdos familiares: las excursiones al campo todos juntos, los paseos a caballo, los baños en la piscina… ¡Cuánto ha cambiado todo! Sin embargo, no puede arrebatarles a su padre. Él las trata como a princesas y ellas son felices junto a él. Así que el problema es únicamente de ellos dos, del matrimonio. Tal vez ella debería tener valor para decirle que no se pueden conformar con aquella vida sin alicientes. Tal vez deban ayudarse mutuamente para pedirse perdón.

Lo pudieran todo

        De repente siente una fuerza renovada.

        — Gracias por tu disposición –le responde a su compañero–, pero sabes que estoy casada y es una situación que no quiero cambiar.

        Pone un billete de cinco euros sobre la mesa y sale del local con un pensamiento optimista:

        — Tengo que conseguir que todo vuelva a ser como antes.

        Ya en casa, prepara una cena especial. Junto a sus hijas pone la mesa. Les sorprende el tintineo de las llaves en la puerta de entrada. Las pequeñas corren a saludar a su padre. Él entra en la cocina y besa a su mujer en la mejilla, levemente. Se sientan a la mesa. El parloteo de las niñas llena la habitación. Entonces él y ella cruzan las miradas: por primera vez en mucho tiempo, en los ojos de ella hay una chispa de esperanza. No ha apartado los ojos, como otras veces. Él la observa, asombrado.

        — Te quiero –le dice ella con un movimiento mudo de labios.

        Cuando terminan el postre, sus hijas se dirigen al salón. Él se queda junto a ella y la besa suavemente en la frente. De la mano, la conduce fuera de la cocina.