La clave de la democracia: la ley natural

Marosa Montañés
La cuarta trama
José María de Pablo Hermida

 

 

 

 

 

De otro modo es la tiranía de los poderosos

        Si queremos que la democracia —el gobierno del pueblo, al servicio del pueblo y por el pueblo—, funcione debemos repensar el hoy y analizar por qué no se ajusta a la verdad de su esencia y de su objetivo; la clave nos la da Benedicto XVI con esta reciente afirmación: la ley natural o «la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre», es la que le permite distinguir el bien del mal y la que debe convertirse en antídoto ante el «relativismo ético», ante las ideologías que lo promueven. Para Benedicto XVI, es la ley natural el único fundamento de la democracia y el medio para que el humor de las mayorías o de los más fuerte se conviertan en el norte del bien y del mal.

        Lo que ocurre es que no es fperoácil entender su naturaleza, ni aceptar su fuente, ni corroborar su identidad y eficacia: hoy sólo se acepta el poder, el equilibrio de fuerzas, o incluso la ley del talión; y esto no es humano, ni es justo, ni busca el Bien Común. La culpa de que la democracia no esté a la altura de sus expectativas la tiene esa mentalidad reductiva y reductora que construye lo que está bien y lo que está mal a su arbitrio y conveniencia; si todo es relativo la tolerancia y el respeto entre los hombres dependerá del sol que más caliente o de la luna que más influya, o lo que es lo mismo, la opinión de la mayoría que ostenta el poder pero no la razón ni el sentido común.

        Más o menos como ocurre en España desde hace poco más de 3 años: existe un mal llamado consenso de una mayoría que ganó unas elecciones como consecuencia de un golpe de Estado e impone su juicio relativista para someter a toda una nación a una política totalitaria y nihilista; pero los españoles nos hemos plantado y desde numerosos sectores de la sociedad civil nos oponemos a los caprichos mesiánicos del Presidente del Gobierno. Las mayorías pueden equivocarse —ejemplos hay en la historia reciente y menos reciente—, y sólo han conseguido sus objetivos cuando han sido razonables, trascendentes y transparentes.

        Y constituyen materia de la ley natural todas las políticas relacionadas con la dignidad de la persona humana, con la institución matrimonial, con los derechos de la familia y de la educación, con la justicia social, con la economía solidaria y no capitalista «casi salvaje», con el concepto del trabajo, con una vivienda digna, con el agua necesaria para todos y un largo etcétera: lo que es un bien para la persona y no un mal.

        La ley natural comprende «que el Estado es subsidiario», no actor ni protagonista: existe para que el pueblo obtenga lo necesario, para que respete sus raíces y tradiciones, para que busque el Bién Común y no sólo de unos pocos que cuentan con una potente ayuda mediática para servir de altavoz a sus pretensiones. Y para nada más.