Eva
No está muy claro cómo fue que Adán, cuando Dios
le arrancó la costilla ni siquiera se despertó.
Alfredo Ortega Trillo (Dakoré)
Blanca de Castilla
Régine Pernoud

 

 

"Para despistar a los poetas"

        Lo cierto es que la soledad había llegado al primer hombre tan sigilosa como una serpiente. Reptando se le había ido subiendo al alma mientras él se zambullía en el río, recorría los prados, se aliviaba el calor y la sed en el agua clara; mientras él comía hasta saciarse de todos los frutos al alcance de su mano, y poseía desde lo más alto del Edén, de sólo verlo, todo aquel paraíso que era suyo.

        Un día, cuando el sol era un crepúsculo en sus manos, Adán sintió una mordida helada en el corazón: el aguijón de la eterna ausencia; la falta de la otra respiración que le devolviera el alma cada vez que se le fuera; de la mirada en el fondo de otros ojos; de la voz que rompiera con su nombre el silencio de las estrellas; del oído que abriera su palabra a un mar de peces plateados; y de otra boca para poner la suya.

        Apretó los ojos y se quedó dormido, profundamente dormido, mientras Dios le quitaba la costilla.

        En las manos de Dios aquella costilla estaba predestinada a ser su obra maestra, pues ya había estado practicando durante siete días. Así que reunió algo de luz que le había sobrado y confeccionó con ella algunas cosas que le parecieron buenas y que, aunque el hombre ya las tenía, quiso que su nueva creatura las tuviera en un grado más refinado: amor, ternura y sacrificio.

        Se agenció unos moldes que le habían sobrado de las dunas del Sahara y comenzó a hacer proyectos. Cuando ya casi había terminado alzó una mano y arrancó del firmamento el camino elíptico de las estrellas. "La curva inasible", se dijo. "Servirá para despistar a los poetas".

        Al terminar, Dios llamó a su obra: "MUJER". Luego se volvió a Adán que, como sabemos, tenía el sueño muy pesado, y le gritó: "¡Y tú, a ver si te despiertas!"